BAQUIANA – Año XIX / Nº 105 – 106 / Enero – Junio 2018 (Ensayo II)

LA NATURALEZA COMO SÍMBOLO EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 

por

Jorge Marín


 I. INTRODUCCIÓN

Recordar a Miguel Hernández que desapareció
en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un
deber de España, un deber de amor. Pocos poetas
tan generosos y luminosos como el muchachón
de Orihuela cuya estatua se levantará algún día
entre los azahares de su dormida tierra.
No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los

poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de
tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal
despertando. Con esta materia dura como el oro,
viva como la sangre, trazó su poesía duradera.
Pablo Neruda

 

     Miguel Hernández (1910-1942) fue un poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo XX.[1] Aunque la crítica lo haya enmarcado dentro de la “generación del ´36”, por el espíritu de lucha que concentra en su poesía, mantuvo su proximidad con la “generación del ´27”. Pese a no pertenecer a este grupo ni recibir una educación prestigiosa, sino que su formación fue la de un autodidacta, Dámaso Alonso lo considera como “un genial epígono de la generación del ´27”, después de haber publicado su primer libro Perito de lunas.[2]

     En la poesía de Miguel Hernández, es posible observar que las imágenes y símbolos instauran en su arte lo sublime y las más preciadas sutilezas que reflejan el sentir de su tiempo: el deseo erótico, el amor, la relación sexual plena, y además, la poesía de guerra como un arma de lucha. El predominio de metáforas y el abundante empleo de imágenes mediante el circunloquio y otras formas expresivas hacen que la producción hernandiana pueda ser analizada como una “poesía visual”, como si fueran fotografías instantáneas, reflejadas en las descripciones de objetos,[3] animales y espacios.

     El estilo empleado por el poeta adquiere una especial evolución. En su primera obra Perito de Lunas (1933), el autor recrea, al mejor estilo gongorista, los rasgos más salientes de una poesía culta, el cual no busca una vertiente esteticista, sino reflejar los aspectos humano y social,[4] temas que profundizará en sus obras posteriores: El rayo que no cesa (1936),[5] Viento del pueblo (1937),[6] El hombre acecha (1939)[7] y Cancionero y romancero de ausencias (1957)[8], que giran en torno a los temas del amor, la vida y la muerte. De este modo, Hernández para encontrar su propio estilo transitará por distintas etapas. Será el reflejo de ese espíritu enmarcado por la tradición, ya que en los primeros versos imitará a los grandes maestros: Becker, Espronceda, Campoamor, Rubén Darío, entre otros; con el tiempo, conseguirá instaurar ese contacto propio con la naturaleza, ligado a su actividad como pastor e imprimirá un sello personal y único, con pinceladas vanguardistas, en imágenes y símbolos, otorgándoles una significación amplia.

     De los distintos símbolos que incorpora Miguel Hernández en su producción poética el que se destaca es la naturaleza, cuyo funcionamiento será analizado en el presente trabajo, mediante la incorporación de ejemplos, con el propósito de establecer distintas significaciones que se les pueda otorgar.

 

II. IMAGEN Y SÍMBOLO

     El lenguaje poético está conformado por una serie de figuras retóricas, que el escritor utiliza para establecer distintas significaciones, como ser: la incorporación de imágenes, la repetición de palabras, los símbolos, etc.; una nomenclatura amplia que le permite alterar el orden lógico de las palabras en una variedad de sentidos. En algunos casos, la presencia de una imagen puede ser interpretada como un elemento simbólico. Debido a esta ambigüedad, se llegan a confundir dichos conceptos, al tomarlos de manera arbitraria como cuasi sinónimos, cuando en realidad, la funcionalidad de cada uno marca su diferenciación en un contexto determinado.

     Una imagen contempla la posibilidad de incluir un valor distintivo, el cual dependerá de una apreciación de los sentidos, cuyo valor es restrictivo y sólo enuncia una significación precisa, en una recreación o visión espacial de aquello que se lee, mientras que el símbolo se sitúa más allá del contenido de la imagen, en una polisemia interpretativa.

