BAQUIANA – Año XIX / Nº 105 – 106 / Enero – Junio 2018 (Reseña II)

EL SECRETO DE ARTEMISIA Y OTRAS HISTORIAS, DE GERARDO PIŇA-ROSALES

 

 por

 

Waldo González López


Reseña - El secreto de Artemisia y otras historias 194 X 300

Vaso Roto Ediciones / Vaso Roto S. L. U.
Monterrey, México / Madrid, España
Colección Umbrales
2016
ISBN: 978-84-16193-78-3
pp. 192


           «Escribir y no publicar no tiene para mí ningún sentido»
                           «…este diario morir que mal llamamos vida»
                                                                                                                 «El mundo es un espejismo»
GPR

 

     Publicado pocos meses atrás, por la Editorial Vaso Roto, El secreto de Artemisia y otras historias, del gaditano Gerardo Piña-Rosales —quien, además de narrador, es fotógrafo, filólogo y director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)—, en este valioso volumen evidencia las virtudes de su laureada novela Desde esta cámara oscura (2006),  viviseccionado por este poeta, ensayista y crítico en otro análisis incluido en un Anuario de la ANLE.

   Ante todo, subrayo que, tal otros de sus libros publicados, en El secreto…, incluye fotos sobre las temáticas incluidas que evidencian su calidad también en este rubro, en tanto las sugerentes imágenes complementan los textos y el volumen.

   Dividido en tres secciones («Recuerdos y olvidos de Granada», «Breve bestiario personal» y «El secreto de Artemisia y otras historias», que presta su título al volumen), aquí el destacado narrador emplea —tal en su mencionada novela— muchos de los recursos del surrealismo y del posmodernismo, en tanto adopta/adapta numerosos procedimientos asumidos por relevantes escritores que le antecedieron.

   Leamos, algunos momentos de su libro decisivo/definitorio que parte del Quijote para dar, en parabólico haz, un vasto periplo armado de recursos poéticos, cuentísticos y periodísticos, con los que arribará a otras voces, otros ámbitos, para decirlo con Truman Capote y su clásico título.

   En consecuencia, nutrido de tres epígrafes —reveladores de igual número de sus complacencias literarias: dos sobre Granada, de Cervantes (Don Quijote…) y Federico García Lorca (Mariana Pineda), como otro de José Saramago («Vivimos en un espacio, pero habitamos en una memoria», que prefigura el leit motiv del libro: la evocación del haber vivido, guía su corpus narrativo—, Recuerdos… ofrece tópicos ¿autobiográficos?, plenos de varia invención.

   Su proemio/introito/exordio («Captatio Benevolentiae») y primera ficción del cuaderno, da fe de tal mixtura, cuando —armado de una cita baudeleriana de Les Fleus du Mal («Au fond de l’inconnu pour trouver du nouveau»: «En el fondo de lo desconocido para hallar de nuevo» (trad. mía), siempre al modo posmoderno— narra sus iniciáticos orígenes de tal suerte:

A mediados de los años sesenta, a la sazón bachiller en ciernes en la ciudad de Tánger, me arrojé, con el ímpetu y la osadía propios de la adolescencia, en brazos de las literarias musas. Éstas, sin duda, impresionadas ante mi firme e irrevocable vocación escrituraria (y tal vez azuzadas por un tal Zot, perito en criptografías), aviniéronse a inspirarme (ignoro aun si para mi suerte o desgracia) mi primera obra: un novelón policiaco de lo más negro y marrullero, que ubiqué —¡noblesse obligue!— en la Tánger internacional de los cuarenta, cosmopolita, babélica, decadente.

   Y, a seguidas, menciona otro(a)s de sus autores y lecturas preferido(a)s entonces —al margen del ya mencionado precursor del surrealismo—: Rimbaud y Omar Khayyam.

