BAQUIANA – Año XIX / Nº 107 – 108 / Julio – Diciembre 2018 (Cuento II)

DESAFINAR

por

 

Sergio Andrés Cruz Romero


     La habitación estaba consumida por un denso silencio, adornada por la arrítmica respiración de los músicos. Así se mantuvo por algunos minutos, hasta que unos pesados pasos hicieron retumbar el piso de madera y el director de la orquesta entró a la sala.

     Se paró en una butaca a la mitad del semicírculo de músicos. Puso su partitura, pasó algunas páginas. Levantó sus manos y todos subieron sus instrumentos. Exhaló, y con delicadeza movió las manos de arriba abajo marcando el tempo de la sinfonía. Con un último movimiento hacia abajo, toda la orquesta comenzó a sonar.

 

—Paren ahí —dijo el director, bajando las manos—. Alguien está desafinado.

 

     Un mar de murmullos inundó la sala.

 

—Por favor, todos toquen un sol natural.

 

     Y todos lo hicieron. Cerró los ojos y se vio parado frente a un risco, al lado del mar; está amaneciendo y el sol sale en el horizonte. Colores cálidos iluminan el cielo, pintándolo con gentileza. Una sencilla, pero jovial nota llegaba a sus tímpanos.

 

—Gracias. —El sonido cesó—. Ahora, solo los violines.

 

     Los violines, alrededor de treinta, tocaron una nota delicada, en perfecta armonía y afinación. El director alzó su puño y pararon.

 

—Violas.

 

     Las violas tocaron bien: sin sentimiento ni adorno alguno, pero afinadas. Y continuaron los chelos y los contrabajos. Luego, los vientos metal. Luego, los vientos madera. Y todos estaban en orden, a excepción de un joven clarinetista. Se ganó tal mirada del director, que bien pudo haberse convertido en piedra.

—No creo que sea necesario mirar percusiones, ¿verdad?

     Los percusionistas afirmaron.

    El director señaló un nuevo compás de entrada, marcó el tiempo y la orquesta volvió a sonar. Una pieza tan hermosa que no existe otra palabra para describirla. No importa el ideal de belleza que se tenga, esa pieza de seguro entraría en la categoría.

    Pero la alegría acabó pronto.

 

—Alguien sigue desafinando.

 

    Todos los músicos atacaron con una filosa mirada al pobre clarinetista, que ahora deseaba haberse vuelto piedra.

 

—No creo que sea él —dijo el director—. Lo he estado escuchando y lo hizo, digamos, decente.

El joven suspiró con tranquilidad.

 

—Sin embargo, alguien sigue desafinando.

 

     Y pasaron otra vez a revisar. Ya no hacían un apacible sol, sino un rancio si bemol. Las cuerdas lo hicieron bien. Los vientos madera: bien. Los vientos metal: bien. Nada parecía fuera de lo normal.

     El director incluso puso a tocar a las percusiones. Podía ser que los timbales estuvieran un poco fuera de tono o que el xilófono tuviera alguna placa torcida. Algo le sonaba fuera de lugar, pero no sabía qué era.

     Volvió a poner las manos arriba. «Tutti, da capo, desde el principio.» Se concentró, intentó agudizar el oído e hizo tocar a la orquesta.

     La sinfonía comenzó con excelencia: las dinámicas estaban bien y el único platillazo se había ejecutado en el momento preciso. La melodía lo transportaba a una tierra lejana, maravillosa, donde se vivía en paz y tranquilidad. Las armonías lo envolvían como una manta, despidiendo calor y conforte. Quien tuviese la suerte de escucharlo habría viajado a un efímero paraíso.

     El director se concentró en cada grupo. Intentó escuchar a cada músico: cada compás, cada nota. Todo sonaba perfecto, pero, aun así, tenía una terrible sensación de inconformidad; eso no se lo podía permitir.

     Hay alguien desafinado, se repetía.

     Entonces, la pieza acabó. El mundo volvió a la normalidad. Y el director todavía no sabía quién era el desafinado. Eso le taladraba la cabeza. Ya creía haber reconocido el problema: un solo ruido, muy pequeño, muy fastidioso. Lo conocía, pero no podía localizarlo.

 

—¿Quién está haciendo ese ruido? —dijo al final, exasperado.

 

     Nadie respondió. Todos estaban congelados.

 

—¡Esto es inaceptable!

 

     Había llegado a su límite. No solo había alguien tocando mal, sino que ahora le estaban tomando del pelo. Y lo peor no había llegado todavía: aquel fastidioso ruido volvió a aparecer.

 

—¡¿Quién está haciendo ese ruido?! —gritó.

 

     Otra vez, nadie respondió.

     El joven clarinetista, que también había agudizado su oído al máximo para no volver a equivocarse con su entonación, reconoció el ruido. Era débil y se podía confundir con el sonido de los instrumentos, pero ninguno de ellos lo estaba tocando. Miró directamente a la cara del director, buscando la más mínima señal de su sospecha. Y la encontró.

 

    —Maestro —dijo el clarinete, alzando temblorosamente su mano; tragó saliva antes de continuar—, con todo respecto, creo que nos haría bien tomar un descanso, ¿no lo cree?

 

     El director dudó. Quería volver a escuchar uno por uno a sus músicos, encontrar el culpable y echarlo; aunque por otra parte, se sentía un poco cansado y le hacía falta enfriar la cabeza.

 

—Diez minutos.

 

     Los músicos se pararon con prisa, excepto el clarinete. El joven caminó hasta donde el director, que había bajado de su tarima y estaba sentado en una silla plástica, y se sentó a su lado.

 

—Maestro —le dijo— ¿quiere ir por una aromática?

—¿A qué viene esto? —despotricó el director. Estaba con los nervios de punta y no quería que nadie le hablara.

—Creo que le hará bien.

—¿Y por qué lo dice?

—Pues… el agua caliente le destapara las fosas nasales y le dejarán de chirriar.

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SERGIO ANDRÉS CRUZ ROMERO

Nació en Bogotá, Colombia (2000). Narrador. Comenzó a escribir cuentos desde muy corta edad, debido a un incesante interés por contar historias. Ha sido finalista de varias versiones del concurso nacional de cuento RCN (Radio Cadena Nacional) de Colombia, donde se ha destacado entre otros importantes narradores de la nación, llamando la atención por su juventud y el gran talento que posee como escritor de este género literario. En la actualidad cursa sus estudios universitarios de Literatura en la Universidad de los Andes en Bogotá. Hasta la fecha, sus cuentos y relatos han aparecido solamente en periódicos del ámbito escolar y universitario.

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