BAQUIANA – Año XIX / Nº 105 – 106 / Enero – Junio 2018 (Ensayo I)

RESCATE Y EVOLUCIÓN DE LA ESCRITURA: INTENTANDO UNA APROXIMACIÓN AL ENUNCIADO FEMENINO EN EL LUNAR ETERNO, DE JAVIER RIBA PEÑALBA

 

por

Humberto López Cruz


… el amor erótico: el anhelo de fusión completa,
de unión con una única otra persona.
Por su propia naturaleza, es exclusivo
y no universal; es también quizá,
la forma de amor más engañosa que existe. 

(Fromm 58)

 

We were also exhausted.
We had shivered and we had sweated,
hanging on to every word.
We had shared an incredible experience.

(Weiss 76)

 

El narrador panameño Javier Riba Peñalba (1955-) entregó un personaje femenino en La segunda ley, su segunda novela, que retaba los estándares convencionales, y por qué no, también literarios, ya que por medio de éste cuestionaba una aplicación homogénea de género en las letras de la región.[1] Escritores que publican por primera vez en este nuevo milenio insisten en romper previas ataduras de estilo y contenido; como consecuencia, ahora proyectan en sus textos, no tan sólo un alcance más variado sino que se inscriben en una diversidad temática que vence el encasillamiento literario que abruma a Latinoamérica, en especial al territorio centroamericano. En su tercera novela,[2] El lunar eterno, Riba Peñalba regresa con una proyección mucho más abarcadora de la mujer, que como atesta Ricardo Arturo Ríos Torres, a través de su seudónimo Richard Brooks, “es la visión de la mujer en distintas épocas y latitudes, como el eje vertebral de la humanidad” (contraportada), y así augurar que este artificio narrativo va a cuestionar alguno que otro pilar literario.[3]

     La trama de El lunar eterno se aventura por senderos que transgreden, y retan, la hegemonía estructural establecida en una sociedad que no permite licencias de género; es decir, el personaje femenino actúa como puntal de la humanidad aunque a veces se infiera que mueve, tras un telón imaginario, el discurso novelístico. La mujer, por medio de su cuerpo, vuelve a ocupar un espacio preponderante en la trama integrándose a la narrativa como objeto, pero en control de sus actos. En un intento de autoría de capturar pasajes, considerados lo suficientemente importantes durante el transcurso evolutivo de la civilización y que bien podrían despertar sentimientos de ambigüedad en los lectores, Riba Peñalba reescribe escenas que no quiere que pasen por alto; es una concatenación de eslabones que aspiran a formar una cadena simbólica dentro de un proceso escritural que transige ante tales licencias. Sin embargo, pronto se concluye que tiempo carece de importancia puesto que el autor está más interesado en el comportamiento del individuo que en la reconstrucción histórica. Una lectura ginocéntrica del texto facilitaría un acercamiento a Riba Peñalba y, como sería de esperar, a su novela precedente; a su vez, al esquema de un personaje que ahora se amplía en su encuentro con la novela.

     Habría, pues, que partir de ciertas bases antes de comenzar un desplazamiento más minucioso de su palabra. En primer lugar, hay que aceptar que se está ante una construcción que sigue de cerca el postulado de Michel Foucault, pero que ahora va a afirmarse en todas sus consecuencias; éste señala que bajo ciertas acepciones es factible definir el sexo femenino “como lo que constituye por sí solo el cuerpo de la mujer, orientándolo por entero a las funciones de reproducción y perturbándolo sin cesar en virtud de los efectos de esas mismas funciones” (1:185).[4] La mujer, en su singularidad y colectividad como personaje –entiéndase personajes, se presenta como funciones de cuerpo, deseo y, sin poder evitarse, reproducción. La referencia a la maternidad hace que, por derecho propio, vuelvan a insertarse introspecciones de Julia Kristeva que aboguen por un cabal entendimiento de esta faceta de la mujer. La reflexión destaca que las libertades de género obtenidas no “impiden que el deseo de la maternidad sea y siga siendo la línea conductora de la experiencia femenina. Y que el futuro de la especie dependa y dependerá de ese deseo” (Clément 22).[5] El lunar eterno vislumbra un recorrido poco convencional por los anales del tiempo y donde la representación generacional esgrime una presencia que, obligatoriamente, justifica la procreación. La ficción, y por momentos la historia, mostrarán un personaje que, a pesar de ostentar los rasgos expuestos, puede diluirse en otras dimensiones y que sirve para continuar la contravención que ocupa este estudio en su totalidad y que ya parece va a ramificarse en la narrativa del autor. Continuando por este sendero, hay también que agregar que dicha ficción tiene ante sí la tarea de coadunar una serie de fragmentos históricos para destacar la supuesta importancia de la mujer, si es que la novela va a incurrir en premisas ya observadas en la creatividad de Riba Peñalba.

