BAQUIANA – Año XIX / Nº 107 – 108 / Julio – Diciembre 2018 (Teatro)

LAS PRINCESAS RUSAS AMAMOS EN FRANCÉS

(Dramatis Personae)

 

por

 

Alfredo R. López Vázquez

 


 

JOSÉ RAÚL CAPABLANCA

Campeón del mundo de ajedrez (1921-1927). Alto elegante, atractivo. Se mueve con una elegancia absoluta. Tiene 33 años en 1921, pero debe aparentar más juvenil y 48 años en 1936 en Nottingham y debe aparentar una segunda juventud, pues se ha enamorado por primera vez en su vida.

 

OLGA CHAGODAIEVA

Princesa georgiana, rusa blanca. Tiene 29 años en el primer acto en Buenos Aires y 37 en Nottingham, en el tercer acto. Elegante, sensual, hermosa y decidida.

 

TÍO ALBERTO

Es Alberto Lima, hermano de la madre de José Lezama Lima. Joven juerguista, ajedrecista, amigo de Capablanca, mago poético. Recita a Zenea como si Zenea fuera al mismo tiempo Rimbaud y Espronceda.

 

LEZAMA JOVEN

Es José LEZAMA LIMA, futuro autor de Paradiso. Tiene 17 años en el primer acto y ya sufre ataques de asma, poeta hiperculto, pero todavía no ha descubierto a Góngora.

 

El personaje de Alejandro ALIOJIN aparece solo en escena ocupando la silla frente a CAPABLANCA. Se puede sustituir por un maniquí con uniforme militar.

 

MARÍA GRAUPERA

Madre de Capablanca. Tiene en torno a cincuenta años, es menuda y católica y tiene dos formas de andar, una pausada y tranquila, cuando habla con su hijo y otra nerviosa y agitada cuando se aleja de él.

 


 

OLGA: Qu’il est beau cet homme! (Pausa) Ça alors, mais qu’il est beau! (Pausa larga) Ah, claro, que no entendéis lo que he dicho. Ya nadie habla francés. No importa. Después de tantos años con él… Pero lo que he dicho es lo que entonces dije. La primera vez que lo vi. Pero qué hombre tan guapo. Pero qué guapo es. Fue verlo y me tembló el alma y me fallaron las piernas y me tuve que agarrar a algo, me caía, me hundía entre mariposas de fuego en el aire caliente. (Se retira del foco de luz, se oye su taconeo en la tarima y reaparece con un collar de tres vueltas y un sombrero de época. Ahora es Olga Chagodayeva en Buenos Aires, 1927). Y todavía no sabéis quién soy, claro. Bien, ahora que he vuelto: soy Olga Chagodaieva. Ese nombre mío no os dice nada, claro. No me conoce nadie. (Suena un bandoneón que toca melancólicamente La cumparsita). Buenos Aires en mil novecientos veintisiete. Ningún hombre se le podía comparar. Ninguno. Corrientes o la Boca, da igual, o San Telmo… José Raúl era el último de los héroes de un tiempo distinto. ¿Cuántos millones de rusos murieron en el frente alemán, cuántos. (Se abstrae por unos momentos, Larga pausa). Ni se pueden contar. En mil novecientos veintisiete yo era Olga, pero era todavía otra Olga. Una princesa rusa con un apellido ruso. Y cuando lo vi en Buenos Aires lo que pensé de él lo pensé en francés. Uno de los idiomas que él hablaba con la misma elegancia con la que lo hacía todo: jugar al billar, al bridge, al ajedrez. .. (Pausa larga, mientras suena el tango “Cambalache”, en la voz de Julio Sosa. Olga cruza el escenario hacia el fondo donde están sentados Capablanca y Aliojin. Permanece callada mientras los dos jugadores están concentrados sin atender a su presencia. Olga vuelva al centro y el cono de luz adquiere un tono rojizo). Los peones son el alma del ajedrez, eso lo decía Philidor. Philidor, no lo conocéis, claro, es un músico. El músico que inventó el ajedrez, que reinventó el ajedrez, quiero decir, el ajedrez moderno… ese juego del que José Raúl ha sido el Bonaparte moderno. (Pausa larga y suenan al piano los primeros compases de Chopin, el estudio “Revolucionario”). ¿O tal vez era Napoleón el Capablanca de su tiempo?

 

Se cierra el foco cenital que cubre a OLGA y se ilumina gradualmente el foco de la izquierda del escenario, donde está LEZAMA JOVEN. Tiene 17 años y luce chaleco con camisa abierta y bigote recortado. Está sentado en una silla de asiento de mimbre y de vez en cuando interrumpe el discurso por un leve apunte de asma. El discurso de LEZAMA es contestación a un interlocutor que nunca aparece en escena. El actor debe mimar el gesto de mirar al interlocutor vacío y contestarle concentrando el discurso en esa presencia ausente.

 

LEZAMA: El tío Alberto… (Pausa). Lo que más recuerdo del tío Alberto… (Pausa larga)… eran las sorpresas escondidas en las… (Pausa y ahogo de asma). El tío Alberto jugaba al ajedrez en una mesa con dos sillas y un tablero. Él era… (Pausa). Él mismo y su contrario, su propio adversario… Él mismo… y… (Pausa). Cuando se tomaba una pieza, un caballo, un alfil o… eso, un peón… (Pausa larga)…un peón, cuando se tomaba un peón… o un caballo, desenroscaba la figura de madera por el pie… (Pausa larga)… y sacaba de su interior un papel enrollado… lo abría… (Pausa larga y ahogo) … lo abría y lo leía con ceremonia… como un antiguo franciscano que fuera a la… (Pausa) a leer una de las florecillas, lo leía con voz de misterio y anun… y anunciaba, un lema asombroso, como los papelillos chinos… (Pausa) y decía por ejemplo: “DESTINO”… y nos miraba… Y entonces bajaba un tono la voz y… (Pausa) anunciaba, como un viejo y cansado augur… “El destino se hace sin contar contigo”. Y luego estrujaba el papel y lo metía en la papelera… y capturaba un alfil y lo mismo… y la reina, la dama, más grande, tenía un mensaje más largo… (Pausa larga. Ahogo)… y terminaba su partida y se iba y cuando… (Pausa) cuando se iba, nosotros corríamos a la papelera y febriles estirábamos el papel… (Pausa) y en aquellos papeles… (Pausa) no había nada, NA-DA… estaban en blanco, nada escrito, en blanco… (Pausa larga) Esa era la manifestación de lo poético en el tío Alberto… el acceso… el acceso a lo cósmico a través del gesto cotidiano… la magia… (Pausa) La magia de la invención de lo efímero… el ajedrez del tío Alberto… Aquel año Capablanca ganó el campeonato del mundo… Aquí, en La Habana… (Pausa) Se lo ganó al viejo Emmanuel Lasker… Capablanca se convirtió en un antiguo dios, un dios anterior al dios de Israel… No sé si (Pausa), si lo notas: José Raúl Capablanca es, en sí, un octosílabo, es el verso inicial (Pausa)… de una décima cubana. El nombre, Capablanca, mágico en su sonoridad, repleto de aes… (Pausa)… como el alef inicial de los alfabetos… Papelitos blancos del tío Alberto, Capablanca y su posibilidad infinita. En realidad, en el vértigo de todos los siglos anteriores ya jugaba… (Pausa) ya jugaba, en tiempos de la conquista, al ajedrez con Atahualpa, según contaba el tío Alberto… (Pausa).