Según el Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón, el símbolo “es un signo cuya presencia evoca otra realidad sugerida o representada por él: por ejemplo., el olivo representa, en la cultura mediterránea, la idea de paz; esta misma idea la sugiere la paloma en la cultura bíblica; olivo y paloma son símbolos de la paz. […] El símbolo, en cuanto signo, evoca una realidad que trasciende el objeto simbolizante y comporta un sentido oculto y misterioso que apela al fondo irracional del inconsciente, del sentimiento y de la emoción. Por ello, en el término simbolizante no se percibe o intuye directa ni racionalmente, el término o concepto simbolizado. Se trata de una intuición puramente emotiva y “envolvente” de lo “misterioso” simbolizado. Tal vez por eso el lenguaje simbólico sea un componente esencial de la expresión mítica y religiosa y explique la coincidencia entre determinados símbolos que aparecen en religiones de ámbitos culturales diferentes y los utilizados por los místicos y los poetas: símbolos universales como el agua, la luz, el fuego, la noche y las tinieblas, etc.” (Definición de símbolo literario)

     Al analizar estos rasgos particulares, es posible afirmar que el sentido interpretativo entre la imagen y el símbolo no es tautológico, puesto que un símbolo puede contener una imagen, pero no toda imagen representa un símbolo.

     Ramón Fernández Palmeral, José Manuel Vidal Ortuño y Francisco Cascales consideran que en la poesía de Miguel Hernández existe una marcada evolución en lo que respecta a la incorporación de distintas imágenes y símbolos, convertidas en un método que le permite al poeta expresar sus sentimientos, ligados tanto a su forma de escribir como en los temas de los que trata. Si bien, las imágenes y símbolos se repiten: la luna, el rayo, el toro, el viento o la luz y la sombra, en la originalidad de su estilo logra instaurar, con la incorporación de metáforas, una lógica de sentido y una sapiencia, en un universo en el que es posible integrar dos niveles: el de las imágenes que se proyectan desde el exterior y el que corresponde al nivel interno vivenciado por el lector.

     Por ello es posible apreciar que el uso de estos elementos varía, al igual que los distintos valores que puede darle a un mismo símbolo,[9] para lo cual es posible establecer cuatro fases por las que transita el poeta. En la primera, sus versos concentran el reflejo en un espejo de su “yo” poético en otros autores; en la segunda, aparece su “yo” poético más intimista; en la tercera, existe un desplazamiento del “yo” del poeta hacia la mirada de los “otros” para incorporar la voz de los que sufren y el horror de la guerra; y en la cuarta, el tono de sus versos se vuelve menos exaltado y enérgico para dar paso a los claroscuros de la luz y de la sombra.

     Al respecto, Francisco Cascales considera que:

la poesía de Miguel Hernández está cargada de imágenes y de elementos simbólicos, que van variando con el paso del tiempo, desde sus primeros poemas hasta sus últimos libros. Y ello se debe a la situación personal que vive el poeta y, también, a las influencias literarias que recibe en cada momento. Así, en sus primeros poemas suelen aparecer unas metáforas relacionadas con el paisaje oriolano y levantino, mientras que en libros posteriores evoluciona hacia imágenes más próximas al surrealismo. Es más, un mismo elemento simbólico puede adquirir significados diferentes según el momento en que se escriban los poemas (Cascales, Imágenes y símbolos…)

 

III. SÍMBOLO DE LA NATURALEZA

     José Carlos Rovira, en su obra Léxico y Creación poética en Miguel Hernández, al emplear un método de cuantificación, valiéndose de un programa informático, llegó a conformar un interesante estudio acerca de la lengua poética, con un registro de vocablos utilizados por el poeta, en un orden temático, con el propósito de describir de qué modo “las palabras más frecuentes pueden tener mayor importancia para la interpretación semántica en la descripción del mundo poético hermandino” (Rovira, 20). Cobra especial trascendencia el tema de naturaleza, el cual lo enuncia de acuerdo con la siguiente clasificación: Los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego; fuerza principal y su oponente: luz y sombra; los colores: blanco, rojo, verde y negro; los astros: luna y sol; los fenómenos atmosféricos: rayo, viento y lluvia; la flora: flor, higuera, limón y huerto; los espacios geográficos: cielo, mar y río; temporalidad natural: día y noche; descripción de cualidades naturales: pureza y altura; y la materia geológica: piedra (Rovira, 22/23).

     Al tomar como referencia este somero análisis, es posible hallar una relación con el tema de referencia: el símbolo de la naturaleza y, de este modo, generalizar un aspecto en que aparecen relacionado la representación de los objetos naturales y artificiales, y el conocimiento que le imprime el poeta a cada término para reflejar ese mundo simbólico en una supra-realidad.