   De aquí arribará a «mis años universitarios en Granada», para luego y pasar a Nueva York, donde, no obstante los extensos interludios «de abstinencia que imponen la docencia y la vida familiar, no he cesado de emborronar cuartillas y folios, en cuyos posos sin fondo he ido vertiendo (o vomitando) mis filias y fobias más acendradas».

   Entonces, ya, por fin, presenta estas fabulaciones mías —sueños y visiones deletéreos, crónicas apócrifas, variaciones, viñetas, aguafuertes, retratos, instantáneas, momentos epifánicos y algún que otro desvaído relato— (perpetradas en la cámara oscura de mi madriguera neoyorkina) aspiran, oh, lector, quienquiera que seas, a servirte, nada más y nada menos —y aunque sólo  por unas horas—, de lenitivo, bálsamo o consuelo, en este diario morir que mal llamamos vida.

   Y «al margen de los gatuperios literarios tan en boga», proclama otro autor preferido y recurrente, pues aparecerá en otros relatos: Hermann Hesse, del que vota por su «loboesteparia oposición frente a las condiciones, valores y mitos de nuestra época».

   Le sigue el que, de algún modo y hasta donde intuyo, incluye —tales muchas de las páginas del que prefiero catequizar ‘narrador fotográfico’— tópicos reales de su dislocada juventud: «Autorretrato» que —antecedido  por sendas citas de Jean Cocteau: «Le destin il est vrai m’a donné une apparence humaine»: «Es cierto que el destino me ha dado una apariencia humana» (trad. mía)— y Allen Ginsberg, refiere auténticas evocaciones juveniles, entre las que introduce al parroquiano de un viejo bar perdido en la nostalgia y «sus ya proverbiales borracheras saturninas».

   Por ello, su «gentil dipsómano», tras despertar a la mañana siguiente de su océanica curda, llega hasta la Catedral, pone a sus pies un sombrero y extrae de su capa moruna una flamante flauta, que comienza «a tocar, con raro y virtuosismo arte» el debussyano e impresionista «Prélude à l’aprés-midi d’un faune» («Preludio a la tarde de un fauno» (trad. mía) para enseguida verse rodeado de una rara conjunción de seres no tan comunes entonces. Al concluir su mini concierto y, ya provisto del dinero recolectado, regresa a su amada Sabanilla para continuar pertrechándose de pan, vino, chorizo y pepinillos, continuando de tal suerte su habitué canon cotidiano de vida.

   El incrédulo narrador ¿agnóstico? regresará en «Somniloquio de la Alhambra y el Generalife», donde, provisto de fragmentos de Novalis («Cuando soñamos que soñamos, está muy pronto el despertar») y de Susan Sontag («Dreams are the onanism of the spirit»: «Los sueños son el onanismo del espíritu» (trad. mía), ficcionaliza —una y otra vez imaginero en su («Die unendliche Geschichte»: «El viaje interminable» (trad. mía), pertrechado de su alter ego hispano Michael Ende— y extrae de las mangas una alteridad otra a saltos entre el dueto ad aeternum sorprendente del Alhambra y el obnubilador Generalife, entremezclados por obra y gracia del scheherazante narrador, quien concluirá con un tutti y summa (re)transformados en un Magical mistery tour —The Beatles mediante.

   Ya en la segunda sección: «Breve bestiario personal», propone otro manojo de breves textos (minicuentos) sobre una particular animalia, que al crítico se le antoja, de algún modo, deudora de Karel Kapek y sus Historias apócrifas, como de las (reales por contundentes) Vidas imaginarias de Marcel Schwob y la fabulosa por borgiana Historia universal de la infamia.

