EL INTERIOR DE LA MONTAÑA
de
Asley Leyva Mármol
Me ajusto el cinto y la gorra.
“Es la cuarta vez en dos meses que esto sucede —pienso. Hay que subir.”
Dirijo mis pasos hacia el portal de la estación. El jeep aguarda con el motor encendido. Subo e indico al chofer que puede marchar. Detrás de mi asiento, un hombre mayor que nos servirá de guía, chupa su tabaco pausadamente.
Salimos del pueblo a través de la única carretera que lo recorre. Al avanzar, el paisaje se toma más intenso. Escucho el graznido de una bandada de pájaros negros que rebota en las laderas.
—Parece que está bueno eso allá arriba —apuntó con sorna el chofer. Imagínese teniente, para ellos cualquier trapito es paño de seda.
Le respondo con una leve mirada y enseguida regreso a mis cavilaciones. El jeep continúa ascendiendo. La humedad es mayor a cada instante. Ya comienza la apretazón en los oídos. El verdor luce sumamente matizado por los grises de las rocas y el brillo de los hilos de agua que brotan de cualquier parte.
—Usted verá cómo es eso allá arriba teniente —vuelve a decir el chofer mientras manotea el humo del tabaco que el hombre del asiento trasero fumaba.
—¿Falta mucho? —pregunto.
—Hasta donde el jeep puede ir no, montaña adentro, pregúntele al de atrás.
—Eso depende —dice repentinamente el práctico.
—¿Depende de qué?
—Depende de las piernas suyas teniente.
Lo observo de arriba a abajo:
—Por mis piernas no se preocupe, mejor ocúpese de sus años.
El hombre permanece inmutable. Dirige su mirada hacia el exterior.
El jeep se introduce por una carretera estrecha y sinuosa. La altura aumenta a medida que avanzamos. De pronto se cierra el camino. Concluye el viaje en el vehículo. El guía, sin hablar, dirige sus pasos hacia una abertura entre dos piedras; luego de darle las instrucciones pertinentes al chofer, lo sigo. Bajamos por un sendero fangoso. El anciano me aventaja fácilmente. Caminamos unas cuantas horas hasta que llegamos a las márgenes del río. En la orilla contraria se encuentra un sujeto que parecía esperarnos. Fuimos hacia él. Luego de algunas palabras nos internamos en el monte en dirección a la casa de este último.
Me acomodo en una silla que se dispone para mí. El práctico indica con un gesto que se marcha. Trato de agradecerle y estrechar su mano pero ya se aleja. Mi nuevo anfitrión aviva el fuego para calentar un poco de café. Mientras, observo el recinto. Es sorprendente su estrechez, construido con troncos rectos y no muy gruesos atados mutuamente; el piso, tierra apisonada. Arranca un pedazo de los bajos de sus pantalones, envuelve el asa del jarro donde trae la bebida y me lo extiende. Se sienta. Trago lentamente sin pronunciar palabra. Le agradezco. Comienzo un espontáneo interrogatorio para poder centrarme en los hechos. El Indio, como le llamaban todos, me responde sin objeciones. De este modo pude conocer los pormenores del suceso y de otros anteriores. Me detengo a pensar un momento y le pregunto:
—¿Sospecha usted de alguien?
—Aquí arriba nada se sabe.
Salimos de la casa en dirección a la despulpadora de café, campamento provisional de un grupo de excursionistas que vienen navegando río abajo. Se encuentran haciendo sus mochilas y algunos conversan con un hombre que los anima. Uno de los excursionistas, al verme, se acerca. Dice ser el líder del grupo y comienzo a profundizar en los detalles del suceso.
I
A todos los muchachos que han venido río abajo los ayudé como pude. Muchas veces los he guiado hasta el poblado más cercano. Pero siempre algún desgraciado hace que piensen que aquí arriba todos somos unos degenerados. Yo mismo fui el que pidió a José que buscara al policía.