     Dada la profundización que puede hacerse de esta cuestión, resulta necesario acotarlo a una visión personal, citando algunos ejemplos de su producción poética, con el propósito de enunciar tres aspectos: 1) Visión de la naturaleza, 2) El panteísmo y 3) Naturaleza y sociedad, que se corresponden con el siguiente orden ontológico: 1) Naturaleza – Hombre; 2) Naturaleza – Hombre – Cosmos; y 3) Hombre – Naturaleza – Sociedad. Estos temas serán analizados por separado.

 

1) Visión de la naturaleza

     Dentro de una cosmovisión particular, Miguel Hernández reconoce a la naturaleza con un rasgo propio, presente y permanente, en un orden proyectual de significados, a fin de comprender de qué manera los fenómenos atmosféricos, la vida animal y los ciclos de la vida están inmersos en un devenir.

     El conocimiento que instaura promueve una nueva significación a las cosas. Un rayo no sólo será ese fenómeno natural por todos conocido, sino que podrá transformarse al incorporar el elemento metafórico: “que no cesa” para establecer esa idea de continuidad, como una fuerza que designa el origen, el deseo o el dolor.

     Otros elementos tomados de la naturaleza se asocian y mutan hacia otros valores que se constituirán como modelos en distintos poemas.

     La tierra, como metonimia del gran símbolo de la naturaleza (la parte por el todo), cobrará una significación amplia en el poema “El niño Yuntero” (Viento del Pueblo). Por una analogía muy sutil, el niño será el fruto de la unión de dos elementos: uno natural, la Tierra, que representará a la madre, y otro artificial, el arado, el padre. La tierra no sólo será su cuna y sepultura, sino también representará el mundo rural de su infancia y la fuente principal de ese devenir, en donde la muerte acecha por estar condenado a ese yugo del trabajo a edad temprana: “Empieza a vivir y empieza / a morir de punta a punta / levantando la corteza / de su madre con la yunta. / Cada nuevo día es / más raíz, menos criatura.” La naturaleza, en la voz del poeta, declama: “Lo veo arar los rastrojos / y devorar un mendrugo / y declarar con los ojos / por qué es carne de yugo”.

     Es dable destacar que Francisco Cascales considera al “yugo” como símbolo: “yugo es el que se les pone a los bueyes, como elementos representativos de la humillación que sufren y que asumen sin protestar ni rebelarse. Yugo es el que se le coloca a ese pobre niño yuntero al nacer, como inequívoca señal de su condición de esclavo destinado al trabajo, al sufrimiento, a la muerte.” Como contrapartida aparecerán los símbolos “de las hoces y los martillos, alusivos al comunismo y, por tanto, a la libertad y la igualdad a la que aspiran los jornaleros”, y también, el olivo “que simboliza la esperanza de los aceituneros de Jaén” (Cascales, Imágenes y símbolos…)

     La “boca” asumirá una especial significación en “Nanas de la cebolla” (Cancionero y romancero de ausencias), al relacionarlo con ese movimiento de succión, transformado en una fuente de vida para aquel niño que se alimenta en la “doble luna del pecho”. Una imagen muy bella, en la que la “luna”, representada en la figura materna, no sólo será la protectora que lo cobija y alimenta, sino también, la compañera de esas noches desoladas.

     En el poema “Boca” (Cancionero y romancero de ausencias), el elemento irradiante de este símbolo se transformará en un cortejo amoroso de “besos”, en un deseo que aflora la seducción, a través de un impulso natural de encumbrado erotismo. Es un poema de expresión de sentimientos puros, con metáforas singulares para describir la boca: “el labio de arriba el cielo / y la tierra el otro labio.” El juego de palabras: “boca que arrastra mi boca / boca que me has arrastrado”, tiene connotaciones telúricas que se refuerzan con otras imágenes: “beso que viene rodando / desde el primer cementerio / hasta los últimos astros.” El poema termina con las palabras claves: “vida, muerte, amor”, que van a ser escritas en esos labios.

 

2) El panteísmo

     Miguel Hernández utiliza una serie de recursos, entre ellos, la visión panteísta para reconstruir un simbolismo, en donde es posible establecer un orden que actuará como una fuente potencial de creación.