 

De nuevo, foco sobre OLGA en 1927, introducida por esos compases de La cumparsita.

 

OLGA: Capa, yo siempre le he llamado Capa a José Raúl… (Pausa) Capa estaba allí, y yo pensaba: un dios de la inteligencia y del juego, una manifestación de lo divino, un verdadero Apolo de todas las perfecciones, le acompañaba una mujer joven, atractiva y evidentemente argentina ¿Qué hace esa mujer, pensaba yo, que no sabe que camina con un dios griego? (Pausa y OLGA se vuelve de espaldas mirando al fondo del escenario donde está CAPABLANCA con iluminación cenital, que deja a oscuras el lugar de su contrincante. CAPABLANCA deja de mirar el tablero y vuelve la cara hacia el lugar donde está ella, sonríe con calculada lentitud y completa la sonrisa al distinguirla y ver que ella también le mira). No me acerqué entonces. Entonces no sabía mucho de ajedrez. No más que lo que sabemos las mujeres georgianas. Algunas saben mucho, y casi todas conocemos las piezas y sus movimientos, no mucho más. Pero asistía a los encuentros, a las partidas, y pensaba en las palabras: una partida es a la vez una lucha frontal y encarnizada entre los muñecos de madera, donde van cayendo sin remedio peones, caballos, un alférez y todo el mundo aguarda la inevitable caída, el derrumbamiento de uno de los dos reyes. O el acuerdo que deja a ambos indemnes, pero no recupera a los peones fallecidos, a las torres desmochadas, a los alfiles eliminados los jinetes desarzonados. Pero una partida también es el dolor de la separación y es también la situación del alma que queda partida, como por el hachazo de un destino injusto. Yo no me acerqué entonces, Capa, todavía no, en este mil novecientos veintisiete, el campeón del mundo del ajedrez, el dios Apolo acechado por una cohorte de emisarios del mal, funcionarios bolcheviques groseros que blanden y esgrimen botellas de vodka a manera de tirsos amenazantes, obscenos, dolorosos. El nuevo Dionisos, Aliojin, el oficiante del mal, rodeado por su coro sombrío de funcionarios ominosos, y botellas de vodka y proclamas de redención para todos los parias de la tierra… (Pausa). Yo soy una princesa rusa y las princesas rusas amamos en francés. Con copas de finísimo cristal de Bohemia donde las burbujas del Champagne sonríen y brincan y se elevan al cielo. Pero ¿dónde ha ido a parar el cielo ahora? Ya no hay cielo. No lo hay, o si lo hay, desde luego ya no habita en Rusia. (Suenan compases del segundo movimiento del concierto de piano nº 21 de Mozart).

 

De nuevo foco sobre OLGA, sentada en una silla estilo Emmanuelle. OLGA es la manifestación de la sensualidad prohibida. Suenan, en piano, los compases iniciales de un tango de arrabal.

 

OLGA: Capa era mucho más que educado. Era de una educación exquisita, incapaz de soltar una sola palabra de dudoso gusto. Y las mujeres merodeaban en torno a él, no porque fuera el campeón del mundo, no porque fuera un dios. Solo porque era muy guapo. Era un estupendo jugador de bridge y de póker. Lo que ganaba con el ajedrez lo cuadriplicaba en el póker. Así que el gobierno cubano estaba encantado con su diplomático de Asuntos Exteriores, que hablaba perfectamente inglés y francés. Alguien a quien iban a ver Leopoldo III, Stalin o el rey Jorge. Y Capa se deslizaba entre todos como si ninguno pudiese mancharle. Él era simplemente el emperador del juego de reyes. De pronto acercaba su mano con elegancia hacia una pieza, la tomaba casi como si fuera un vuelo, la depositaba en un escaque como un regalo insospechado y sonreía con ligereza. En ocasiones se levantaba de la mesa, disculpando su breve ausencia ante su contrincante y luego volvía. A veces volvía para asistir simplemente a la rendición del rival, sellada por un apretón de manos y la firma doble en la planilla donde se anotaban las jugadas. El rival, el contrincante vencido, se llevaba a su casa la firma del joven dios protegido por Caissa. Bueno, no era tan joven, tenía casi cuarenta años por entonces, pero eran casi cuarenta años por los que no había pasado la edad. (Pausa). Los dioses no tienen edad.

LEZAMA: El tío Alberto siempre, siempre, siempre tenía historias para contar. (Pausa). El hombre que inventó el triple saludo con sombrero, por ejemplo. (Pausa y ahogo). El gran Ruzafa el valenciano, el malabarista del saludo, la quinta esencia de la pleitesía. (Se dirige al público). Esto pasaba, claro, en el siglo XIX, en los tiempos del dominio español. Ruzafa diferenciaba (Pausa) entre gentes de saludo sencillo, ante ellos se quitaba veloz el sombrero y lo reponía de inmediato en su cabeza. Pero debajo del primer sombrero había un segundo (Pausa y ahogo). A las gentes de saludo y pleitesía, tras quitar el primer sombrero ya no lo devolvía a la cabeza, sacaba el segundo sombrero (Pausa). … con la mano izquierda y hacía un leve movimiento de cabeza, en la derecha un sombrero, en la izquierda el otro y cuánta gracia esa levísima, aérea inclinación de cabeza. El tercero, ah, el tercero, (Pausa). Eso era la prueba de su genio. Quienes merecían el rendimiento absoluto veían cómo Ruzafa, desde esa posición, cada sombrero en una mano y recién hecha la inclinación de cabeza, un mecanismo (Pausa)… un mecanismo tan sencillo, como ingenioso, tan poético en su gesto, hacía saltar el tercer sombrero hacia la espalda, lo mantenía unido por un bramante, de modo que no caía al suelo, y entonces, (Pausa) la genuflexión que el monarca merecía, o las infantas, o el príncipe, o el secretario general del gobierno de la Ínsula Fernandina. Un solo hombre y tres sombreros distintos: el ejemplo perfecto de la trinidad genuflexa. ¡Ruzafa el valenciano! La epifanía del protocolo, la hipertelia de lo poético. Ya no hay de esas gentes.

