BAQUIANA – Año XVII / Nº 99 – 100 / Julio – Diciembre 2016 (Teatro)

MILICIANO

 

por

 

Joaquín Blanes

 


(Este monólogo tuvo su estreno mundial en Sevilla, España, gracias a la Asociación Cultural Varia Invención, en la sala El Cachorro, el 22 de junio de 2013. Contó con la dirección del propio autor y la actuación de Jesús Redondo.)

1

La escenografía será siempre a discreción y gusto de cada compañía. Valga como sugerencia lo siguiente:en el escenario unos sacos de arpillera a modo de trinchera, un montículo de tierra, una pala, una manta andrajosa, un puñado de recuerdos del miliciano, una bandera blanca sobre un mástil o un palo. Para mostrar el artificio mágico del teatro, en el lateral, fuera de luz pero a vista del público, sentado en una silla, estará el actor vestido ya como el miliciano.

Suena la canción “Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero”.

Entra el miliciano canturreando la canción: escuálido, sarmentoso, con poca energía y menos gracia castrense. Va vestido con lo que parece el uniforme republicano, pero dos o tres tallas más grande. Coloca sus objetos fetiche. Mira la pala, se dirige a ella y comienza a cavar.

Un avión de papel entra desde un lateral.
 Lo despliega. Es un mensaje, lo lee, parece no creer lo que lee, lo vuelve a leer. Entusiasmado.

MILICIANO

¡Ya vienen, ya vienen! ¡Qué nervios, qué nervios!
 ¿Y si me dan la mano? ¿Y si me ascienden? ¿O me ponen una medalla? ¿O me dan la mano, me ponen una medalla y me ascienden? Esto hay que celebrarlo. ¡Oye, oye, que ya vienen! ¡Ya vienen!

Mira a su alrededor y comprueba que está solo, parece algo desilusionado. Se dirige hacia el montículo de tierra y continúa cavando. Se detiene. Enfrenta al público y comienza a narrar su entrada en el ejército.

Se sugiere que imposte la voz para convertir en discurso directo la aparición de otros personajes.

Cuando estalló la guerra me presenté el primero en el cuartel.
 Mi sargento, Francisco Redondo, para servirle a usted y a la patria que les parió.

Vamos a ver… usted es bajo y flacucho. (Levanta la pala como si fuese un brazo) Magro, muy magro. Aquí buscamos hombres, no ancas de rana.

(Enérgico, muy militar) Yo soy muy hombre, mi sargento.
 Tengo nueve hijos. Todos varones y de distinta madre. Eso sí, ninguno es mío. Pero yo me hago cargo de todos. No les hace falta de nada. ¿Comida? ¡Comida! ¿Bebida? ¡Bebida! ¿Ropa? ¡Ropa! ¿Cama? Cama… todos en una. (Un poco avergonzado) Es que mi casa es pequeñita, es muy chiquitita. ¡Ah, pero espere que se muera mi suegra! ¡Pienso ampliar la cuadra!
 (Cambiando de tercio)
 Que soy muy hombre, mi sargento.

¡Rechazado!

¿Cómo que rechazado?

Sí, no da la talla.

¿Cómo que no doy la talla? ¡Ah, y Franco sí y Hitler también y Mussolini, ese zampabollos, ellos sí dan la talla. Yo no. Ellos sí, yo no. ¡Pues me voy al otro bando!

¡Al traidor! ¡Al desertor! ¡A por él!

(La acción como si fuese a cámara lenta)
 Salgo disparado del despacho del sargento. Empujo a un cabo que está en la puerta, cruzo corriendo el pasillo, driblo a un soldado raso, salto por encima del escritorio del oficinista, cruzo la calle… Antes miro a los dos lados no vaya a ser que venga algún carro de combate, que como me pille, me hace polvo. Y ya estoy en el otro bando.
Es que, es que mi pueblo es muy chiquito, es pequeñito. Tiene sesenta niños, setenta niñas, ciento veinte hombres, ciento treinta y siete mujeres, cuarenta cabezas de ganado y ocho gallinas. Todos nos conocemos. Si algún ternero muge (imita el sonido del ternero), todos sabemos de quién es. Martinito, que se te ha escapado otra vez el ternero, me cachis en la mar…

Total, que llamo a la puerta del otro bando y le digo…
 Capitán, Paco Redondo, para servirle a usted y a la patria que les parió.