   Sin duda, estos relatos emergen dotados (¿cuándo no?) de un prístino fervor imaginero que, aderezado con fantasía, realismo y suave humor, se enrolan en la literatura, si no fantástica, al menos apócrifa, en tanto son dedicados a una fauna particular: «La tortuga»; «El venado» —cuyo epígrafe: «El hombre es el unico animal que mata sin necesidad» (v.g. Schopenhauer), podría ser una de las banderas del Partido Verde—; «El tiburón» que —a partir de Lezama Lima y una breve cita de su Oppiano Licario «Solo pueden existir dos clases de tiburones: los que desdeñan al hombre y el que lo destruye»— edifica un minimáximo relato de apenas una página, en cuyo final dibuja con un brochazo la muerte de un joven pescador, quien, mutilado, solo aparecerá su cadáver arrastrado por las corrientes del Estrecho; «La rata» —excelente minirrelato contado en segunda persona por el narrador omnisciente, quien define al maldito roedor, describiendo, al paso, la inesperada muerte sufrida por «el mamífero más nocivo» (sic. Cleveland P. Hickman: Principios de Zoología).

   Tan convincente  resulta esta página, que al crítico le evocan algunas insuperables del H. P. Lovecraft de La rata en las paredes, y, por fin: «La paloma», donde el avc llega un día a casa de su nueva amiga: la estrafaria médium y santera, quien, tras recibir y encantarse con Casandra, ve con tristeza que parte para poco después regresar, proporcionandole, otra vez, la necesaria compañía en medio de su solitaria existencia.

   Mas, sin duda, será en la tercera y última parte: El secreto de Artemisia y otras historias, donde el narrador muestra sus logros mayores, al ofrecer trece relatos de alta magnitud y tesitura, por lo que esta tercera sección podría ser otro libro independiente.

   En consecuencia, integran esta parte varios momentos de la talla de: «Confesiones de un expatriado. Mis encuentros con Paul Bowles en Tánger», «Tríptico del montañero solitario», «Un paseo con Ramón [Gómez de la Serna] por las calles de Madrid», «Neruda y Mistral bajo el ala de Lautréamont», «Franz Kafka viendo llover en Macondo», «Ninfolepsia» y, por supuesto, el que presta su título a esta sección y al volumen.

   En estas páginas, Gerardo revelará sus fantasmas y duendes preferidos: autores y lecturas de cabecera que han nutrido su creación, a lo largo de varias décadas de fértil existencia intelectual, cognitiva y editorial. Mas, otra cualidad enriquece estos multiformes textos, y es su peculiaridad de mixtura o, mejor, su anfibológica y polisémica capacidad de interconectar escrituras y fotos que los favorecen con un incambiable toma y daca de letra e imagen tan positiva como complementaria, para emplear un término grato a uno de mis poetas de cabecera: Antonio Machado.

   En consecuencia, a lo largo del libro las imágenes cobrarán relevancia de coprotagonistas, pues se integrarán al discurso literario, prodigándole un carácter decisivo/definitorio, ya que tal fenómeno no es común en la literatura hispanoamericana actual, salvo si recordamos el volumen iniciático y tripartito de Julio Cortázar, de alguna manera precursor de esta praxis: La vuelta al día en ochenta mundos.

   Y arriba escribí tripartito, porque aquella canónica edición que —mientras escribo estas líneas, la veo ante mí— se componía de tres bloques/libros que iban disminuyendo en tamaño de arriba abajo y, a un tiempo, permitían al lector revisar los tres a la vez o, en cambio, ir deleitándose uno por uno con los minitextos (¿precursores de los hoy comunes paratextos o, tal vez mejor: parafotos?) y las imágenes, que en el tercer minilibro constituían la mayor atracción.

   (A propósito de esta recordada edición, introduzco una oportuna digresión que viene al caso: cuando en 1978 leí/releí, disfrutándolo varias veces, La vuelta…,  le hice fotos a mi hijo a la postre recién nacido, tal realizara este Julio, verniano y argentino en esa tercera parte: a nuestro entonces bebé Darío Damián —acostado junto a una muñeca (que había pertenecido a mi esposa y guardaba la abuela del párvulo)— en cuatro etapas de un acaso iniciático coitus: inicio, acción, consumación y conclusión de este ¿primigenio y «sexual intercourse»?, con las que logré imágenes consideradas ultranovedosas por dos colegamigos hasta que les dije: No es idea mía, sino del novelista de Rayuela y también autor de La vuelta…, libro «raro» —por decirlo con Rubén Darío— o, tal se denominaría hoy: «libro miscelánea».)