     Una vez arribados a esta resolución, es obligado recurrir a fundamentos de Lubomír Doležek y donde el teórico checo abunde en el tema. Repasando sus palabras que sugieren que “[e]l mundo ficcional es reconstruido por los lectores reales durante el procesamiento de la información del texto ficcional. […] de acuerdo con el propósito de su lectura, el lector se apropia del mundo ficcional disolviéndolo en su propio mundo experiencial, o expande su mundo experiencial manteniendo el mundo ficcional como una experiencia alternativa posible” (123), entonces la postura de este ensayo puede cobrar forma. La incorporación de personajes reales y su desarrollo estético con los ficticios donde, por ejemplo, se fusionen libros de La Biblia con páginas arrancadas de cualquier manual de historia, es un recurso que se torna útil al conducir al lector a través de los variados viajes en el tiempo. El autor propone que se acceda a una pluralidad de planos donde el ahora se mezcla con el ayer y, sorpresivamente, en un gesto osado, con el mañana. No obstante, lo que queda por dilucidar es si se está recorriendo capítulos de la historia o si es la historia la que destruye el tiempo y demanda que la lectura se afiance en la llamada introyección del personaje. Esta posibilidad amerita una aproximación más detenida puesto que el personaje a estudiar sería, como ya el lector sospecha, la mujer.

     El recalcado ginocentrismo, con Eros como cómplice por antonomasia, aparece página tras página en un discurso atemporal, pero, paradójicamente, unipersonal. Riba Peñalba entrega un personaje femenino que adopta toda una serie de personalidades que viajan por diversas eras compartiendo tan sólo un empoderamiento de género y un sugestivo lunar en forma de mariposa que se reproducirá ad infinitum mientras exista la mujer.[6] Esta carencia de límites concuerda con la infinidad de posibilidades que, en la actualidad, desarrollan escritores que no quieren regresar a terrenos harto trillados y que se aventuran a sondear nuevas vertientes artísticas. Como ejemplo de estas libertades cabría citar el recurso ornamental del autor de adornar su narrativa con nombres, ahora personajes fundamentales, como Erich Fromm y Brian Weiss; de ahí que los epígrafes de este trabajo provengan de sus conocidas, y socorridas, elucubraciones.

     Para corroborar lo planteado, se convierte en inapelable necesidad seguir acentuando que los temas expuestos no seguirán los impuestos por las generaciones precedentes; hay innovación, entiéndase agresividad, en textos que décadas atrás hubieran sido considerados irreverentes. Esta audacia apuntala el discurso narrativo que el lector enfrenta en El lunar eterno cuando se deja guiar por su autor a través del personaje en cuestión, Sonia Gómez. Lo que la mujer parece experimentar, ese viaje interminable a través de diversos períodos históricos, es lo que el autor propone como la atemporalidad de la existencia humana en el planeta, las vidas paralelas que deben conectarse y consumar la intersección buscada; o sea, todas las vidas, todos los tiempos podrían ocurrir a una misma vez. Es por esto que hay que aceptar que “[s]e trata de pensar desde un enfoque que rompa formalismos y divisiones tradicionales, una metodología abierta que piense problemas y recorridos atravesando textos, superponiéndolos y buscando huellas y espectros que se establecen desde ciertas nociones que pueden funcionar como ejes”, para, seguidamente, añadir que “[a]rbitrarios, sí; pero arbitrarios hasta cierto punto, pues dejan de serlo cuando nos permiten la elaboración de un pensamiento crítico de la trayectoria, del recorrido cultural que tenemos a mano” (Noemí 84). En realidad, el arbitrio se desmorona en cuanto el lector asume la trama ya que, aunque no apruebe el enunciado narrativo o esté en contra de la temática que proyecta, desde el momento en que se suma al trascurrir de los hechos, el enfoque deja de ser privado para constituirse público. Esta compartición de elementos contribuye a la reconstrucción de la información que tiene ante sí dicho lector y, tal y como sugiriera Doležek, disuelve la experiencia en su propio mundo, haciéndola suya, y agregando a partir del encuentro literario.