(Vuelve a impostar la voz)
 Vamos a ver, Francisquito, usted es bajo y flacucho (levanta un brazo como si alguien se lo levantara) Magro. (Se levanta el otro brazo) Muy magro. Aquí buscamos hombres, no un pellejo flojo.

Yo soy muy hombre, mi capitán. Acabo de desertar del otro bando.

¡Aaooaaahh! Eso cambia las cosas, usted es un héroe, un héroe. Con todas sus letras. E, ere, o, e. “Éroe”. Está usted admitido inmediatamente. Lo malo es que no tenemos uniformes de su talla, aquí sólo gastamos de la cincuenta para arriba y de calzado de la cuarenta y tres para arriba también, porque aquí todos somos muy hombres, hostias. Pero no pasa nada, ya se las arreglará usted.

(Retocando su uniforme como si fuese lo más elegante del mundo) Y me las he arreglado muuuy bien.

La instrucción, ¿ha hecho ya la instrucción?

Yo, yo… yo voy de vientre todas las mañanas, mi capitán, no me salto ni una.

No importa. ¿Sabe usted manejar un arma?

¿Vale un tirachinas?

Vale un tirachinas, no estamos aquí para ponernos exquisitos. Así que mañana mismo al frente, a primera línea, a pelear por nuestra patria.

¿Puedo despedirme de mi familia?

Por supuesto, soldado.

¿Y de mi novia?

Claro que sí, hijo. Pero desde el frente, como todo el mundo. Mande usted una cartita, un telegrama o un souvenir de esos donde ponga “Estuve en la batalla del Ebro y me acordé de ti”. Pero desde el frente, hostias. Sargento, lléveselo.

Pausa. Interacción con objetos personales.

Recuperando la compostura.

La primera noche en el frente atacamos nosotros. La segunda atacaron ellos.
 Era noche profunda, sin luna.
 Apenas podíamos ver el gesto asustado del compañero.
 De vez en cuando, el resplandor de un mortero estallando cerca me recordaba las ferias de mi pueblo, las luces del ayuntamiento, la algarabía, el gentío, el buen humor, la orquesta, el baile… Charito… pero en seguida se cegaba la luz y la oscuridad nos engullía de nuevo, como el bocado violento de una bestia.

El capitán nos decía: ¡Disparen a todo lo que se mueva, hostias!
 Y nosotros disparábamos a todo lo que se movía: una bandera ondeando roída, una hoja seca a punto de ser pisada, una lechuza perdida entre los dos bandos, un hombre corriendo como un loco, no sabemos muy bien si avanzando o huyendo. Nosotros disparábamos a todo maldito movimiento.

De repente vi una sombra que corría ágil, como una cabra montesa. Dando brincos, sorteando las brechas de mortero en la tierra, esquivando las balas, agazapándose al silbido furioso de la munición. Pude verlo porque la metralla de un mortero le golpeó en el casco y saltaron chispas. 
Lo vi y disparé. Cayó justo delante de mí. ¡Pumbaaa!
 Estaba feliz. Estaba jodidamente feliz. Mi primer muerto.
 Lo agarré con rabia por los pelos, le levanté la cara y le grité: ¡Hijo de perr…!

Entonces vi el horror en sus ojos, lo más abyecto del ser humano, lo más salvaje de mí mismo. Ni siquiera tenía la cara curtida que tienen los hombres. Era un ángel, era un jodido ángel.

“Tengo mucha sed”, me susurró y empezó a llorar.

¡No llores, hijo de puta, no llores, cabrón, no llores, no llores!

Lo arrastré dentro de la trinchera y grité:
 ¡Un médicoooo! ¡Un médicooo!

¡Qué cojones pasa aquí!, gritó el capitán. ¿Esto qué mierda es? ¿A este chaval qué mierda le pasa?