   En correspondencia con ello, el agudo narrador irá mostrando escritores, pintores y cantantes leídos, visionados y escuchados (¿acaso otros ángeles tutelares?), entre ellos: Melville, Goya, Kafka, Artaud, Poe, Nerval, en «Respirar por la herida»; como Burroughs, Twain, T. Williams, T. Capote, Kerouak, F. Bacon, Sontag, Joan Baez y Bob Dylan, en «Confesiones…»; asimismo, válido constituye su homenaje a Ramón Gómez de la Serna en «Un paseo con Ramón por las calles de Madrid», donde (re)homenajea al brillante creador hispano y al precursor del Surrealismo, Isidore Ducasse, mediante un imaginario encuentro/diálogo entre ambos.

   Así, le dice Ducasse a Ramón: «Je ne laisserais pas de memoires» («Yo no dejaré memorias»: trad. mía), pero no omite a otros escritores y pintores, tales: Cocteau, Artaud, Duchamp, Huidobro, Peret, Breton, Joaquín Rodrigo y su clásico «Concierto de Aranjuez», como asimismo  —siempre estudioso de la imagen— anexa a «aquel desconocido fotógrafo ambulante llamado Eugene Atget».

   Conocedor de los movimientos vanguardistas de las primeras décadas del XIX y, en consecuencia, lector del creador de las greguerías («El vapor es el fantasma del agua» y «La leche es el agua vestida de novia», me sirven de ejemplos), como corrobora Piña-Rosales en este relato (posmoderno, añado yo) «será Lautréamont la figura que más subyugaría a Gómez de la Serna», quien a su vez influiría en la propia corriente estética que, durante el primer cuarto de la pasada centuria, tanto repercutiría en la literatura, la plástica y el cine franceses.

   De igual modo, otras concomitancias surrealistas tendrían sus ecos en países hispanoamericanos, con las denominaciones: Superrealismo —del polígrafo y diplomático Humberto Díez-Canedo (España)—, Ultraísmo (España y Argentina) y Creacionismo (Chile), pasando por la reiteración nominativa original en Brasil, pues los poetas así autodenominados desconocían el precedente movimiento Modernista iniciado, en la segunda mitad del siglo XIX, por José Martí y continuado por Rubén Darío, quien a su vez no poco influyera los poetas de la Generación del 98.

   «Ninfolepsia» es otro instante de valía: Gerardo vivisecciona momentos imaginados en su fantástico relato/retablo cerca de New York, al tiempo que anexa fotos sugerentes, enriquecedoras a su texto, valiéndose de Edward Young y su pieza escénica: Night Thoughts («Pensamientos nocturnos» (trad. mía). Y entre otras imágenes literarias, incluye ésta sugerente: «el cuerpo desnudo de una adolescente de espectral belleza».

   «Neruda y Mistral bajo el ala de Lautréamont» resulta, tal dije atrás, uno de los mejores relatos del volumen, ya que —aparte de interconectar a tres grandes poetas: Pablo Neruda, Gabriela Mistral e Isidore Ducasse, hermanados en el oficio literario y los países convecinos (Chile, Argentina y Uruguay)— constituye acaso el más poético, tal demuestro en el siguiente fragmento:

Pablo Neruda contempla cómo la noche se abalanza sobre el océano y las montañas. Ha comenzado a llover. Al principio es solo una tímida llovizna, pero poco a poco se desata un fuerte aguacero. Aúlla el viento como un animal herido. Hace frío. Un albatros, indiferente a la lluvia y al viento, planea sobre el piélago marino sorteando las encrespadas olas coronadas de espuma y madejas de algas enredadas; después de haber oteado el horizonte, se aleja hacia los bosques cercanos.