     La movilidad textual que se encuentra desde los primeros contactos con la ficción sostiene que los viajes en el tiempo facilitarán a la novela los recursos necesarios para que el lector comprenda que se tiene que sumar a estos periplos imaginarios. Repásese esta cita para avalar que es un discurso en movimiento lo que definirá la trama. “La mujer se sentó en un cómodo sillón forrado en cuero, y esperó la llegada del eminente psicólogo que había salido temporalmente. Miró a su alrededor y le encantó lo que veía. […]. Aquí se respiraba polvo, pero también un aire de libertad, de pensamientos sueltos. El desarreglo era indicativo de que allí había acción, movimiento, vida” (3). Los adverbios que más llaman la atención confirman que la ausencia va a ser temporal y que ese espacio auspicia vida; el reducto donde aparecen confinados los personajes, ese sitio, es donde va a eclosionar un argumento narrativo que necesitará imponerse en su ficción para autenticar su realidad literaria. El autor es parte de esta nueva ola de escritores y el texto debe autorizar esta propuesta.

     Hay, como es de esperar, otros parlamentos que renuevan la rotación narrativa alrededor del personaje femenino, confirmando, una vez más, la nimiedad del tiempo. El lector es testigo de la facilidad con que el autor logra transportar a Sonia Gómez a través de las épocas y de observar una continuidad religiosa que vincula, o contrapone, el culto con la atemporalidad textual: “la biblia me encanta, pero también otras historias y otras épocas. Pienso en mí como una mezcla del pasado que será mi herencia al futuro. […] Estoy segura […] de que vamos y venimos por este mundo, con el alma como timonel de la existencia, experimentando la vida y evolucionando a través del tiempo y del espacio” (135, La Biblia aparece con minúsculas en el original). Con estas palabras, además de continuar el rescate del cuerpo que comenzara en La segunda ley, se afirma un texto que se aventura en otros ciclos e intenta contar nuevas historias; es una narración que va y viene, pero es en estos giros que Riba Peñalba se une a los nuevos literatos que destruyen posibles ataduras textuales para suscribirse a una imaginación sin límites. Es el triunfo de una nueva época que, tal y como dijera la mujer, va experimentando en la evolución del acto escritural.

     Los términos aludidos, ‘rescate’ y ‘evolución’, son factores con una etiqueta adjunta que muestra el precio a pagar por el autor al momento de desarrollarlos. Para rescatar a través de una posible –jamás podría ser imposible– evolución del personaje, la novela tiene que exteriorizar un matiz de adoctrinamiento donde el discurso de reconstrucción del género presentado obtenga características de ensayo y así simular un texto educativo. La unipersonalidad de la mujer se bifurca en tantas máscaras como Riba Peñalba considere necesario; de hecho, el texto indica, más bien ordena, que “[e]xplicarás, narrarás la vida de todas esas mujeres que representaron la lucha de las pasiones contra las virtudes. […]. Hazle recordar al mundo que la mujer vive, sufre, se sacrifica, y a la vez salva. Que el futuro puede redimirse liberándose de prejuicios”, para, al referirse a su personaje, a Sonia Gómez, concluir que brindó “un relato insuperable desde la prehistoria hasta el futuro” (338). Estas expresiones, halladas casi al final de El lunar eterno, reconocen a la mujer en todas las consecuencias de su sexo y humanismo; es la colectividad extraída de los referidos libros de historia que ha evolucionado hasta imponerse por medio de las acciones narradas. Recurriendo una última vez a Doležek, hay que recordar que “[l]as modalidades narrativas pueden interpretarse como restricciones globales que se imponen a los cursos posibles de las acciones narradas […] De forma concreta, puede decirse que un sistema modal define un mundo narrativo en el que sólo son admisibles ciertos cursos de las acciones narradas” (149, énfasis en el original), para así reconocer la viabilidad de la trama. El autor tiene que adherirse a la carencia de parámetros restrictivos que entorpezcan cualquier propósito de expansión textual y, de esta manera, ofrecer su criterio, moldeado por alguna que otra imposición pero sin interferencias limitadoras, para que entonces su narrativa rompa con el formalismo y tradicionalidad aludidos y forme parte de una literatura más contemporánea y con nueva identidad. Riba Peñalba inauguró su deambular en las letras con un argumento agresivo y a la vez abierto a múltiples interpretaciones. Sería acertado sugerir, y confiar que ocurra, que enfrentamientos críticos posteriores amplíen el radio de acción de la óptica de análisis que se utilice para solventar dichos desmontajes textuales.