Está herido, mi capitán.

(Suena una doble detonación. Dos disparos profundos y secos, inequívocos)

Pues ya no lo está.
 Y ni se te ocurra enterrarlo, úsalo como escudo. ¡A disparar, hostias! ¡A disparaaar!

El miliciano vuelve a la silla. Suena la canción “Soy un viejo ya”. Entra el miliciano canturreando la canción. Mira la pala, le da una patada con desgana. No quiere cavar más.

2

Entra otro avión de papel. Recoge el avión, lo abre y lee. Parece decepcionado.

 

MILICIANO

Se retrasan.
 (Como si mirase un mapa estratégico)
 La zona norte está tomada por el otro bando, la zona sur también. La zona este es casi nuestra, nos quedan tres cuartas partes por conquistar y será nuestra, así que no tienen más remedio que rodear por el oeste para llegar hasta aquí.
(Como un niño pequeño) Cuando lleguen, llegarán cansados, y no tendrán ganas de darme la mano, ni de ponerme una medalla y mucho menos de ascenderme. Cuando lleguen lo único que querrán es dormir. Dormir y dormir. Mira que son perros estos altos cargos. Pues que no piensen que van a dormir conmigo. Que mi manta es mía y paso frío yo solo. Y encima quieren que cave una trinchera, yo solo, no te fastidia. Eso es que mañana querrán atacar.

La acción puede desarrollarse cavando una zanja, moviendo un montículo ridículo de tierra, nada heroico, sin que cambie apenas la situación
 del desdichado.

 

Pero se lo pienso decir bien clarito al capitán: 
¿Cuándo piensa atacar, mi capitán?

Mañana.

¿Mañana? Mañana no puede ser, mi capitán. Mañana es domingo y el domingo, ya se sabe, es el día del señor.

¿De qué señor?

Ah, yo no lo sé, yo soy republicano y no creo en eso. Pero ellos que creen mañana están de descanso. Verá, mi capitán, si fuesen judíos estarían de descanso hoy que es sábado, y mañana podríamos atacar, pero como no son judíos y son católicos, mañana están de descanso.
 Verá, mi capitán, hoy podríamos atacar, pero vista la hora que es… ya es demasiado tarde e igual están durmiendo. Además, mi capitán, que estas no son horas de llegar a una casa decente y mucho menos de atacarla.
 Claro, ustedes me mandan un telegrama diciendo que se van a retrasar y yo ya pienso que hoy no atacamos, porque entre que ustedes llegan y llegan cansados y ni siquiera tienen ganas de darme la mano o de ponerme una medalla o de ascenderm…

¡Basta!

Eh, oiga, mi capitán, usted no me hable así con esos malos modos, porque si me habla con esos malos modos yo me voy al otro bando que son más amables. Y se lo pienso decir así de clarito al capitán, que para eso hay confianza, coño, que somos camaradas.
 Y seguro que el capitán me dirá que atacamos el lunes.
Pues el lunes, mi capitán, tampoco puede ser, porque el lunes descansamos nosotros, que nosotros no somos ni católicos ni judíos ni tenemos día de descanso, descansamos los lunes, que es el día que cierran los museos.

Ah, pues yo no lo sé, mi capitán. Pregúnteselo a ellos, que son los que cierran, nosotros solamente descansamos.

¡Pues el martes! ¡Atacamos el martes!

El martes… el martes es complicado, mi capitán, porque el martes tenemos mercadillo. Es el día que nos pasamos cosas los unos a los otros. Que si tú tienes tabaco y yo papel, que si yo pan y tú panceta, que si tú achicoria y yo manzanilla, que si mira a ver si te sobra alguna bota del cuarenta entre todos tus muertos, que aquí sólo tenemos del cuarenta y tres en adelante, porque aquí todos somos muy hombres…

¡El miércoles, hostias! ¡Atacamos el miércoles!

