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ALEXIS GÓMEZ ROSA
Nació en Santo Domingo, República Dominicana (1950). Es poeta y narrador. Tiene el mérito de hacer dialogar oriente y occidente en la dinámica de su proceso creador –sorprendente, por su irreverencia–, al inaugurar, en Casa de Teatro (julio de 1977), la primera exposición de poesía concreta en República Dominicana e introducir, con la publicación de High Quality, Ltd, en septiembre de 1985, dos conocidas y antiguas modalidades de escritura japonesa: el haiku y el tanka. Entre una expresión y otra, la obra poética de Alexis Gómez Rosa ha sumado diversos registros escriturales agrupados en El festín: obras completas (2011), que contiene toda su producción desde aquel poema iniciático de 1968, «La palabra vulnerada», publicado en Destello, órgano del grupo cultural «La antorcha», hasta la publicación del conjunto de su obra poética en 2011; Veamos: Oficio de post-muerte (Williamsburg Printshop, Brooklyn, New York, 1973; segunda edición, Alfa & Omega, Santo Domingo, 1976); Pluróscopo (plaquette de la revista ¡Ahora!, Santo Domingo, 1977); High Quality, Ltd. (Colección «Luna Cabeza Caliente», Santo Domingo, 1985; segunda edición Editorial Gente, Santo Domingo, 2004); Contra la pluma la espuma (contiene: Opio territorio y Cabeza de alquiler, Editora Taller, Santo Domingo, 1990); New York City en tránsito de pie quebrado (Premio de poesía Casa de Teatro 1990; Editora Taller,1993); Si Dios quiere y otros versos por encargo (Premio Nacional de Poesía «Salomé Ureña de Henríquez» 1991; Editora Búho, Santo Domingo, 1997; Self Service Poems –Ahora disponible en su versión castellana– (Premio de Poesía «Casa de Teatro» 1996, Editora Taller, Santo Domingo, 1997; segunda edición Editorial Huerga & Fierro, Madrid, 2000); Adagio cornuto (Ediciones Bangó, Santo Domingo, 2000); Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida (Editorial Manatí, Santo Domingo, 2004); La tregua de los mamíferos (Secretaría de Estado de Cultura, Santo Domingo, 2005); El festín: (S)obras completas (Editora Amigo del Hogar, Santo Domingo, 2011); Trueno Robado (Editora Gente, Santo Domingo, 2013); Prosas de un peso welter –147 libras en formato de libro– (Editorial Gente, Santo Domingo, 2014); y Máquina Olandera y otras olas de lava & lanman (Premio Nacional de Poesía «Salomé Ureña de Henríquez» 2013) publicado por la Editorial Gente (Santo Domingo 2014).
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SI HABLO SIGAN LA BROMA
Tengo por declarar a continuación,
lo que me baja por el centro de la lengua
impulsado por la memoria inválida.
Lo que vive rumorado en una oreja: toda
la oreja. Lo que se agacha debajo
de la lengua transpira el habla: envuelta
en sábanas de transparencia. Lo dicho
por un labio que en el otro rechina.
El paso del silencio encorvado sobre
párpados abiertos, arenales me avanza muerte
y cerrojo. Lo que circula
entre las líneas del poema que pienso.
Los puntos suspensivos, y aparte,
los asteriscos que no son correspondidos,
los signos de número más, número menos.
La carta que reposa en el lápiz
de mi mujer, y que sospecho, no habrá
de alcanzar nunca el blanco y negro.
Lo que se asoma a la cabeza
para dejarme en babia.
La sorpresa que me reserva el camino
que inicio. Lo que llega instalado
en una clave de música (Sentimiento puro,
¿no?/ azúcar). Lo que vibra de noche
para escaparse de día. El discurso
enredado en las celdillas del micrófono,
-¡óyelo!/ fuera de serie. Eso que arrolla
por las vías de la página introduciendo
inusitados caballos de fuerza.
Lo que se desprende del techo
de un loco y que ahora encuentro inerte
en la boca del teléfono: constituyentes
son del tiempo de mi poesía.