     En el poema “Elegía”, en homenaje a Ramón Sijé,[10] dará cuenta de su dolor por la muerte temprana de su amigo, a quien le reconoce estar en deuda por haberse alejado de su vida, y de allí surge: “siento más tu muerte que mi vida”.[11]

     El poema comienza con las estrofas: “Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas”. En esta expresión de deseo, el poeta manifiesta que quiere ser el eterno hortelano de la parcela o sepultura, en donde se encuentra enterrado su amigo, hasta que su cuerpo se descomponga como el estiércol. En este caso, la tierra del cementerio hace alusión a que se transformará en la fecundidad de su amor, en la germinación de lo que muere para renacer.

     A partir de esta imagen, quiere comprender por qué la muerte ha arrasado con la vida de su amigo, al expresar que no perdona a la “muerte” ni a la “nada”, el cual nos da la idea de que la muerte simboliza a la tierra, es decir, su “madre” y la “nada”, el “cosmos”. A su vez, manifiesta su descontento y rabia, ya que puede levantar “tormentas / de piedras, rayos y hachas estridente” con sus manos. Luego quiere desterrar a su amigo al “escarbar la tierra con los dientes”, hasta encontrar esa “noble calavera” y “besarla”, tal como lo haría Hamlet con Yago, pero no se detiene a reflexionar, sino que ansía reparar su error.

     El poema continúa con el tránsito de esa visión panteísta al idealizar un regreso espiritual, a ese huerto convertido en un paraíso idílico, en donde las abejas liban las flores que están en contacto con esa tierra, en la que su amigo ya forma parte. Por ello, su deseo: “Pajareará tu alma colmenera”, refleja esa alma que vuela en forma de abeja.

     El poeta considera que la muerte no es el final, sino, un camino hacia la inmortalidad. Muestra su urgencia para transitarlo y reencontrarse con su amigo, en aquella cita que se deben para “charlar de tantas cosas / compañero del alma, compañero”.

 

3) Naturaleza y sociedad

     Miguel Hernández retoma el enfoque de la naturaleza y lo incorpora como un elemento distintivo de su propia esencia, hasta llegar a identificarse con los animales y plantas, en un paisaje que se va construyendo a partir de una idealización con el entorno hasta reconocerlo como propio, fundar su lugar de origen, en donde la sociedad impondrá sus valores. Con las metáforas que utiliza para recrear este mundo tan particular, se logra identificar un cosmos, basado en un culto a lo material, en lo más humilde, en donde el poeta manifiesta su sentir con total originalidad.

     En Perito de lunas, la visión de la naturaleza es idealizada y plásticamente embellecida, teniendo como símbolo a la “luna” que representará a la femineidad, a la que se le adicionan otros símbolos: la vegetación mediterránea, las plantas y las flores, así como también los animales domésticos: el ruiseñor, el jilguero y la alondra que señalan o evocan aquellos significados relacionados con el erotismo y la fecundidad.

     De entre los animales, el toro aparecerá en distintos poemas como el más sobresaliente. Su identificación será plena, puesto que no sólo va a representar al varón atormentado por el deseo sexual, sino también, el más alto valor en el combatiente y en el pueblo que lucha por la libertad. Como contrapartida se hará presente el dolor, la pena, o bien, la inexorable muerte que establecerá los límites de su finitud, tal como aparece en el poema “Como el toro he nacido para el luto” (El rayo que no cesa).

     El buey, opuesto al toro, será el animal que señala la sumisión y mansedumbre, la cobardía y la humillación, en la que el hombre, abatido por lo que le sucede, se deja arrastrar a su suerte. En “Viento del pueblo”, el poeta hace sentir su clamor, al ver que el pueblo, cobarde y resignado, no lucha: “los bueyes doblan la frente, / impotentemente mansa / delante de los castigos”.

     El tigre aparecerá como esa fiera que renace en épocas de guerra para imponer su implacable furia de poder. Sus fuerzas no tendrán límites; será implacable y destructivo, capaz de herir hasta sus propios familiares y amigos con tal de salvarse, tal como aparece en el poema “Canción primera” (El hombre acecha).

     El paisaje se transformará ante la mirada del poeta, en donde la cosmología natural va cambiando, ya sea por la naturaleza misma o por el progreso humano, en el cual se asiste a una fusión entre ese ser cósmico o telúrico con el ser social, a través de distintos cuadros.