¿El miércoles, mi capitán? Pues el miércoles igual es un buen día. Ahora, si no llueve, porque en esta zona llueve mucho y hace un relente que pela por las noches y como llueva se enfanga todo y cualquiera se tira ahí al fango, que luego cogemos frío y nos ponemos malos y comienzan las toses (tose); usted dígaselo a los nuestros y verá, le hacen la trompetilla. ¡Pues que vaya el capitán, con sus cojones!
 (Mira hacia todos lados como si alguien hubiera soltado el improperio en lugar de él)
 Se alteran, mi capitán, en seguida se alteran y hay que ponerles música pa’ amansarlos, como a las bestias.

Suena la canción “Puente de los franceses”. El actor vuelve a su silla.

3

Entra el miliciano en la trinchera. Acciona con sus objetos.

 

MILICIANO

Lo mejor de la guerra es la fraternidad, el compañerismo, la confianza que pone el uno en el otro: (susurrando) Oye, tú, cúbreme, que voy a cagar.

Sin duda, es la camaradería lo que reina en las trincheras, la franqueza, la honestidad de saber que todos están en el mismo saco que tú, que no hay distinción. No puede caerte mal nadie, no puedes permitirte odiar a ninguno de tus compañeros, si ni siquiera te atreves a odiar a los de enfrente porque son de tu misma sangre. Si a tus camaradas les aguantas el mal aliento cada mañana, cómo no vas a aguantarles un pequeño acto de egoísmo, cuando abren las cartas que llegan desde el pueblo, perfumadas, y comienzan a leértelas como si la esperanza se escondiera entre los párrafos que se amontonan torpemente en una cuartilla, entre la letra menuda de Manolita Brumas o la caligrafía enorme, casi infantil, de Margarita Sánchez, de la Tina Nogales, de Laura Olmo, de Carmencita Díaz. Y cómo no voy a escucharlos si en ese instante el optimismo disipa cualquier miedo, si la ilusión de ver el fin de esta batalla es casi una certeza, una evidencia, una verdad.

Miro alrededor y veo el radiante destello de unos rostros felices, a pesar de la torva de agua que anega la trinchera, a pesar de las granadas que suenan puntuales como un reloj de pared, cada vez más cerca. Los veo a todos comíos de mierda, flacos, descarnados, con piojos, casi sin dientes, los veo sonreír y son felices, por un instante son… ilusoriamente felices.

También yo lo soy, por un instante.

Abro la carta de mi Charito, Charito Medina, la mujer más bella de todo Villanueva y tengo unas ganas locas de morderle la boca, como se muerde un fruto sabroso, con avaricia pero con delicadeza. Siempre delicada, mi Charito Medina. Y tengo unas ganas locas de bailar abrazado a ella, con desesperación, igual que un náufrago se abraza a un trozo raquítico de madera y se deja mecer por el vaivén de las olas. Bailar (tararea y baila).

En las ferias del pueblo mi Charito está radiante, es una flor colorida y hermosa. Casémonos hoy mismo, le susurro al oído mientras bailamos.

¿Y qué dirá mi novio el legionario?, bromea y sonríe.

¿Qué nos importa lo que digan tu novio y mi mujer?

Bésame, dice, bésame fuerte.

¿Y si nos ven?

No te preocupes, diremos que somos siameses.

Cuando vuelva del frente nos casaremos.

No tardes mucho, porque no sé tejer muy bien y no sabría esperarte como Penélope.


No tardaré, mi amor, serán dos días, tres a lo sumo.

(Evocador) Tengo que verla. 
El capitán lo entenderá, somos camaradas.

Pausa.

Da su permiso, mi capitán.

Por supuesto, soldado.

Pues hasta mañana entonces.
 Y me fui. Salí por patas, no fuera a cambiar de opinión, que el capitán es muy dado a eso y yo no quiero problemas con la autoridad. Yo le pregunté: ¿Da su permiso, mi capitán? Y él contestó: Por supuesto, soldado. Por supuesto, soldado, es lo mismo que decir: Sí, soldado, le doy mi permiso. Por eso me fui.