   Aquí aparecen centrados los poetas enrolados en el relato, pero, asimismo, surge otro personaje vinculado con la Premio Nobel: su representante y pareja Doris Dana. Mérito mayor es que el narrador incluye algunos datos ¿biográficos? de los grandes autores de Desolación y Residencia en la tierra, respectivamente. Uno de ellos es la admiración de Neruda por el poeta uruguayo/francés, no compartida por la Mistral.

   «Franz Kafka viendo llover en Macondo» es otro relato de eficacia, toda vez que —doble homenaje al Premio Nobel colombiano (de ahí la paráfrasis de su monólogo Isabel viendo llover en Macondo) y al gran narrador de El proceso y La metamorfosis— en esta pieza, Piña-Rosales crea otra admirable narración que, de haberla planeado y extendido, el resultado sería otro: una fabulosa novela, lo que no le resta méritos a esta excelente pieza.

   Combinación surrealista y, a un tiempo, posmodernista, en sus breves páginas, el narrador hispano intercombina situaciones y personajes de obras de los autores mencionados, enfatizando un diálogo imaginario que, por su calidad, arma un ¿posible? encuentro entre dos fabulosos narradores, con sus respectivas sicologías y modos creativos.

   Con su imaginería inusitada, Gerardo recrea ¿o revive? a los creadores intercomunicándolos con sus personajes: Melquíades el Mago y el Cronista de Macondo (el escritor colombiano), con el doctor Kafka (el narrador checo), Joseph K, su primer amor Milena Jensenská y el último: Dora Dymant, dando vida de tal modo a las criaturas reales como a sus ficcionalizaciones, entre las que tampoco faltarán: su médico de cabecera, Dr. Klopstock, el carnicero Jacob Kafka, sus hermanas Elli y Valli, sus amigos Oskar Pollak, Fenz Werfel, Felix Weltsch y, por supuesto, el mejor (pues fue quien salvaría del fuego las grandes obras que le había pedido quemar el propio Kafka): Max Brod.

   Pero hay más, mucho más, porque asimismo damos de bruces —en este increíble, pero acaso posible y cierto encuentro por su calidad— con figuras como el Fausto goetheano, Nostradamus, Paracelso, Prometeo, Hermes Trismegisto, sin excluir la alusión a otro nombre singular y recurrente en este libro (Horacio Quiroga) sugerido en sus cuentos de amor, de locura y de muerte.

   Y leemos proverbiales/definitorias sentencias: «La culpa sin culpa del hombre», «La literatura, ese dulce y embriagador veneno», «El poder de la magia es siempre un poder transformador», «Lo fantástico es la otra cara de la magia», «… lo maravilloso puede convivir con lo cotidiano y, a través de un lenguaje evocador y preciso, hace revivir lo inverosímil y lo reconvierte en verídico y poético […] Escribir es armar un sueño, deletrear un universo concebido por la magia de un ser», «… las cosas tienen vida propia, y […] todo es cuestión de despertarles el ánima».

   Al inicio y al final de este gran relato, el narrador parafrasea fragmentos de la novela capital de García Márquez: Cien años de soledad. De esta forma, entrega al sensible e inteligente lector un texto cercano al del autor recreado en su obra, como pocas veces.

   Por fin, en El secreto de Artemisia, el narrador da cuenta de otro multirrelato esencial. Texto anfibológico y crónica/relato, por su dual virtud genérico/temática y también doble condición de corte histórico/detectivesca, por otra parte, toca un tema tan antiguo como recurrente hoy: las violaciones.

   En este caso, Piña-Rosales se remonta a la Antigüedad y cita en el epígrafe datos esenciales de su protagónica: Artemisia Tridentata, quien «era hija de Seuz y Leto y hermana gemela de Apolo. Su imagen —ropaje corto y carcaj en bandolera— era multifacética y ambigua: aunque presuntamente virgen y defensora de la pureza, estaba ligada a ritos orgiásticos».