Me molestó su preguntadera; de no haber sido por mí ninguno de ellos se enteraría de nada. Esos niños que vienen con sus locuras, que casi ni tienen pelos en la barba y que se vayan… Cuando estaba sentado en la casa, le hablé de la gente que más cerca vive, y él con su cara de desconfiado, y yo que lo trataba de ayudar y él tomándose el café con los ojos casi cerrados, desconfiando de lo que le decía. Luego no hablé más hasta que él volvió a preguntarme. Después lo llevé a donde estaban los muchachos; conoció al jefe al que también le preguntó. Este trató de explicarle los hechos y él fue a revisar el lugar. Allí se encontró con el Chino quien vive muy cerca de la despulpadora. Anoche se la pasó hablando con los muchachos. Hoy desde que amaneció trata de consolarlos. El teniente lo saludó y le dio la espalda. Con tal de que descubra al culpable y me quite el bochorno del cuerpo, cualquier cosa le puedo aguantar.
II
Primero los preparativos, el tren, el ascenso, los problemas con las balsas, la lluvia, las horas que se te escapan de las manos y la comida empapada. El cansancio, el plan de navegación atrasado. Todos ansiosos por llegar a este caserío. Luego de instalados el agotamiento nos vence; la despreocupación…
No podemos decir que fuimos mal recibidos, por el contrario. El Indio enseguida nos acomodó en la despulpadora y nos buscó plátanos de su finca. Varios se nos acercaron con un millar de interrogantes y a la vez nos ofrecieron consejos para proseguir. El aspecto de estos hombres nos movía a compasión; pero en ningún momento nos pasó por la mente que esto llegaría a suceder.
En realidad no esperábamos lo sucedido. Yo desconfío de todos ahora, al igual que este policía que hace un momento me acribilló a preguntas. Me da la impresión de que es tan nuevo en la zona como nosotros. Ya no me preocupo por los culpables. Sé que el que hizo esto bien lo necesitaba. No lo culpo; pero rabio pues no podremos continuar el viaje. El teniente me llama de nuevo para hablarme sobre lo que piensa. Ha estado conversando con el Indio durante un rato. Este último parecía molesto. Se acerca a mí el oficial. Me mira con ojos desconfiados. Permanece en silencio.
III
La situación de los muchachos es difícil. No puedo mirar a los ojos a ninguno. Eso me da rabia. No quiero saber lo que están pensando. Se me acerca el teniente. Ya habló con todo el mundo. Me dice que el mayor sospechoso es el Chino. Pide mi opinión. Le digo que yo siempre he sido amigo del Chino, que él no es ningún ladrón, que no se debe así como así acusar a cualquiera. El hombre también se enfurece. Sube las manos “¿quién carajo es el policía aquí.” Permanezco calmado, así no llegaremos a ninguna parte. Va a revisar su casa “y usted me acompañará”. Con un gesto llama al Chino. Le dice lo del registro. El Chino se altera. Responde que él nunca ha sido un ladrón. El otro que para mostrarlo debe permitir que revisen su casa. Todo esto me avergüenza. Todo ha ocurrido delante de los muchachos.
IV
Las apariencias conducen a él. Su camaradería es evidentemente sospechosa. Los damnificados apenas ni hablan. Ellos, en realidad están muy apenados por todo. Saben que lo sucedido era muy posible en un lugar como este; pero yo he venido a tratar de resolver esta cuestión. Aquí la gente se hermana de tal manera que debe ser difícil admitir que un amigo sea un desfachatado. Desde que observé a ese sujeto por primera vez, estuve casi seguro de que podía ser el culpable. Además, el papelón de inocente que hace un rato quiso representar no me conmovió.