¿Pero para qué volver al pueblo? ¿Para qué volver con Charito? Para verla dolida y silenciosa.
 Encogida en aquella cama, con las manos apretadas, llenas de mechones de pelo de la crin del animal salvaje que la ultrajó. 
Mírame, Charito, no te quedes callada, mírame.
 Por favor, mírame.
 Ya está todo perdido, no podemos caer más bajo, ahora sólo pueden venir las cosas buenas. Hemos agotado la mala suerte, Rosario, vida mía, mírame. Rosario. 
Tienes los pies helados… y las manos ¡qué frías! Deja que te cubra con un abraz…

¡No me toques!

Charo, cariño…

¡Déjame sola!
(Pausa) ¡Vete y mátalos!

¿Qué estás diciendo? Si yo no sé odiar, Charito, no sé odiar. Sólo sé maldecir. Tengo la boca sucia de malas palabras, pero no sé odiar, (cada vez más apagada la voz, casi para sí mismo) no sé odiar, no sé odiar… lo siento. (Pausa) Tengo que volver. Me esperan en el frente.

Silencio.
 Se aleja cabizbajo hacia otra parte del escenario. Suena el paso doble “La gracia de Dios”. Vuelve a la silla.

4

Entra en acción.

 

MILICIANO

En el frente el médico era mi primo.

¡Coño, Paquito!

¡Coño, Andrés!

Nos abrazamos. Creo que intuye mi miedo, como yo conozco el suyo. Debe sentir la necesidad de protegerme, por eso quiere darme otro abrazo, para decirme: Tranquilo, primo, aquí estoy yo.

Abre los brazos en alto para abrazarme y…

Irá diciendo estas onomatopeyas mientras corre de un lado hacia el otro de la trinchera sin saber dónde esconderse.

 

¡Zuuuuum! ¡Buuuuum! ¡Zuuuuum! ¡Zuuuuum! ¡Buuuuum!

Coge un saco de la trinchera para cubrirse con él.

Un mortero estalla en el mismo centro de la trinchera.
 Todo salta por los aires.
 Todos alrededor están muertos: el capitán, el teniente, el brigada, el sargento, el cabo, los soldados.
 Todos, menos mi primo y yo.

Interactúa con el saco como si el saco fuese su primo.              

¿Estás bien?

Estoy bien.

Pero miro su mano y la tiene reventada. Parece una fruta despanzurrada. Tiene tres dedos arrancados de cuajo.
 Le miro a la cara y está pálido y la sangre le mana como una fuente. ¡Hostia, Paquito, apriétame con fuerza la mano, joder! Tienes que hacerme un torniquete o me desangro. Mira, mira los dedos cómo se mueven, parecen lagartijas, dan ganas de pisarlos. 
Recógelos y ponlos en hielo.

Se ríe. No para de reírse. ¿Dónde hay hielo?

El capitán, el capitán tiene hielo para enfriar el champán.

Sigue riendo. Era broma, claro, estaba bromeando el muy cabrón, tiene la mano reventada y se ríe.
Yo no puedo reírme, quisiera reírme para darle ánimo, pero no puedo. Me duele mirarlo, mirar su mano desmembrada…
Tenemos una bandera blanca. A la mierda la bandera blanca. Ahora aprieta la mano mutilada de mi primo. 
El capitán guardaba whisky y ron y pacharán. A la mierda el whisky, el ron y el pacharán del capitán.
 Ahora nos lo bebemos mi primo y yo.
 Mi primo mira su mano mutilada, el harapo bermejo y sucio, lleno de mugre y sangre.
 Mira fijamente su mano. La mira despacio.
 La sangre no para de emanar, parece una fuente, parece la Cibeles, la fontana de Trevi, la fuente de nuestro pueblo.
 La sangre emana y chorrea.

Hay que cortar la mano. Tienes que hacer un fuego. Haz un buen fuego y pon en él un cuchillo de sierra.

No hay cuchillos, primo.

Joder, ¿estamos en plena batalla y no hay un puto cuchillo?
 Entonces tengo hambre, me dice. Tengo que comer algo. ¿Qué hay para cenar?

Hay salmón. Salmón y caviar.
 Bromeo, pero mi broma suena fría, sin gracia, de todos modos mi primo se ríe.

Salmón y caviar… y después nos hacemos unas salchichas de cerdo.