   A partir de aquí, Gerardo armará una historia cronicada que parte de la vida real y su imago, tal denominaba Lezama Lima la (su) portentosa imaginación que, por cierto, no está muy lejos de la del narrador gaditano, quien comenzará refiriéndose a un e-mail recibido de una colegamiga, invitándolo a una importante exposición del Metropolitan Museum of Art: «Orazio and Artemisia Genileschi: Father and Daugter Painters in Baroque Italy», a la que, a pesar de estar abrumado por esos días, decidió asistir porque no podía perderse esta magnífica oportunidad de visionar 85 cuadros de padre e hija: dueto real de artistas en esta fabulosa historia.

   Como un cuentero fabuloso, mas, por ello mismo, creíble, Gerardo recorre trechos de la atrevida existencia de la adelantada pintora que se atrevió, acaso como otra Lesbos, a desafiar a la sociedad de su época con su osada creación plástica, plena de «violencia y erotismo insólitos, temas mitológicos, alegóricos, bíblicos, historias donde la mujer es el centro y eje de la escena», toda vez que en su obra «reinan la ambición, el amor, el odio, la venganza […] como la extensión de su propia biografía».

   Tales temas le proporcionarían a la artista ser motivo de «los estudios feministas de los últimos años [que] habían impulsado de manera decisiva el conocimiento y el aprecio de la obra de Artemisia», violada a los 19 años por el amigo de su padre, Agostino Tassi, quien, no conforme con su maldad, «se jactaba por las tabernas de Roma de haber desflorado a la hija de Gentileschi».

   Por ello, también precursora del hoy común «bullying» y las violaciones, debió humillarse y someterse a un examen ginecológico para probar que había perdido la virginidad a manos de este canalla, solo que al violador lo castigan al destierro de Roma, «pero al mes estaba otra vez revolcándose […] en los burdeles de la Ciudad Santa».

   En suma, no digo más, porque este relato posee otras cualidades de excelencia, pues la trama se enreda y deviene un nudo gordiano: un «imbroglio», que lo convertirá en otro momento de altura en el conjunto de este libro a tener en cuenta por los lectores «machos», tal llamaría Julio Cortázar —en su artículo: «Entre machos y hembras: El lector»— a los que quieren tramas complicadas, diferenciándolos de las «hembras», a las que no les gusta complicarse y requieren tramas facilistas.

   Podría escribir más sobre estas 183 páginas trazadas con la pasión y la verdad con que se conciben las que, apenas publicadas y leídas con deleite, devienen clásicas, pero el espacio me avisa y el tiempo me apremia, por lo que considero haber transmitido a los lectores las razones de mi voto por El secreto de Artemisia y otras historias.

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WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ

Nació en Las Tunas, Cuba (1946). Es poeta, ensayista, periodista cultural, crítico literario y teatral. Graduado en la Escuela Nacional de Teatro (ENAT) y Licenciado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de  La Habana, Cuba. Colabora activamente con la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Es autor de 20 poemarios, 6 libros de ensayo y crítica literaria, así como de varias antologías de poesía y teatro. En Cuba, por su continua labor poética, crítica y de periodismo cultural durante varias décadas, mereció numerosas distinciones, entre las que cabe destacar: el «Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario», otorgado por  la Presidencia del Instituto Cubano del Libro, y la «Distinción por la Cultura Nacional». Desde su llegada a los Estados Unidos, en julio de 2011, ha realizado una intensa labor como participante en eventos internacionales de teatro, jurado de eventos teatrales y literarios, crítico teatral y literario y asesor de grupos escénicos. En el año 2012 fue merecedor del 3er lugar en el X Concurso de Poesía “Lincoln-Martí” en Miami, Florida, EE.UU. Colabora con diversas publicaciones, tales como el Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Nueva York), así como en las revistas digitales Encuentro de la Cultura Cubana (España), Otro Lunes (Alemania), Palabra Abierta (California), Baquiana, Teatro en Miami  y El Correo de Cuba (Florida).

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