     El amor a la patria se pone de manifiesto en la “Madre España”, a la que se siente unido el poeta “como el tronco a su tierra”. Es así que en “Canción última” (El hombre acecha), Miguel Hernández hace un claro homenaje a Francisco de Quevedo (“Miré los muros de la patria mía”), porque tanto en un poema como el otro la casa representa a España.

     La comparación entre dos clases sociales, ricos y pobres, se da en el poema “Las manos” (Viento del pueblo), en el que estarán simbolizadas las dos Españas: “unas son las manos puras de los trabajadores”, las cuales “conducen herrerías, azadas y telares”; las otras son “unas manos de hueso lívido y avariento, / paisaje de asesinos”, que “empuñan crucifijos y acaparan tesoros”.

     Las espigas que aparecen como ilustración en el libro Viento del pueblo marcan una “reivindicación” del trabajador agrícola en España. Además, es dable destacar que la figura del segador aparece en casi todas sus producciones, como un tema recurrente, no sólo para mostrar un rasgo saliente de la actividad campesina, sino también para alzar la voz de los que sufren.

     Su pueblo Orihuela es descripto en el poema “Contemplad” (El rayo que no cesa) con exacerbado lirismo: “Una sierra aurífera de una ladera la apoya, / una huerta espléndida de verdor la enrolla / y un río de perlas sembradas y de brillo. Y como un acero descomunal / dimensión la corta corvo y homicida / y un palmar egregio y un regio rosal / brota en cada punto de una inmensa herida”… Prosigue con los campanarios, barrios y callejones para concluir con las estrofas: “¡Contemplad mi tierra…! Mágicos jardines / de belleza henchidos, verdes la circundan / músicas la ofrecen plúmeos clarines / flores, resplandores y aromas la inundan”.

 

IV. SIGNIFICACIONES Y ALCANCES

     En el presente trabajo se ha podido establecer una posible lectura acerca de las significaciones que presenta el símbolo de la naturaleza en la poesía de Miguel Hernández, en una polisemia de sentidos, con distintos alcances. Cada elemento presentado, metafóricamente, concentra variables disímiles o contradictorias, ya que se entrelaza con los temas que el autor toma como referencia para organizar su dialéctica: vida, muerte y amor.

     En la “visión de la naturaleza”, se ha establecido un punto de vista muy particular, puesto que no sólo el hombre debe reconocer que está sujeto a las leyes naturales, en un devenir, sino que funda ese conocimiento a través de lo que la naturaleza representa. Los símbolos, retomados en cada poema, se asocian y mutan hacia otros significados, o bien, son complementarios para establecer una libre interpretación.

     En “el panteísmo”, recreado desde una concepción simbólica, dará lugar a que se establezca una idea que impulse un principio ateísta, en la que es posible desacralizar la misión del “Dios creador” para incorporar en su reemplazo la intervención humana: una postura animista de la naturaleza, cuyo ejemplo mejor logrado es el poema “Elegía”.

     En la incorporación de la naturaleza en el ámbito social, es posible integrar al hombre en dos ámbitos: la naturaleza y la sociedad, en el cual se reconoce que el paisaje natural ha sido modificado, en un nuevo espacio considerado como propio. De esta manera, los lugares adquieren una significación precisa, entrañable, como parte de un origen cósmico, al atribuirles su sentir, reflejado en “ese amor a la patria”. Dicha identidad no solo será reconocida en las actividades cotidianas, sino que se encuentra presente al sumar un objeto natural o artificial.

 

V. CASI UNA CONCLUSIÓN

     En el presente trabajo se ha logrado establecer que la originalidad que presenta la poesía de Miguel Hernández va más allá de la representación de una imagen para instaurar una simbología compleja, en lo que respecta a la visión de la naturaleza.