 

Foco cenital de luz azul grisácea sobre OLGA, que declama como entre sueños:

 

OLGA: Cuando juramos al Almirante Kolchak… (Pausa)… cuando juramos al Almirante Kolchak como zar de todas las Rusias… (Pausa)… yo estaba allí, por eso digo que lo juramos… el cielo estaba inhóspito y ajeno, las nubes colgaban inútilmente del cielo y el aire estaba congelado… nos arrodillamos como si el Mesías se hubiera manifestado… pero Kolchak no era el Mesías… solo era un dios menor, solo era un Ares griego o un Marte latino, el dios de la guerra… (Pausa). Liberia y Ucrania son muy distintas y los inviernos en Siberia son crueles, ajenos e inhóspitos. (Pausa). Mi padre era el general Evgueni Alekseyevich Goubaroff. Mi padre era… (Pausa larga. Suspiro). Me tenía cogida de la mano cuando nos arrodillamos ante él para ungirlo zar de todas las Rusias. Nos arrodillamos todos, tal vez un millar y yo era la única muchacha. La única muchacha que pilotaba aviones. Tenía veinte años y era ya piloto de caza. Y ya han pasado más de siete desde que fusilaron al Almirante. Siete años de vacas mucho peor que flacas, siete años de vacas hambrientas, escuálidas, desamparadas. Y lo que nos espera ahora con ese georgiano brutal. Georgiano, no ruso. Lo conozco de sobra porque yo también soy georgiana. ¿Sabéis que a las georgianas, en nuestro ajuar de boda, nos ponen un tablero de ajedrez con las piezas? Ya no quedan rusos blancos, unos están muertos y otros nos hemos ido. Así que los siguientes van a ser los propios bolcheviques, porque el Leviatán se ha levantado de las profundidades del horror y… (OLGA se queda un momento pensativa y luego regresa cambiando de tono). Han empezado ya y han empezado por la demolición del dios de la inteligencia. No soportan a los mejores, y no soportan a los que son distintos. Capablanca ha vencido a Aliojin, lo ha aniquilado, aniquilado, pero con esa elegancia suya tan inimitable, en todos los encuentros que han disputado este año, pero ahora no estaba jugando contra uno, sino contra una organización entera. Aliojin y los que mueven a Aliojin, llevan meses preparando, analizando, indagando, avizorando, sopesando, cada movimiento de las piezas de Capablanca y cada gesto del joven dios; se han metido en su pensamiento y se lo han revelado a Aliojin, que sólo pone las manos. ¿Conocéis la historia del autómata de Kempelen? En vez de un autómata ahora hay un pelotón de autómatas, una falange de hombres sin atributos, un almacén de repetidores de las consignas del ser supremo que gobierna todas las conciencias. Al menos cuando fusilaron al Almirante, sabemos que Lenin y Trotsky temblaban ante la posibilidad de que no se pudiera llevar a cabo, de que en el momento mismo de la descarga el pelotón dispararía contra su capitán y no contra el ajusticiado. Con el demonio georgiano no pasa esto: su legión de empleados de los escaques, de administrativos de las piezas, de estabuladores de los caballos, su nombre es legión, estudia y memoriza movimientos, prevé las reacciones del genio y anula su capacidad de crear, cierra todos los caminos, ciega todos los corazones. No gana un hombre frente a un hombre, hay un aglomerado de cerebros que sostienen el cerebro de Aliojin, ese alcohólico al que han prohibido probar una gota de vodka hasta que cada partida no termine. Si la ganan o es tablas, le dan su dosis de alcohol. Si perdiese, cosa que hasta ahora no ha pasado, le someterían a la más terrible de las privaciones. La privación de la voluntad, es decir, de la libertad. Pobre Aliojin, que ni siquiera sabe lo que está haciendo: al destruir a Capablanca se está destruyendo a sí mismo y nos está destruyendo un poco a todos… Está haciendo que sus amos puedan entregarse a la devastación de las almas. Chichikov ha resucitado y ahora hace los movimientos que le dictan sus amos. Las nuevas almas muertas, los cadáveres que se agitan y se propagan. Los pequeños demonios que envidian a los dioses desde sus grutas volcánicas. (Pausa larga). José Raúl Capablanca seguirá siendo inmortal, porque a fin de cuentas es un dios, aunque él no lo sepa. (A negro).

 

Vuelve el foco sobre el joven LEZAMA, que lee atentamente un libro y va comentando pasajes.

 

LEZAMA: Juan Clemente Zenea. (Pausa. Engola la voz para leer el primer verso). “En vano el tirano evita”. No, tiene que ser más natural, es un hecho natural: En vano el tirano evita (Pausa de verso y de asma) que torne al suelo nativo (Pausa) y decreta, vengativo, alguna bárbara ley. (Pausa larga. Se dirige al público y proyecta la voz pausando tras cada verso). Porque tengo por más honra ser libre filibustero que ser pirata negrero y torpe esclavo de un rey”. Esto será siempre actual, claro, los tiranos siempre decretan leyes bárbaras y los hombres libres antes preferirán ser filibusteros que correveidiles de palacio. (Pausa larga). Y está muy bien rimado, con el cuarto y el octavo verso en agudo. Es como Espronceda: los poetas libres (Pausa) hacen versos libres aunque la rima siga encadenada. Pero a mí me gusta más Zenea cuando se olvida de los temas y se dedica a rescatar cautivos… (Pausa). A rescatar vocablos cautivos, almacenados y olvidados en el calabozo de las palabras. (Pausa y ahogo de asma). Mirad esto, oíd esto, ved esto: “Los espíritus del lago / navegan en los nelumbios”. (Pausa).. Como lector que espera la sorpresa en el verso, aquí yo me sorprendo y me asusto, me pasmo (Pausa). y mi memoria se tambalea. ¿Qué son esos nelumbios que convocan espíritus? ¿Qué es lo que hacen ahí, escarbando en mi memoria? (Pausa larga). Los nelumbios. Ni lo sé, ni me importa lo que puedan ser. Es la sonoridad exacta y (Pausa y baja la voz) sorprendente de los nelumbios. Y todavía me encuentro en el ámbito del pasmo y ya me doy (Pausa) con un endecasílabo asombroso: “Pirámides de espuma transparente”. Zenea se mofa de los románticos de salón, los delata certeramente: “un diluvio de palabras en un desierto de ideas”. Él escoge una sola palabra, los nelumbios, una palabra que (Pausa) vale por el diluvio de Noé. Y ¿qué más idea que transustanciar la espuma en pirámide? Zenea… Es como si Zenón de Elea hablara con la voz de Safo o de Simónides. (Pausa). Con eso ya yo entiendo la profundidad del deseoso en esos versos únicos: “¡Oh, si tú hubieras nacido/ en una tierra que existe/ (Pausa y declamación lenta del verso que sigue ) lejos, lejos de aquí”. La idea en sí misma, cuando es pura, es ya poesía. Zenea… fusilado por el sayón de España. Zenea… (Se apaga el foco de luz y vuelve a encenderse gradualmente, en azul, para iluminar a un LEZAMA juguetón y malicioso, que añade: ) Los nelumbios son un tipo de nenúfares. (A negro).