 

Notas:

[1] El personaje de Mary, en La segunda ley, es un ser discapacitado. Esta minusvalidez comienza a destruir el arquetipo femenino que podría sugerir belleza como atributo indispensable. Al haber enfrentado este tema con anterioridad, no considero necesario duplicar mis previas conclusiones, pero sí puedo indicar a cualquier lector interesado que consulte “Destruyendo la frontera corporal: el rescate del cuerpo femenino en La segunda ley de Javier Riba Peñalba.”, ensayo que aparece referenciado en las obras citadas.

[2] Con anterioridad el autor publicó Las vertientes del cielo (Panamá: Tiara, 1997). En 2001 llegó a los lectores su segunda novela, La segunda ley (Panamá: Círculo de Lectura de la USMA, 2001).

[3] Nótese que Ríos Torres, una vez más utilizando su seudónimo de Richard Brooks, dedica un acápite de La calle del espanto a Riba Peñalba (112-13). Es un buen ejemplo para anticipar lo que sería después la carrera literaria del autor de El lunar eterno.

[4] En realidad, Foucault indica que el ‘sexo’ en la mujer fue definido de tres maneras. Las dos primeras son “lo que es común al hombre y la mujer” y “lo que pertenece por excelencia al hombre y falta por lo tanto a la mujer” (185). La tercera es la que cito en este ensayo. Esta aclaración se ve también en mi análisis sobre La segunda ley, novela previamente mencionada.

[5] Estos comentarios de Kristeva fueron extraídos de su correspondencia con Catherine Clément; de hecho, el libro citado es únicamente la recopilación de sus cartas. La misiva de donde proviene la cita fue fechada en París, el 1 de diciembre de 1996 (19).

[6] Aunque no es necesaria la aclaración, este distintivo es el rasgo que le da el título a la novela.

 

Obras citadas:

Brooks, Richard. (Ricardo Arturo Ríos Torres). La calle del espanto. 4ª ed. Panamá: Círculo de Lectura Guillermo Andreve, 2014.

—. El lunar eterno. Por Javier Riba Peñalba. Panamá: Sibauste, 2014. Contraportada.

Clément, Catherine y Julia Kristeva. Lo femenino y lo sagrado. Trad. Maribel García Sánchez. Madrid: Cátedra, 2000.

Doležek, Lubomír. Estudios de poética y teoría de la ficción. Pról. T. Pavel. Trad. Joaquín Martínez Lorente. Murcia: U. de Murcia, 1999.

Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Vol. 1. Trad. Ulises Guiñazú. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.

Fromm, Erich. El arte de amar. Trad. Noemi Rosenblatt. 11ª Reimp. Barcelona: Paidós, 1990.

López Cruz, Humberto. “Destruyendo la frontera corporal: el rescate del cuerpo femenino en La segunda ley de Javier Riba Peñalba”. Crítica Hispánica 34.2 (2012): 119-26.

Noemí, Daniel. “Y después de lo post, ¿qué? Narrativa latinoamericana hoy”. Entre lo local y lo global. Ed. Jesús Montoya Juárez y Ángel Esteban. Madrid y Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2008. 83-98.

Riba Peñalba, Javier. El lunar eterno. Panamá: Sibauste, 2014.

—. La segunda ley. Panamá: Círculo de Lectura de la USMA, 2001.

Weiss, Brian. Many Lives, Many Masters. New York: Simon & Schuster, 1988.

 

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HUMERTO LÓPEZ CRUZ

Nació en La Habana, Cuba (1959). Poeta, ensayista e investigador literario. Obtuvo su doctorado en la Universidad Estatal de la Florida / Florida State University, en Tallahassee. En estos momentos, como catedrático, imparte clases de literatura y civilización latinoamericanas en la Universidad de la Florida Central / University of Central Florida, en Orlando. En 2015, y en esa misma institución, fue nombrado Pegasus Professor. Entre sus últimas publicaciones destacan ediciones compiladas sobre Dulce María Loynaz, Virgilio Piñera, Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante y Rosa María Britton; además, ha publicado libros sobre articulaciones y autores de las letras panameñas. A su vez, es autor de dos poemarios, Escorzo de un instante (2001) y Festinación (2012). Ha publicado artículos en diversas revistas nacionales e internacionales sobre aspectos de la literatura del Caribe, Centroamérica y la producida por hispanos en los Estados Unidos. Es Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

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