Mira sus dedos desgarrados y se ríe. Se ríe brutalmente.

Saco pan y una lata de atún. Mi primo come con ganas, yo no tengo hambre, no puedo comer, tengo náuseas.
 Abro otra lata de atún y dejo a mi primo que se coma todas las latas de atún que hay en la trinchera. Come pan y atún, lo que llevamos comiendo sin parar desde hace semanas. Pan y atún. Atún y pan. 
Mi primo mira fijamente la lata de atún vacía, la dentadura metálica de su tapadera.

¿No hay cuchillos?, pregunta.

No hay cuchillos, primo.

Entonces tendrá que ser con eso. Y señala una lata de atún. La sierra irregular que queda cuando se abre una lata de atún. Tiene que ser con eso, Paquito.

¿Estás loco? Yo no sé hacerlo.

Yo te enseño. Tú solo tienes que cortar y después cauterizar.

¿Qué coño dices?

Luego tienes que quemar la herida. Vacías unos cartuchos de pólvora, rocías la herida y le prendes fuego. El resto es cosa de la pólvora, corta la hemorragia y cierra la herida.

No puedo.

Sí puedes.

No puedo, primo, no puedo.

¡Soldado Redondo, es una orden! ¡Es una puta orden!

Coge un trozo de cuerda y se aprieta la muñeca. Me pasa la botella de ron.

¡Bebe!

Yo bebo.

¡Bebe más!

Bebo más.

Luego se echa al coleto el resto de la botella de ron.

Cuando esté aturdido, comienza a cortar por donde está la cuerda, es una orden, soldado.

Coge la botella de whisky y se la acaba.

No olvides cauterizar la herida.

Coge la botella de pacharán y se la acaba también.
 Espero dos, tres, cinco minutos y mi primo cae como plomo. 
Lo zarandeo, lo llamo y lo zarandeo. Está completamente dormido.
 Cojo la lata del fuego. Su metal dentado está al rojo vivo y comienzo a cortar.

(Cortando un saco de arpillera con una lata de atún) Corto la piel, los nervios, las articulaciones, el hueso, que cuesta un poco más, pero estoy borracho y soy un animal rabioso.

Sigo cortando. 
No dejo que el sonido crujiente y desagradable me intimide. Canto lo primero que viene a mi cabeza. 
Canto y corto. Canto y corto. Corto, corto, corto. ¡Ya!

Después vacío un cartucho de pólvora en la herida, le prendo fuego.
¡Fisssssss! ¡Bum!

Queda un muñón: cenizo, oscuro y sucio.
 Miro los dedos de mi primo. Están quietos. Muy quietos.
 Los envuelvo en un trapo junto con una piedra y los lanzo fuera de la trinchera. Ya no los necesita.
 Los tiro con todas mis fuerzas, los tiro lejos, a la otra trinchera, para que vean lo que han hecho, lo que hacemos todos. Darnos por culo unos a otros. Eso es lo que hacemos aquí en el frente. ¡Jodernos!

Pausa. Quita la bandera blanca del palo y escribe en ella las frases “Dios no da, presta. No concede, alquila”.
 Cuelga la bandera escrita.

Estoy solo.
 Todo es lodo y silencio, ni siquiera sé si los del otro bando están vivos. Estoy solo.
 El primero y el único hombre, como Adán, terriblemente solo.
 ¿Y ahora qué hago yo?

5

Llega otro avión de papel. Esta vez lo que dice lo aflige mucho. Decepcionado, cabizbajo y triste sigue su discurso.

 

MILICIANO

¿Ahora qué hago yo? ¿Sigo con la trinchera o cavo una fosa? Ahora no habrá ni mano, ni medalla, ni ascenso. Y ya la hora que es. Vaya, si ya es medianoche. ¿Y ahora qué hago yo? ¿Los ataco? ¿Yo solo? Pero hasta el miércoles no puedo, ya estamos en domingo y descansan ellos; y el lunes descanso yo y el martes el mercadillo… ¿y qué hago aquí solo hasta el miércoles?

Pausa. Duda. Duda sobre su futuro.

