SEIS LUSTROS DESPUÉS
de
Óscar Wong
19 de septiembre de 1985 – Ciudad de México
La primera sacudida derribó la botella de champú. La segunda me tomó fuera del baño, con la ropa puesta e incluso peinado. Mi esposa gritaba mientras cogía a los niños, que minutos antes se preparaban para acudir a la escuela. Con un par de zancadas salimos del departamento en la zona norte de la ciudad. Los vecinos de la Colonia Guadalupe Insurgentes también hicieron lo mismo. Los cables de la energía eléctrica se sacudían con vigor. Ignoro cuántos minutos fueron del violento bamboleo, pero el susto perduraba. Alguien conectó un televisor a un automóvil. Paulatinamente íbamos descubriendo la tragedia. Azorado, Jacobo Zabludovsky informaba desde su auto.
Entonces yo temblé. Recordé que tenía dos reportajes sin entregar. Los temas eran, en ese momento, capitales: “¿Qué son los temblores?” y “¿Qué hacer en caso de desastres?”. Como tenía varios escritos adelantados, no me preocupé por entregar esos dos que justamente cobraban pavorosa vigencia ese 19 de septiembre de 1985. Con premura cogí la máquina de escribir y empecé a vaciar la información. Antes de la una de la tarde, con la credencial del periódico en la mano, corrí hacia las oficinas del diario. Recuerdo que tenía la información completa: la carta de regionalización sísmica; cuadros con fechas, zonas y víctimas, e incluso el famoso Plan DN3; también el número de ambulancias de la Cruz Roja Mexicana.
La ciudad de México estaba colapsada. Los citadinos iniciaban el rescate, moviendo vigas, levantando ruinas y despojos de edificios. Los ayes de dolor se sucedían. El famoso Hotel Regis, derruido y con humo saliendo de sus escombros, me preocupó sobremanera antes de llegar a la redacción. Plana y media, durante una semana, destinó “El Nacional” para mis textos. Por la información desplegada para cubrir esa desdicha, meses más tarde el periódico, no el reportero, recibió el premio Solidaridad que otorgó el presidente Miguel de la Madrid.
7 de septiembre de 2017 – Ciudad de México
Hurgar en el pasado es tanto como saltar en pantanosas arenas. Sacude, carcome la memoria. Dolor y complacencia: seducción perturbadora. Cartas radiantes, rostros evanescentes. Rastros punzantes, sanguinolentos. Desde hace días reviso los archivos, para desechar dolores viejos. Y entonces la sacudida.
Fuerte el bamboleo. La angustia petrifica. La nieta en brazos de mi hija, quien se angustia y se sobrepone por la criatura que ahora fuerte la vuelve. Truenan los muros, se quejan de la sacudida. Por fortuna, nada queda fuera de su sitio. En casa, todo bien (reportamos por la vía telefónica desde el norte de la Ciudad de México). Todo bien, solo el susto. La consigna viaja, mentirosa.
Aquí, todo bien, dice un sobrino desde la casa paterna, allá en el origen tonalteco. Sin embargo, la realidad empieza a mostrar su rostro desencajado. Enciendo el televisor. Y la tragedia comienza a desgajarse, como los muros de tantos hogares en Chiapas y Oaxaca. Tabasco también se suma a la desdicha.
El epicentro –señala el sismológico– es frente al pueblo, en plena costa chiapaneca. La tierra ruge, se sacude. Y el océano marcha en retirada, amenazando con volver como una devastadora loza. En Chiapas nadie duerme.
7 de septiembre de 2017 – Tonalá, Chiapas
De Pedro Figueroa es la canción, y lleva un “olorcito a sal”. El video realiza un recorrido por el poblado y el mar, recuperando antiguas dolencias, ancestrales amaneceres. El sismo del 7 de septiembre al tiempo que devastó de golpe las raíces de muchos tonaltecos, también sacudió la conciencia y la memoria. Nada, desde luego, permanece inalterable. El cambio, el movimiento, se niega a perpetuarse. Y el dolor, en ocasiones, petrifica a la condición humana.