OLGA, con una luz violeta que va cambiando paulatinamente a púrpura: Y se está terminando ya toda esta inútil pesadilla, este sombrío juego bolchevique, esta farsa política. Capablanca desterrado en la isla de Elba; el Emperador acosado por el comisario Aliojin; Belfegor, Fagot o Woland disputándose los últimos jirones del alma rusa. Chichikov promovido a la más alta magistratura del Estado de Inconsciencia. Como georgiana puedo adivinar hacia dónde apunta ya el hacha silenciosa del hombre de acero: van a ir cayendo, uno tras otro, Kamenev, el hombre de piedra, Kirov, el hombre de paja, Zinoviev el hombre de las mil caras y, claro, ya ha empezado a hundirse el que todo lo sabía y todo lo vigilaba, León Davidovich y que ahora, como la calavera de Yorick está invitado a un banquete en el que para los entremeses él no come, sino que es comido, que se lo comen se sirve su cabeza en gelatina. ¿Quién escribió sobre esto? Lewis Carroll, claro: el zapatero y las ostras.

Capablanca se sacrifica para salvarnos a todos. La única esperanza… La última esperanza blanca: capa blanca frente a capas negras, murciélagos alevosos contra el ángel…

 

 

SEGUNDO ACTO

 

El escenario representa el salón de la familia Capablanca, al Oeste de La Habana, en El Vedado. La escena ha de ser simétrica, clara, con luz tamizada y un velador encendido en la derecha (del espectador) y otro a la izquierda. Al abrirse el telón está CAPABLANCA concentrado en analizar una posición de ajedrez mientras su madre, MARÍA GRAUPERA está ocupada en abrillantar una copa de plata de la vitrina de la izquierda, con tres estantes en donde lucen trofeos de ajedrez. En la pared del fondo, a la izquierda del espectador, una reproducción de la Inmaculada de Murillo; a la derecha un cuadro de cuerpo entero de José Martí. En el centro, un crucifijo. El resto del decorado, a discreción del director escénico, pero siempre haciendo ver la idea de Orden y de Claridad. Es el salón de una familia cristiana de origen español. CAPABLANCA lleva un terno, con la camisa abrochada con gemelos de oro y un chaleco gris marengo, de donde cuelga un reloj de bolsillo.

 

 

MARÍA: Hijo mío, pero si no hablas nada. Llevas media hora metido dentro de ese tablero y no has dicho ni palabra. Ya ves, yo he entrado, he salido, he limpiado la copa del Torneo de San Sebastián, qué ciudad tan hermosa, la playa de la Concha, el monte Igueldo, la arena finísima.

CAPABLANCA: Sí, madre. Usted sabe que si no hablo es porque necesito el silencio. Sin silencio no puedo concentrarme. El silencio y mi reloj. El ajedrez es un juego con el Tiempo, el dios Cronos.

MARÍA: No digas nunca eso, hijo mío. Sólo hay un Dios, igual que sólo hay una Virgen María. No me gusta esa forma de hablar. No me gustan esas bromas francesas.

CAPABLANCA: ¿Qué quiere decir, madre, con esa idea? De qué bromas francesas habla.

MARÍA: Sólo un francés podría hablar del dios Cronos y de la diosa Atenea, esa otra que tanto te gusta mencionar. Estatuas frívolas. Todo lo francés es frívolo, hijo mío. Y tú no tienes que ser frívolo. Tú eres el campeón del mundo de ajedrez. Eso no es frívolo.

CAPABLANCA: Todavía no, madre. Tengo que ganar una partida más para serlo. Y los franceses no son frívolos.

MARÍA: Hijo mío, tú no sabes nada de la vida. Los franceses son los que inventaron la frivolidad, por eso se dice frivolité, que todavía suena peor. (Se santigua). A ver, hijo mío, el Moulin Rouge ¿eso no es frívolo? (Doña María pronuncia ‘Moulin Rouge’ con un exquisito acento francés). Y esas mujeres desvergonzadas que levantan las piernas por encima de la cintura ¿no son frívolas? Enseñando los pololos.

CAPABLANCA (Muy serio y sin dejar de contemplar el tablero de ajedrez con la posición de un final de reyes y peones): Yo nunca he ido al Moulin Rouge, madre. Ni pienso ir nunca.

MARÍA: No nos faltaría más que eso, hijo mío. ¿Te imaginas la prensa francesa al día siguiente? El campeón de ajedrez juega a las damas por las noches. ¡Qué horror! ¡Qué absoluto oprobio, Dios mío!

CAPABLANCA: Madre, necesito silencio. Es un final de reyes y peones y el cálculo tiene que ser muy preciso.

MARÍA: Te dejo, hijo mío. Ya yo sé lo que tú necesitas. (Pausa). Necesitas silencio. Una madre siempre sabe lo que necesita su hijo. Mucho mejor que él. (Al ir saliendo hace una reverencia al cuadro de la virgen y se santigua. Antes de salir, ya abriendo la puerta, se vuelve y dice, con una mezcla de dulzura y firmeza). Y que sepas, hijo mío, que una cosa es la gruta de Lourdes y otra muy distinta el casino de Biarritz. Que a mí me lo cuentan todo.

 

La luz debe aumentar ligeramente al salir MARÍA. CAPABLANCA se levanta con un gesto radicalmente elegante y pausado. El parlamento que sigue se dice con un tono de serena preocupación.