     En tal sentido, Graciela Maturo establece que el poeta “hace de la naturaleza un símbolo”, ya que lo natural, en el plano de lo simbólico, “funda el conocimiento” y los símbolos primarios;

actúan en forma implícita, tanto que no nos damos cuenta de que nos ordenan la vida; por ejemplo, la luz y las tinieblas, el día y la noche, categorías incorporadas a nuestra existencia, que nos enseñan a orientarnos, a distinguir una cosa de otra. Así también, los elementos, las materias, los seres, los meteoros, las cualidades sensibles de las cosas, el color, la forma y la medida, organizan valores simbólicos que constituyen nuestro primer conocimiento de la realidad. Los datos que movilizan la energía psíquica crean en nosotros una imagen sensorial; no estamos en la esfera del concepto, sino en otra quizás más rica de sentido, que se vuelve simbólica en la medida que irradia significación. Esa imagen es simbólica no sólo porque significa algo en sí misma, sino también porque aprendemos a relacionarla siempre con otra cosa, es decir, se transforma en núcleo significativo que está apuntando fuera de sí, irradiando sobre otras zonas, relacionando campos distintos (Maturo, 1995: 40).

     De este modo, al encontrar estos rasgos en la producción poética hermandina, es posible reflexionar acerca de cómo el hombre ha podido humanizar la naturaleza, llegar a integrarla como parte de su esencia y, a su vez, la ha “cosificado” como un elemento que se fusiona a ese mundo artificial llamado “sociedad”.

 

 

Bibliografía consultada:

Castagno, Antonio (1980), Símbolos y mitos políticos, Buenos Aires, EUDEBA.

Cirlot, Juan Eduardo (1992), Diccionario de símbolos, Barcelona, Editorial Labor S.A.

Maturo, Graciela (1995), Introducción a la hermenéutica del texto, Buenos Aires, TEKNE.

 

Webgrafía:

Biografía de Miguel Hernández. En: http://literatura.itematika.com/biografia/e55/miguel-hernandez.html.

Breve Antología Poética (2000), Edición a cargo de José Luis Ferris, Alicante, Fundación Cultural Miguel Hernández. En: http://www.miguelhernandezvirtual.es/new/images/pdf/antologia1.pdf

Cascales, Francisco, Imágenes y símbolos en la poesía de Miguel Hernández. En: http://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/26359/1/Im%C3%A1genes%20y%20s%C3%ADmbolos%20en%20la%20poes%C3%ADa%20de%20Miguel%20Hern%C3%A1ndez.pdf

Definición de símbolo literario. En: http://textosyartesmadrigal.blogspot.com.ar/2011/11/definicion-de-simbolo-literario.html

Fernández Palmeral, Ramón (2004), Simbología secreta de «Perito en Lunas» de Miguel Hernández. En: http://www.lluisvives.com/servlet/SirveObras/scclit/35794907878146508754491/p0000001.htm

García Pascual, Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández el hortelano de tumbas y de almas. En: http://revistas.um.es/monteagudo/article/view/117631/111211

Rovira, Juan Carlos, Léxico y Creación Poética en Miguel Hernández. En:

http://www.redalyc.org/pdf/1701/170121969011.pdf

 

Notas:

[1] José Luis Ferri, considera que “el mensaje poético de Miguel Hernández conserva, para el hombre de hoy, esos elementos necesarios que convierten la poesía en algo cercano y auténtico. No hay sensibilidad que pueda permanecer impermeable al enérgico valor de sus versos y el motivo no es otro que el haber sabido, como hombre y como poeta, sentir y transmitir los hondos latidos de la vida” (Breve Antología Poética, 2000: 29).

[2] Este libro consta de 42 octavas reales, a la manera del Polifemo de Góngora, a quien Miguel Hernández le rinde un homenaje al poeta del culteranismo, en la que se pueden apreciar algunas similitudes, como en el verso final de “Gallo”, extraído de las Soledades gongorinas: “a batallas de amor, campos de pluma”. La particularidad de estos poemas es que presentan una especie de acertijos líricos, cuya solución hay que buscarla en los títulos. A su vez, es dable destacar que concentran imágenes y símbolos de su tiempo (Fernández Palmeral, 2004).

[3] En el poema “Nanas de la cebolla” (Cancionero y romancero de ausencias), la mención al bulbo es metafórica y, a la vez, es la descripción de una realidad, la que le cuenta su esposa por carta, que padece hambre con su hijo: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre, / escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla, / hielo negro y escarcha / grande y redonda”.