Como expresión sensible, significativa –dicen–, la Historia surge de la nostalgia, como “una golondrina surcando las esferas de los años. Y no descansa” –dije en su momento. Testimonio de una experiencia explícita, se erige como la visión turbulenta, ríspida, de la vida. Y se vuelve una revelación. En una página puede condensar la vorágine cósmica o la hostilidad del mundo, la contrariedad de la conducta o acaso el gesto discordante del individuo.
“Nada altera el desastre”, apuntaló José Emilio Pacheco en un libro inicial. Y nada de lo que escriba o piense modificará la realidad de Tonalá, sacudida por el terremoto de la indiferencia, ese gajo incandescente que trasmina en la densa espuma del quebranto, de la tragedia humana.
19 de septiembre de 2017 – Ciudad de México
Atroz el bamboleo de la tierra. La alerta sísmica resuena, casi de manera simultánea, mientras los cables de le energía eléctrica se sacuden con voraz peligrosidad. Un auto, estacionado, se mueve con frenesí, como pretendiendo escapar de la agitación. Mi hija grita, clama a los dioses. Y recuerda a su hija en su primer año escolar. Y corremos a la escuela.
Atrás quedó el simulacro. Seis lustros después, 32 años –para ser preciso–, la capital mexicana padece un nuevo cataclismo este 19 de septiembre. Después de la sacudida, nada vuelve a la normalidad. Son más de dos minutos de angustia. Los reportes de amigos y familiares tranquilizan. Aunque la tragedia empieza a cobrar forma. La devastación es pavorosa. Y, como símbolo de la desdicha lo más desgarrador: el Colegio Rébsamen, con sus escolares bajo los escombros.
Sí, la realidad se abre paso, con sus demoledores manotazos.
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ÓSCAR WONG
Nació en Tonalá, Chiapas, México (1948). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Pertenece al PEN-Club de México e imparte cursos talleres de creación literaria en la actualidad. Estudio Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue subsecretario de Cultura y Recreación del gobierno de Chiapas (1982-84) y director de Publicaciones (2010), así como becario del INBA-FONAPAS en crítica literaria durante 1978 y 1979, periodo en el que escribióHacia lo eterno mínimo. Otra lectura de Muerte sin fin (Secretaría de Cultura de Puebla, 1995) y del Centro mexicano de Escritores de ensayo (1985-1986), donde realizó Jaime Sabines. Entre lo tierno y lo trágico (Editorial Praxis, México, 2007). Es miembro activo de la comunidad intelectual de Chiapas. También es promotor y editor de antologías, tales como: Chiapas. Nueva fiesta de pájaros (Editorial Praxis, 1998), en donde se rescata la tradición de un siglo de su entidad natal a través de las voces de 17 poetas nacidos en ese estado sureño, y Chiapas. Dimensión social de la narrativa (Editorial Edaméx, 1999), proyecto que incluye a narradores chiapanecos. Ha obtenido diversos galardones, entre los que destacan: el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” (1988), por su libroEnardecida luz (UNAM, 1992); el primer lugar en el Certamen Literario “Rosario Castellanos” 1989, en cuento, con el volumen La edad de las mariposas (Talleres Gráficos de la Nación, 1990); el primer lugar del certamen poético en los XXVI Juegos Florales “Anita Pompa de Trujillo” en Hermosillo, Sonora (1998); y en julio de 2000 ganó los XXXIX Juegos Florales Nacionales de Ciudad del Carmen, Campeche, con el libro Razones de voz (Colección Práctica Mortal, 2002) y el Premio Nacional de Ensayo “Magdalena Mondragón” 2006, en Torreón, Coahuila. Ha publicado los poemarios: Espejo a la deriva (1996), Cantares del Escriba(1999), Fulgor de la desdicha (2002) y En el corazón de la memoria (2012), entre otros. En la categoría de ensayo se destaca su libro: La Pugna Sagrada (1997). Su libro El secreto del verso (Editorial Chicome, 2013) es un manual que se utiliza para la enseñanza y aprendizaje en los talleres de creación poética. Sus poemas, ensayos, narrativas y artículos aparecen en diferentes publicaciones de México, al igual que en América Latina, Estados Unidos y Europa.
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