 

CAPABLANCA: ¿Será posible? Pero si hace ya diez años. Y ha esperado hasta ahora para recordarme lo del casino de Biarritz. (Pausa y mira al público con gesto de perplejidad). Yo tenía veintidós años entonces. Y gané ese torneo, cinco mil francos de oro y los quinientos de la partida más brillante. El barón Rotschild se emocionó al entregarme los quinientos francos de oro: “Joven. Sepa usted que esa partida con Bernstein se recordará por los siglos de los siglos. Ha sido mi mejor inversión en arteˮ. Los quinientos francos de oro que me jugué en el casino de Biarritz: cincuenta a rojo, cien a negro y repetir doblando. Así que los quinientos francos se convirtieron en dos mil. Y nos volvimos a San Sebastián a la mañana siguiente, Schlechter, Janowsky y yo. (Pausa y sonrisa. CAPABLANCA está recordando la noche en Biarritz). Los franceses, madre tiene razón, son frívolos, pero los que nos fuimos al casino de Biarritz éramos un cubano, un canadiense y un austriaco. Y eso fue antes de la guerra y antes de que se hundiera el Titanic. (Pausa). El doctor Emmanuel Lasker no jugó ese torneo. Entonces nos habría ganado a todos. Diez años después no quiere ganarme a mí. Es la primera vez que me encuentro a un ajedrecista que quiere que le gane. ¿Qué hay detrás de esta actitud? ¿Está cansado porque Lasker es alemán y su pueblo ha perdido la guerra? ¿O no quiere ganarme porque quiere que todo el mundo, que el mundo entero, sepa oficialmente que soy yo el verdadero campeón? Hace diez años no quiso ir a San Sebastián, a ganar, y este año sí ha querido venir a La Habana. A perder. No, no a perder. A que yo gane. Ahora entiendo lo que Lasker ha venido a hacer aquí. No le importa el dinero del premio. Es él quien desea coronarme como campeón. No ha ganado ni una sola partida y hemos jugado más de veinte. Nunca ha querido ganar, sólo ha estado buscando posiciones para que yo las resuelva. Si se hubiera retirado yo habría tenido que jugar contra Nimzowitsch o contra Rubinstein. Ha querido ser él el que coronara a su sucesor. (Pausa larga. CAPABLANCA se sienta de nuevo ante el tablero y sonríe ostensiblemente).

 

Llaman a la puerta y unos segundos después asoma MARÍA, que pregunta.

 

MARÍA, desde la puerta: Raulito, está aquí tu amigo Alberto Lima ¿Quieres que pase o que espere, hijo mío?

CAPABLANCA (Se levanta, y mientras se vuelve de cara a la puerta dice): Sí, que pase, que pase. Entra ALBERTO, decidido, extravertido y alegre; unos segundos después y CAPABLANCA da unos pasos para recibirlo cerca de la puerta, casi en el centro de la escena. ALBERTO le estrecha la mano efusivamente, mientras con la otra mano le toca el antebrazo.

CAPABLANCA: ¿Qué historia vienes a contarme hoy, mi alegre amigo?

ALBERTO: Que ya lo tengo. Mira. (Saca del bolsillo de la americana un caballo de ajedrez de color rojo y se lo enseña mientras sonríe pícaramente.

CAPABLANCA: Bien. Es un caballo. Ya lo veo. (Pausa). Rojo.

ALBERTO: No es un caballo, José Raúl. Por cierto, ¿desde cuándo tu madre te llama Raulito? Es el CABALLO. Atiende un momento, genio. Que yo también tengo un genio escondido en mi lámpara. (Desenrosca la base del caballo y saca un papelito doblado que había dentro. Lo desdobla cuidadosamente y lee, engolando la voz cómicamente). “No hay luz, ni fuego, ni esplendor fecundo/ ni hay grata melodía/ en el lánguido hablar de una extranjera./ Ni hay amor como el tuyo, hermosa mía,/ en cuanto abarca la extensión del mundoˮ. ¿Qué tal?

CAPABLANCA: ¿Todo eso estaba escrito en tu papelón doblado? ¿En letra del reino de Liliput?

ALBERTO: Sí, señor, todo eso. En letra liliputa. En la letra que usan los elfos y los lepricanos. (Condescendiente). Son unos versos de Juan Clemente Zenea. (Cómplice). Así que te casas con Gloria. Ganas el campeonato del mundo y te casas. ¿Qué vas a hacer cuando lo pierdas? ¿Divorciarte?

CAPABLANCA: Sabes que no lo voy a perder nunca. Y no me voy a divorciar nunca. Además los católicos no nos divorciamos.

ALBERTO: ¿Te sabes la historia de Juan Clemente Zenea?

CAPABLANCA: ¿Qué historia? ¿Cómo lo fusilaron al volver? Me lo explicó mi padre de una forma, como un delito de traición y me lo explicaste tú una vez como un ejemplo de patriotismo.

ALBERTO: No. Digo la historia de Juan Clemente y Adah Menken, la voluptuosa. Aquí mismo en La Habana.

CAPABLANCA: ¿Quién es Aldamenque?

ALBERTO: Ada, no Alda. Alda es la esposa de don Roldán, que está en París. Y es Menken, con una ene al final de cada sílaba. Men – Ken. Era una actriz. Mucho más que voluptuosa. Y completamente extranjera.

CAPABLANCA (Sarcástico): ¿Lo fusilaron a causa de una actriz extranjera y voluptuosa? Eso tiene más sentido que lo de la alta traición.

ALBERTO: Bueno, sin duda que él se hubiera dejado fusilar por ella. Vino al teatro de La Habana y la gente esperaba que se mostrara desnuda y paseando a caballo como Lady Godiva, de modo que todos los hombres querrían ser Peeping Tom.

CAPABLANCA: Me he perdido entre tu colección de nombres.

ALBERTO: En Luisiana se habla francés y se habla un francés muy caliente. Y cuando se habla de Ada el francés se convierte en una lengua capaz de hacer hervir la memoria. Ada era una actriz que gustaba de pasear desnuda montada a caballo. Así que cuando vino a La Habana todos los habaneros creían que visitaría el Vedado en atuendo de Eva y que Ada iba a ser como un Edén.

CAPABLANCA: Y Zenea estaba listo para ser el nuevo Adán del Edén.

ALBERTO: El Adán del Edén de Ada. El CABALLO que capturase al Rey, el…

CAPABLANCA: El caballo. Vuelve al ajedrez y cuéntame qué pasa con ese caballo que está lleno de poesía.

ALBERTO: Caballo Rojo para la poesía. Rojo de Sangre, rojo de pasión. Si el papelito blanco no contiene nada, eso es que puede contener todo. La papelina puede esconder un Quijote y el caballo puede ser su Rocinante. (Pausa). Le voy a hacer el mismo truco de magia a mis sobrinitos, a Pepito y a Eloísa. Su padre es también militar, como el tuyo, así que van a necesitar mucha magia para sobrevivir.

CAPABLANCA: ¿Sólo magia caballuna o también los alfiles y los peones?