Ahora le indico al Indio que me acompañe al interior de la casucha del Chino. No quise poner las cosas más difíciles y dejé a los excursionistas afuera. El dueño de la casa entró con el rostro tenso, pude advertirlo fácilmente. La cocina de dicho lugar estaba en el exterior. Adentro solo había un camastro de paja y una pequeña mesa con dos o tres recipientes. El piso era de tierra y había casi que agachar la cabeza al caminar. Al final, una tabla ancha sobre dos de los travesaños que sostienen el techo funcionaba como estante. Pedazos de yaguas lo cubrían. Miré al Chino, le pido que los quite. Las manos le temblaban.
V
Si al menos hubiésemos podido marchamos al amanecer. Pero el Indio insistió en que debíamos quedarnos para solucionar esto. Era mejor marchamos. Para la gente de este lugar, que vive en tal desolación, nuestra presencia es un gran acontecimiento. Es por eso que no importa quién sea el culpable, en este lugar, en realidad, no hay culpables.
Ahora discuten. Luego me llama el teniente y me comunica lo referido al registro. Supongo que no se precise orden judicial. Los acompañamos. Unos metros antes de llegar a la casa, el oficial pide que aguardemos por ellos. Nos miramos los unos a los otros. Transcurren algunos minutos y me detengo en la exuberancia del paisaje todo rodeado de plantaciones de café que se esparcen hacia las cimas de la sierra. Se pierden en la masa blanca y húmeda de las nubes que están casi sobre nosotros. Junto a esto, el bramido del Toa que se escucha como música en un lecho de grandes rocas.
Veo salir a los tres hombres del lugar. El teniente lleva consigo un bulto de tela anudada en el centro. La expresión de sus rostros evita las palabras. Todos miramos al Chino. El rostro se le caía de vergüenza.
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ASLEY LEYVA MÁRMOL
Nació en La Habana, Cuba (1977). Poeta, novelista y ensayista. Cursó estudios superiores de Lengua Española y Literatura en la Universidad Pedagógica de La Habana Enrique José Varona. Desde 1996 trabajó como subdirector de la revista literaria Jácara editada por el Grupo de Escritores homónimo. Publicó, en ese mismo, año el cuaderno de poesía El Cuerpo Vivo (Ediciones Jácara). Trabajos suyos aparecieron en diversas revistas y periódicos cubanos como Jácara, El Caimán Barbudo, Vitral, DeLiras y Unión. Impartió conferencias en las aulas de la Universidad Pedagógica como alumno ayudante de Literatura Latinoamericana y Cubana. Su Libro inédito Por el oscuro sendero, fue finalista del premio nacional cubano “Pinos Nuevos” en la convocatoria para 1999. Fue incluido en la antología de poetas cubanos titulada Cuerpo sobre cuerpo (Letras Cubanas, 2000). En Holanda, donde vivió desde finales de noviembre de 1999 hasta mayo del 2001, participó, como colaborador acreditado de la revista cultural bilingüe Amsterdam Sur, donde aparecieron en la edición de otoño del 2000, sus primeros poemas traducidos al holandés. Publicó también en holandés en la revista cultural La Chispa y en otras publicaciones. Durante su estancia en ese país impartió, conferencias sobre literatura cubana en la facultad de Literatura y Cultura Latinoamericanas de la Universidad de Leiden, en la Institución Cultural La Tertulia, en Amsterdam, en el Círculo Cervantes, de la ciudad de Maastrich y en la Asociación Hispánica de La Haya. Trabajó como Jefe de Redacción del portal de noticias digitales cubanueva.com. En la actualidad reside en los Estados Unidos. Ha colaborado con las revistas: Baquiana, Ideal y La Nueva Cuba (Miami) y Encuentro (España); y con los periódicos: The Political Reporter (New Jersey), La Palma (West Palm Beach), El Latino Semanal (West Palm Beach) y el proyecto de prensa CUBAinfolinks (California), entre otros. Ha sido incluido en diversas antologías electrónicas de escritores latinoamericanos. En el 2009 publicó la novela Magister Dixit (Editorial Sigla). Trabaja en estos momentos en su segunda novela.
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