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SOREN PEÑALVER
Nació en Albudeite, Murcia, España (1950). Poeta, periodista y traductor. Ha trabajado en el mundo del ballet, el teatro, el arte y la moda. Por lo mismo, durante su juventud vivió en Londres, París y La Provenza. Más tarde, residió por varios años en Grecia, país al cual él dice “sentirse siempre deudor espiritualmente” y viajó incansablemente por otros países. Escribe sobre temas literarios y culturales en el periódico La Opinión de Murcia (España) y para L’Opinion de Rabat (Marruecos) desde hace casi dos décadas. Fue fundador, junto con el escritor y periodista Antonio Parra, de la revista literaria Postdata en Murcia. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. A su vez, es traductor de Elsa Morante, Pasolini, Lionello Grifo, Cocteau, Melville, Antonio Botto y George Santavan, entre otros poetas. El Museo Ramón Gaya en Murcia lo eligió en 2011 para celebrar el Día Internacional de la Poesía y publicó, como parte del homenaje, el poemario Cantos del Peregrino (veintiún poemas de Soren Peñalver) con prólogo de la escritora Dionisia García. Ha escrito diversos libros en verso y prosa: Un simposio nocturno, Anna Perenna, Libro de Uriel, Dedicatorias y Undécimas, La joven Sibila, Como soñamos, Una glosa espartaria, Los amantes de Albudite, Origen Único, A Virbio, Antonio (novela) y La Belleza y la Pobreza (Corpus de su obra poética), entre otros. Su obra ha sido publicada en numerosas antologías y revistas. En la actualidad reside en la Región de Murcia, donde escribe sus diarios y recuerdos de viajes.
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DEDICATORIA DEL MAR
Era el mar en los ojos de un niño,
de la mano del padre por primera
vez contemplado. Fue luego la mar
abismal de los versículos bíblicos,
los epitafios solemnes de Nantucket;
los indómitos mares de Melville. La mar
de las óperas de Britten, de los coros
oceánicos de Delius; fragor exultante
como los cantos de Whitman. Visión
desnuda a la luz de los días, presencia
con las noches vestida: el estático mar
de las fotografías, donde aparecemos
sonrisueños y enfundados en oscuros
abrigos con centelleantes botones;
juntos los rostros que salpican
el olear de sus maternas aguas.
Es el mar íntimo de una dedicatoria
que yo deseé escrita por tu mano
al pie de un retrato de Cernuda,
éste que siempre presidiera la estancia
por ti ocupada, y con su proyección
inundaba la mar de la mañana, el mar
desbordado por la luna. La mar de estos
versos que nunca habrán de envejecer
ni morir, como la pasión, como nosotros:
el mar, única criatura que pudiera
asumir tu vida poseyéndote…
ACERCA DE LA SIMPLICIDAD DEL EDÉN
A Pedro García Montalvo
Contesto ahora a tu extrañeza
de hace algún tiempo, cuando aludías
a la forma aletargada con que mis tardes
allá se consumieran, invernando entre libros
al amor engañoso de la lumbre del pasado.
Tú hacías hablar al Genio de la Vida,
Con líricos argumentos que parecían
sacados del Gulistán clásico persa:
“Ignoro por qué Cósimo no está aún
en Ispahán, porque le debo tener allí
esta noche, como siempre”. Preciosísimo
amigo, no sé si calculaste aquellas
palabras tuyas y su interrogante
persuasiva; pero al fin aquí me tienes,
bajo el frondoso badianero, cuya anisada
semilla estrellada cae a las tazas
de nácar donde humea el café recién
servido. Mas, ¿qué añadir a lo que la vida
expresa? “¡Hermoso es vivir, amigo mío!”
UNDÉCIMA PARA UN TEMA DE PESSOA
¿Qué hago ahí, en esa fotografía,
en el asiento junto al conductor
invisible, por la carretera de Sintra?
A bordo del chevrolet vertiginoso,
en la desierta noche con luna,
el volante enmarcando mi rostro,
qué miro o siento en ese momento
lo desconozco, aunque la ocasión
es reciente. De realidad la imagen
se empaña. Enigma de apariencia es
el ser que somos y nos acompaña.
DE NUEVO LOS ESPINOS
A Derek Harris
Sobre la colina, verdecen
los espinos fieles a la cita.
Ya una sombra es la que acude,
estremecida en el aire,
entre púrpura y nieve.
Cuántos ciclos de espinos florecidos
hemos visto, aprendiendo de ellos
qué es la dicha.
Y seguimos solos.
RAMÓN GAYA LEE A NIETZSCHE (MÉXICO, 1940)
A Eloy Sánchez Rosillo
I
Verdad es, más que para nadie
para el artista, que a este mundo
venimos a cumplir con nuestro deber.
Perder ese deber es la catástrofe,
pues es como perder la vida propia.
No nos importe el logro de ser
felices. Afuera está la realidad
ilusoria de la que el deber nos libera.
La soledad, entre estas cuatro paredes,
nos concede la luz, la identidad
de los seres, los objetos en armonía.
II
Lo cierto está en la insistencia.
En ese plano, que parece monótono,
de Vermeer, con una mujer cerca
de una ventana… Venimos a la vida
a entregarle cuanto somos, y nunca
a aprovecharnos de ella. Al artista,
una fuerza invisible le empuja
al retiro, para mejor cumplir
con su deber. Y ahí escucha una voz,
que es su recompensa: “Veo cómo
en tu propia luz anidas”.