ALBERTO: Todas las piezas, claro. Caballo toma Alfil. Y el Alfil, el Obispo, el Bufón, se reintegra a su cajetín pero lleva una sorpresa. Lo desenrosco y leo. Una máxima. Una moraleja de La Fontaine, por ejemplo: “Amour, Amour, quand tu nous tiens…”. Bueno, eso en español: Amor, Amor, en cuanto nos atrapas… (Sonríe). Te casas con Gloria, esa muchacha de Bayamo, como Juan Clemente Zenea. Amor, Amor, en cuanto nos atrapas, adiós la sensatez y la cordura.

CAPABLANCA: Mi madre dice que es la mujer que me conviene.

ALBERTO: Eso sí que es una declaración de amor. La mujer que te conviene. Voy a dejar eso. Háblame de Lasker. Mañana se termina todo, ¿no?

CAPABLANCA: Sí, y Lasker parece estar más contento que yo. ¿No te parece sorprendente?

ALBERTO: Lasker está cansado, es un viejo león fatigado y quiere irse señalando ante todos quién es el joven y nuevo rey.

CAPABLANCA: Lasker… ¿Sabes lo que me dijo para plantear este encuentro?

(CAPABLANCA se desabrocha displicentemente, casi de forma maquinal, el botón superior de la camisa y se afloja algo la corbata. Es un gesto inconsciente, relacionado con la presencia de ALBERTO).

ALBERTO: Si no me lo cuentas no lo puedo saber.

CAPABLANCA: Me dijo que yo era ya el verdadero campeón y que él no quería ser ningún usurpador. Que me retaba como aspirante, no como el campeón que ya no era. ¿No te asombra esto? Qué distinto a Bernstein o Nimzowitsch, que en San Sebastián me decían que yo no era nadie.

ALBERTO: Te decían que no eras Ulises, claro. Ni ellos eran Agamenón. Lasker sí ha sido Agamenón hasta el final. Al venir a La Habana sabía que iba a ver a Egisto.

CAPABLANCA: ¿Qué iba a ver a Egipto? ¿Por qué iba a ver a Egipto?

 

Golpes en la puerta y al poco se abre y aparece MARÍA GRAUPERA.

 

[MARÍA, ALBERTO, CAPABLANCA]

MARÍA: ¿Puedo entrar, Raulito?

CAPABLANCA: Madre, soy José Raúl y soy el campeón del mundo de ajedrez.

MARÍA: Me parece muy bien, Raulito. ¿Ya sabes en qué iglesia prefieres casarte con Gloria?

ALBERTO: Allí donde vaya José Raúl, allí estará la Gloria.

MARÍA (Regañando): No se dice ‘la Gloria’, señor Alberto, eso es muy vulgar. No hay que ponerle artículo a los nombres propios. A ella no le gustaría nada saber que un amigo de Raulito le pone ‘la’ por delante del nombre. Gloria es Gloria, Gloria Simoni. Gloria Simoni Bethancourt. La madre de los hijos de Raulito.

CAPABLANCA: Madre…

ALBERTO: ¿Ya? ¿Tan pronto?

MARÍA: (Desconcertada). ¿Qué estás diciendo, Alberto? No me gustan ese tipo de bromas. No veo que tengan ninguna gracia y además es grosero. Grosero y vulgar. Gloria va a ser la madre de los hijos del campeón del mundo de ajedrez. Todos los campeones del mundo tienen hijos, ya lo sean de ajedrez o de pesos pesados del boxeo. Eso que has dicho ha sido… (Pausa). Muy frívolo. (MARÍA se acerca a CAPABLANCA, lo escudriña detenidamente con un leve aire de desaprobación y finalmente se decide a abrocharle el botón superior de la camisa y enderezarle el nudo de la corbata. Luego añade, a modo de explicación. Un campeón del mundo de ajedrez no puede ir por ahí con el botón de la camisa de cualquier manera y con la corbata mal puesta.

CAPABLANCA: No voy por ahí, madre. Estoy dentro de la casa.

MARÍA: ¿Y si vienen visitas, qué? ¿Las vas a recibir hecho un descamisado?

ALBERTO (Con guasa): Como tu amigo Alberto.

CAPABLANCA: Desabrochar el último botón, o el primero, según se quiera ver, no es andar hecho un descamisado, madre.

MARÍA: Cállate, Raulito. SI no va uno impecablemente es que no va bien. (Le da un beso maternal y se dirige hacia la puerta). Caballero…

ALBERTO: Caballero descamisado…

MARÍA: Gracias por su visita.

ALBERTO: Gracias por su recibimiento, señora. Yo también voy a irme. (Hace una doble reverencia a la madre y saluda a CAPABLANCA con la mano abierta en abanico).

 

 

TERCER ACTO

  

[CAPABLANCA, OLGA]

En Nottingham, agosto de 1936. La suite de un hotel de lujo. Hay un biombo japonés al fondo y cerca de él una chaiselongue. En primer término, izquierda, una otomana. Sobre el biombo hay una difusa luz rojiza. Encima de la mesita de ajedrez, luz blanca, clara, tamizada. En la otomana está sentada OLGA, con gesto indolente. CAPABLANCA está analizando una posición. Lleva un jersey inglés de pico, sin corbata y pantalón deportivo. La camisa, cuyo cuello sobresale del jersey es de color hueso.

Una radio de galena transmite noticias: Madrid, 18 de agosto. Se nos adelanta la noticia, que habrá que confirmar o desmentir, que el ejército fascista del general Franco ha asesinado en Granada al conocido poeta republicano Federico García Lorca. Se ampliarán noticias en cuanto… [Disminuye la voz, que se va difuminando. OLGA cierra el aparato.]

 

OLGA, dando vueltas a un collar con un movimiento circular muy lento. Sonríe y mira al público, casi con descaro. Baja ligeramente la cabeza, entorna los ojos y tamborilea sobre su bolso Coco Chanel: Amor mío…

CAPABLANCA: Está ganado. No tiene ninguna línea de defensa. No creo ni que venga a reanudar. Me hará llegar su abandono por el árbitro.

Toca suavemente el rey negro y le hace inclinarse sin ningún ruido hasta que toca el tablero. Tiene que ser un gesto muy elegante. Me hará llegar su abandono por el árbitro. (Cambia el tono para dirigirse ahora a OLGA): Olga, amor mío…

OLGA: Me he divertido mucho con eso que me contaste de Moscú. Y estoy feliz, ahora mismo. ¿Sabes por qué?

CAPABLANCA: Supongo que porque estamos juntos.