[4] Este libro, desestimado por los críticos, pero estudiado más en profundidad por Ramón Fernández Palmeral, en su obra Simbología Secreta de Perito de Lunas de Miguel Hernández, hace mención a que “lo común es pensar que Miguel es práctico en lunas… un poeta puro y virginal… Sin embargo, otra variante o vector es tomar la luna como espejo desde donde se refleja su yo, y esto es lo que hace el poeta, reflejar su yo espiritual sobre las lunas de sus penas, la «luna negra» lorquiana, porque lo que está ante el espejo también nos pertenece. No desconocía Miguel esta tercera vida paralela, regida por leyes propias del narrador de las octavas reales, del hablante poético; creación del hombre, sí, pero no el hombre mismo en su cotidiana elocución” (Fernández Palmeral, 2004: 6).

[5] El tema fundamental de este poemario es el amor y sobre él van a girar todos los símbolos que aparecen. El rayo será fuego y quemazón, el cual representará el deseo y otros rasgos particulares. Este libro es más intimista, los temas, personales y las metáforas, creadas con otro matiz, rompe con el “gongorismo” de Perito de Lunas.

[6] Viento del pueblo (1937) es poesía de guerra, poesía como arma de lucha. El este libro hay un desplazamiento del yo del poeta hacia los otros. Así, pues, viento es la voz del pueblo encarnada en el poeta: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta”.

[7] El título recuerda la máxima latina homo homini lupus -atribuida a Plauto, que fuera retomada siglos después por Thomas Hobbes-, en virtud de la cual, el hombre es un lobo para el hombre. Este libro recoge nuevos poemas que lo separan de Viento del pueblo, ya que expresan la decepción ante el sufrimiento que ha significado y significa la guerra, los heridos, los muertos, el dolor y la desolación.

[8] Cancionero y romancero de ausencias es un conjunto de poemas que el propio autor tituló de este modo. Redactado entre octubre de 1938 y setiembre de 1939, cuando comenzaba su peregrinar por las cárceles, dejó el manuscrito en manos de su esposa Josefina. Es una obra inacabada y abierta, la que se fue ampliando con otras cartillas numeradas u hojas sueltas, localizadas por distintas vías, cuya primera edición fuera publicada por los familiares.

[9] Graciela Maturo considera que el símbolo literario va más allá de lo que expresa, puesto que “los significantes, siempre insuficientes, se reclaman unos a otros como si aquello que se va a decir fuera siempre dicho insuficientemente por el significante que lo menta, precisamente, porque no se trata de un concepto sino del campo de la significación, fluido, móvil, donde se aplica esa ley de correspondencias que puede hacer que el símbolo funcione con referencia a un plano o a otro” (Maturo, 1995: 48).

[10] “En Orihuela, tu pueblo y el mío, / se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, / con quien tanto quería”. En esta dedicatoria es preciso observar el uso de la preposición. En la edición de Losada, Hernández escribe “a quien tanto quería”, mientras que en la de Agustín Sánchez Vidal y otras sucesivas aparece “con quien tanto quería”. Con la preposición “con”, el poeta hace una disemia o juego de dos significantes entre “con quien tanto compartía” y “tanto quería” (García Pascual, Elegía a Ramón Sijé…)

[11] Entre los dos amigos existía profunda admiración, a pesar de sus diferencias ideológicas, por las cuales acabaron separándose en el último período. Ramón era de firmes principios católicos y sus ideologías políticas, contrarias al marxismo que practicaba Miguel. Sin embargo, esa amistad se vio rota cuando Miguel pasó a formar parte del círculo de Pablo Neruda, quien lo convenció de que su relación con Sijé podía ser un “lastre” para su proyección poética. Por ello, cuando Ramón murió, el 24 de diciembre de 1935, quiso reconciliar su conciencia escribiendo, en sólo 15 días, este bello poema, publicado en el libro El rayo que no cesa. (Biografía de Miguel Hernández)

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JORGE MARÍN

Nació en Buenos Aires, Argentina. Periodista, escritor y docente. Obtuvo los títulos de “Perito Superior en periodismo” en el Instituto Superior EDAYCI de Buenos Aires, de “Técnico superior en periodismo” en el Instituto Superior de Ciencias de la Comunicación Social de Bahía Blanca y completó sus estudios como docente, nivel superior, en el Instituto Superior A.P.M. de Bahía Blanca. Es autor de Los cuentos de Germán (narrativa), Villa Mitre, la reina de la villas, Gramáticas Interactivas, Arte Digital (ensayos), y Las cosas que se te ocurren, ¿Quién sos?, El mufa (teatro). Colabora con artículos en la revista Voces, perteneciente al I.S.F.D. Nº 3 y el diario La Nueva Provincia.

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