¿Y si me paso al otro bando? Allí hay más gente y no estaré solo. Además podría descansar en sus días y en los míos; el domingo porque ellos descansan y el lunes porque lo hago yo. 
¿Tendré que bautizarme?

(Se bautiza) En el nombre del padre, del hijo y de Kruschov.

(Ilusionado. Recogiendo sus cosas)
 Además está el Cuto, que hemos crecido juntos. El día que lo vi con el uniforme le dije: Mira que hacerte facha. Fue pura envidia, como a mí me habían rechazado…

Y tú, rojo, mira que hacerte rojo.

¡Tzi! Republicano.

¡Tzi!, Nacional, que no facha.

(Haciendo un gesto como si fuera a darle un manotazo) Anda y vete por ahí.

Anda y vete tú.

¿Nos vamos?

Venga.

Y nos fuimos de cañas.
 Estuvimos hablando un buen rato de esto y de aquello, hasta que vinieron a buscarlo los de su bando para irse al frente.

Paquito, ¿te vienes?

Vete tú delante, Cuto, que ahora iré yo. Primero tengo que despedirme de mi padre, que el hombre me ha regalado este reloj que dice que es suizo, resistente a los golpes y a los fachas.

Vaya reló bonito, Paquito.

Pues no retrasa ni un segundo.

Bueno, bueno, ya será menos, no exageres. Anda, dale recuerdos a tu padre, y no me vayas a disparar por la espalda, Paquito.

Pero hombre, Cuto, cómo te voy a disparar por la espalda si nos conocemos desde chicos, que de milagro no hemos mamao de la misma teta. Anda y vete tranquilo al frente, que ahora iré yo.

Suena el motor de un avión, lejano al principio, después más cerca. Es el ruido propio de un bombardeo. Sirenas, ruido ensordecedor. Una detonación. El miliciano se asusta. Recorre la trinchera sin saber muy bien dónde esconderse. Todo es confusión hasta que cesa el ataque.

Suena un disparo que deja eco. Se hace el silencio. El miliciano se lleva la mano al pecho.

¡Eh! ¡Oye, Cuto! ¿Pero vosotros no descansabais los domingos?

Síííí.

Pues ya es domingo.

Se te ha adelantado el reloj, Paquito.

Que no, que es suizo y nunca se adelanta. No ves que los suizos son muy puntillosos que tienen hasta agujeros en el queso.

Entonces perdona, Paquito, que se nos ha atrasado a nosotros.

(Moribundo. Recuerda fugazmente el tiempo pasado en la trinchera) Ya vienen, ya vienen, qué nervios, y si me dan la mano y me ponen una medalla y si me ascienden… Usted es bajo y flacucho. Rechazado. ¿Cómo que rechazado? Acabo de desertar del otro bando. Usted es un héroe. ¿Puedo despedirme de mi familia? Lo vi y disparé. ¡Pumba! Mi primer muerto. Lo mejor de la guerra es la fraternidad, el compañerismo. Mírame, Charito, no te quedes callada, mírame. Y ahora… ¿ahora qué hago yo?

Te perdono, Cuto, te perdono, si yo no sé odiar. No sé odiar.

Se desploma. Muere. Suena “Soldadito español”. Oscuro.

FIN

____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

JOAQUÍN BLANES

Nació en Madrid, España (1970). Dramaturgo, novelista y profesor de enseñanza secundaria en los Ciclos Formativos de Realización y Producción Audiovisual en Sevilla, España. Es ABD por la Universidad de Arizona, MA por la Universidad Estatal de Nuevo México y Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla. En 2000 recibió el Accésit de Teatro en los VII Certamen Literario de la Universidad de Sevilla por la obra de teatro El tedio. Ha escrito las obras Dulce como limón en los ojos, Parejas y Bestiario en el Botánico para la compañía Namú Teatro de Granada. En 2006 consiguió el XI Premio de novela Universidad de Sevilla con Las demasiadas horas, publicada por la editorial Punto de Lectura. En 2008 publicó el libro de relatos Animal humano con la editorial El Desembarco.

____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________