OLGA: Sí, sobre todo porque estamos juntos. Me aburría mucho con esas estúpidas mujeres literatas, presuntuosas y convencidas de la bondad universal de los bolcheviques. Ninguna de ellas habla ruso, y las noticias de la prensa inglesa me dan mucha risa. Pero también estoy contenta porque le has ganado a Aliojin.

CAPABLANCA: Más que ganarle, te diré que lo he barrido del tablero. Cuando empecé mi combinación, la primera jugada le dejó totalmente desconcertado. Ni Bogoljubov ni Botvinnik estaban para ayudarle. Y además, como ya no es el campeón del mundo ni siquiera Stalin le ha proporcionado ayuda. Creo que están apostando por ese joven, Botvinnik. Que es mejor que él. Y es educado. Y no acosa a las botellas de vodka hasta dejarlas vacías.

OLGA, divertida, ingeniosa y alegre, abre su bolso y saca unos bigotes postizos, que se pone con gesto cómplice: ¡KAMARRADAS! La estrella roja de la rrrevolusión proletarria universal os guiarrrá hasta la victorrria final. (Pausa explicativa y cambio de tono). Hay que hacerlo con acento georgiano, destroza un poco el ruso, se le nota en las erres.

CAPABLANCA se ríe con risa contagiosa. OLGA también se ríe. De pronto se pone seria y continúa su imitación. Se acerca a CAPABLANCA tratando de que su personaje resulte amable:

OLGA: ¿Todo va como deberrría irrrr, señor Capaplanca? ¿Qué puede hacer el secretarrrio generral por ustet para hacerrle la vida más agradable en Mossscú?

CAPABLANCA, tratando de contener la risa: No va todo tan bien como debería ir, señor secretario general.

OLGA: ¿Cómo es eso, señorrr Capaplanca, cómo es eso?

(OLGA se acerca al biombo, trae de allí una gorra de plato con estrella roja, se la encasqueta muy ufanamente y repite, con énfasis): Dígame cómo es eso… yyooo… lo arrrreglarrré.

CAPABLANCA: He creído observar, me ha parecido observar, que los ajedrecistas rusos, Aliojin, claro, (baja la voz, como si fuera una confidencia) ahora que ya no es campeón del mundo, Bogoljubov y Botvinnik, ¿cómo decirlo? Jugaban de una manera, eeeh, displicente… relajada… no muy intensa…

OLGA: No comprrrendo a dónde quierrre ir a parrarrr. No lo comprrrendo.

CAPABLANCA: Quiero ir a parar a que todos ellos… todos ellos… cuando se enfrentan conmigo, luchan encarnizadamente, defienden hasta el final su posiciones, analizan y revisan mis aperturas. Los veo estudiando en tableros portátiles y cuando paso junto a ellos reconozco las posiciones de mis partidas. Y entre ellos, no sólo se relajan. Es que da la impresión de… de como si estuvieran interesados en que Botvinnik… en que Botvinnik…

OLGA: ¿Qué? Botvinnik ¿qué?

CAPABLANCA: En que Botvinnik, por cierto un joven muy talentoso y, si el secretario general me lo permite, más fuerte que Aliojin… no sé cómo decirlo: parece como que… se diría como que… a Bogoljubov le interesa más que Botvinnik gane que lo que él mismo pueda hacer. También he observado… también me ha parecido observar, que Aliojin, cuando jugó conmigo estaba sobrio, pero cuando jugó con Botvinnik estaba…

OLGA: ¿Borrrachoooo? ¿Eso quierrre decir, camarada Capaplanca… ciudadano Capaplanca… ciudadano cubano Capaplanca…

CAPABLANCA: Diplomático José Raúl Capablanca representante del gobierno de La Habana…

OLGA, asumiendo su papel con convicción: ¡Impéciles! Esa no es la orrrden que yo le había dado a Perria. Impéciles. Sólo dije que el gobierrrno verrría…

CAPABLANCA: Entonces ha sido un quiproquo, tal vez un exceso de celo, quizás un desmayo de la inteligencia…

OLGA: ¡Le jurrro, señorrr Capaplanca, que no volverá a sucederrr!

CAPABLANCA: No me gustaría que lo que he dicho le causara más problemas al camarada Aliojin. (Procurando decir lo siguiente con un tono de educada distancia). Especialmente ahora que ya no es campeón del mundo.

OLGA, arrojando lejos su bigote y la gorra de plato: ¿Te das cuenta? Aliojin ya no es el campeón. Y ese holandés, Euwe, sabe que tú eres el verdadero campeón. (OLGA se deja llevar por la euforia y lo besa apasionadamente).

CAPABLANCA: (Que se ha dejado besar sin oponer ninguna resistencia. El resto del diálogo OLGA sigue haciendo el papel de Stalin, pero ya sin necesidad de bigotes ni gorra de plato). Hay algo más, señor secretario general… me gustaría saber por qué…

OLGA, expectante: …por qué no…

CAPABLANCA: …por qué no, eso es… por qué no se me ha permitido venir con la señorita Olga Chagodaieva. (Pausa). Tal y como solicité al aceptar mi participación en el torneo.

OLGA, indignada, en su papel de Stalin: Permítame que le interrogue, señor Capablanca, permítame que le interrogue. ¿Tal vez se refiere a Olga Efguenievna Chubarova? ¿Se está refiriendo a la señorita Chubarova? ¿Hija del general Chubarof, del ejército rebelde del Almirante Kolchak? (Pausa larga). ¿Ese Almirante que no ha existido nunca y que no existe y que seguirá sin existir mientras yo, Josef Stalin, sea el nuevo Zar de todas las Rusias?

 

Silencio prolongado. OLGA y CAPABLANCA se ríen al mismo tiempo, con una risa alegre, liberadora y rotunda.

 

OLGA: ¿Te das cuenta, amor mío? Aliojin ya no es campeón del mundo…

CAPABLANCA: En realidad nunca lo fue. Ha sido un usurpador.

OLGA: Sí, como el falso Demetrio. Los falsos Demetrios siempre vuelven. Rusia entera se ha llenado de falsos demetrios, de pequeños demetritos insoportables y vociferantes.

CAPABLANCA: (Pensativo). Aliojin…

OLGA: Cuéntame ahora cómo le ganaste, explícame de qué forma lo has barrido. Dime cómo lo has hecho…

CAPABLANCA dispone las piezas en el tablero con una sonrisa apenas contenida. Una vez ordenadas en la posición inicial va cantando la serie de las siete primeras jugadas mientras las hace rápidamente y llega a la posición en que las negras juegan el alfil a la casilla f6: De cuatro, e seis, caballo f3, efe cinco, ge tres, caballo efe seis, alfil ge dos, alfil ge siete, enroque, enroque, ce cuatro, caballo e cuatro, dama be tres y las negras alfil efe seis. Fíjate qué mal, esto no puede ser bueno, nunca. Estamos en la jugada siete y ya ha movido dos veces un caballo y dos veces un alfil. Es peor que dos errores, es una ofensa a las leyes del ajedrez, es una imperdonable falta de elegancia. No estoy jugando contra un ajedrecista, estoy jugando contra un coronel que busca una cabeza de puente para la caballería y luego sitúa a un comisario político para vigilar los movimientos de sus propios jinetes. Aliojin no es más que un coronel alelado. Qué triste.

OLGA: Por eso anda de la forma en que anda, amor mío. No te has dado cuenta de que no tiene andares de persona, anda como si nos estuviera vigilando para ir a contárselo a alguien en una callejuela oscura. Un coronel sombrío, un alma en pena sin ningún sentido.

CAPABLANCA moviendo velozmente sus piezas hasta alcanzar la posición de la jugada 29: Aquí me está ofreciendo el cambio de damas. Eso es que no ha captado el alma de la posición. Él tiene su artillería pesada, las dos torres de asalto; yo tengo la pareja de alfiles con un caballo que resguarda al rey. Y los alfiles, los consejeros, los obispos, los bufones, los alféreces, los locos, tienen abiertas las diagonales y se van a infiltrar por donde quieran. Por la diagonal blanca, por la diagonal negra, un obispo afilado y jesuítico, un bufón lenguaraz y alegre, un arrojado alférez, un sesgo alfil frente a ese rey tenue que ya no dispone de dama. El coronel no tiene quien le dicte un plan. Sólo dispone de dos tristes torres abandonadas. Dos centinelas sin nadie a quien vigilar.

OLGA: ¿Estás hablando solo de Aliojin o de alguien más?

CAPABLANCA: (Se ríe como con un atisbo de felicidad). Estoy hablando de la vida. Te contaré un secreto. El campeón del mundo, el doctor Max Euwe, es holandés. Un holandés inteligente y noble, pero que a quien le ha ganado el título ha sido a un coronel borracho, no a aquel Aliojin que jugó en Buenos Aires vigilado por una delegación de rastacueros. Bueno, un holandés. Pues en esta partida, a mi salida de peón de dama, Aliojin enfrentó la defensa holandesa, qué ironía. Una ironía quizás urdida por algún dios malicioso, por un Hermes con buena memoria. Como ya no es el campeón del Mundo Bolchevique ya nadie va a ayudarle para defenderse. Y menos que nadie, la defensa holandesa.

OLGA: (También sonriendo). Sé cómo te sientes…

CAPABLANCA: Olga, amor mío. Olga, Olga, Olga, Olga… Me gusta repetir tu nombre. ¿Sabes? Me estoy acercando a los cincuenta años y por primera vez estoy enamorado. Y tú… tú tienes ahora treinta y siete, pero aparentas no tener más de veintisiete y te comportas como si siempre hubieras tenido diez y siete. Y haces que yo sienta que también yo tengo veintisiete.

OLGA: Es que realmente no tengo más que veintisiete. No pienso cumplir más años en adelante O mejor dicho, cumpliré años pero no voy a madurar nunca; quiero seguir teniendo siempre esos mismos veintisiete años y hacer las locuras que no pude hacer entonces. Capa…

CAPABLANCA: Dime…

OLGA: Te tengo una sorpresa. Es una chiquillada, pero te tengo una sorpresa. Te vas a reír.

CAPABLANCA: Bueno, ya me he reído bastante hace un rato. Estabas genial haciendo de Stalin.

OLGA: Quédate aquí y siéntate. Siéntate hasta que yo te diga.

CAPABLANCA se sienta. OLGA se va detrás del biombo y busca en el dial de la radio hasta que encuentra música de jazz New Orleans. King Oliver. En cuanto empieza a sonar la música, grita:

OLGA: Ya te puedes levantar. Date la vuelta y no te muevas de donde estás.

CAPABLANCA, de espaldas al público sigue la música con el cuerpo y mira atentamente hacia el biombo. Sobre el biombo se va deslizando, desde la parte superior, el vestido que OLGA llevaba puesto antes. CAPABLANCA se queda quieto y deja de seguir el ritmo de la música, que sigue sonando. Está como ingrávido. Por encima del biombo baja otra prenda de ropa, una camisa blanca. Él se lleva las manos a la cabeza. De detrás del biombo vuela la ropa interior, las medias, los ligueros… La música de King Oliver ha dejado paso al ‘Bolero’ de Ravel y en el crescendo se van abriendo los batientes del biombo poco a poco. CAPABLANCA, casi maquinalmente, se quita su jersey de pico y lo deja caer al suelo. Sin saber qué hacer espera a que termine de abrirse el biombo. El biombo, por fin, se abre y deja ver a OLGA, vestida con un elegante traje de soirée y tocada con un coqueto sombrero a la moda, con una pluma cruzada. En una mesita aparador escondida por el biombo, se ve una botella de champagne, una cubitera de hielo y dos ‘flûtes’. OLGA sonríe entre pícara, maliciosa y divertida y dice su última frase, en francés y marcando todas las liaisons antes de que se apaguen todas las luces gradualmente:

 

Nous, les princesses russes, nousaimons en français.

 

Cuando se enciendan de nuevo las luces CAPABLANCA y OLGA se habrán fundido en un beso interminable.

 

FIN

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ALFREDO R. LÓPEZ VÁZQUEZ

Nació en Valladolid, España (1950). Es conferencista, dramaturgo, ensayista, traductor y catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de la Coruña desde 1997. Ha editado distintas obras de Cervantes, Calderón, Avellaneda, Vélez de Guevara, Mira de Amescua, Andrés de Claramente y algunas comedias atribuidas a Tirso de Molina o a Lope de Vega y ha publicado distintos trabajos de investigación sobre atribuciones dudosas en el Siglo de Oro. Ha traducido a varios autores teatrales modernos como Tristan Tzara, Jules Laforgue, Ionesco o Fernando Pessoa y ha adaptado obras clásicas de Calderón, Moreto y Quiñones. Ha publicado el libro de obras teatrales de su autoría Farsa total (Tetralogía cubana) en 2014. En sus obras teatrales se funden técnicas de farsa hipermoderna, fragmentos musicales con intención satírica y planteamientos estéticos que –en su capacidad como profesor de dramaturgia y dramatización– ha desarrollado con gran éxito en sus escritos teóricos o en su etapa de director escénico del Grupo de Teatro Universitario Estragón entre los años 1997 y 2004.

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