El deseo en trance convertido en carne
de mi carne. El labio A,
censurado por su opuesto a quien ve.
ESPEJOS QUE BORRAR
El espejo me aburre su lección de semejanzas.
Desde afuera, con la navaja, lo borro sin tocarlo.
Al espejo que discurre le superpongo un espejo
estacionado.
Lo borro con ternura facial de llanto intransitivo.
Le miento sacándome la máscara favorita de mamá:
aquella de septiembre dos de mil novecientos
cincuenta.
El espejo que sonríe no es el espejo que me reparte
en fragmentos.
Al primero le doy los buenos días,
y el segundo me declara su imposible.
Está dicho: parado un espejo frente a otro
no hay espejo.
Prolonga el vacío su capacidad de blancas conjeturas.
Así, escribir espejos de agua con el hilillo Huidobro
de una sombra.
O subscribir espejismos con la piedra que deja el agua
al secarse.
El espejo que me busca se demora en una imagen
rupestre.
Cavernícola hasta la próxima piedra, algo nuboso,
me veo empañado en el tambor de un horizonte.
JAZZ DE UNA NOTA EXTRAVIADA
(Contrapunto fotográfico en blanco y negro)
A Julio Cortázar,
trompetista en sordina
La trompeta caída; los ojos en sobre-
vuelo, se derraman en la trompeta.
La trompeta caída en el suelo; los ojos
de serpiente, en el suelo también.
La trompeta en el suelo se ha caído,
los ojos la escuchan en el suelo.
La trompeta, en alto vuelo despierta,
levanta los ojos que la sueñan.
La trompeta se halla en el suelo;
no hay ojos que presten su atención.
La trompeta se halla en el suelo;
los ojos de Miles Davis enceguecen.
La trompeta en su óxido callada.
El trompetista hoy quiso
hacer de boxeador.
DESENCUENTRO
¿Y el cojo? ¿En qué aire abandonó
su pierna?, ¿en qué zapato regresa?
Ensartando vacíos, remolinos, donde
antes había carne, huesos,
membranas,
un pie danzante.
Siento el percutir de las horas
goteando en el oído del mundo.
También un galope unánime, ascendiendo
pedradas, los enanos.
Todos vuelven a ser coro.
Todos se llenan la boca de espagueti,
ensayando duendes, federicos,
entro a la nada en la que acontece
una ventana. Saltan allí mandíbulas,
cojeando, la palabra que consagra.
Ombligos de primerísima emoción
hacia la funeraria y el templo,
resulta verdaderamente atractivo.
¿Quiénes encaminan miradas
a continuación del sol visionario
de los ciegos?
Lo visto transmigra y se abulta
en calles y anexos.
La vista se angosta e involuciona
puertos, altos azules, a curricán
de veloces estrellas.
Mi cuerpo lo arroja mi mujer,
lo vomita su lesbiana. Algo me huele
negro, muy feo.
La poesía: perpendicular es al bostezo
de un policía de tránsito.
LA CARTA
A Rigas Kappatos
En la estafeta de correos puse una carta, una carta vacía. Si está vacía no es una carta, es un papel y no merece ningún comentario. Ser papel, el espacio inmaculado, la mirada (monotonía del desierto, discurso que se repite), es dar cumplimiento al No-Ser, determinado en el marco de las causas finales.
Arena y viento (sugerencia de la página en su papel de mendigo), traen un eco distante que nunca fue voz: fríos silencios del sueño de las cucurbitáceas.
En blanco la página promulga lejanías, miserables sandalias. (Cartero que va y vuelve).
Una carta espera cosas. En sí, la carta, es un informe, una salutación, o tan sólo un acuse de recibo. En última instancia sería buscar, al doblar la esquina, como el cuchillo el pecho adolescente, o miel en los labios de la amante. Es abocarse a la sangre sin cometer el crimen.
Una pregunta: ¿y el papel que mandé, qué es? Yo diría que un metalenguaje, Narciso. Vale superponerle otro papel, hacer dialogar dos vacíos. Llenar un vacío con otro (la metodología es de Juarroz), y luego ver allí el significado del mundo que reproducen.
Papel que arropa el lápiz y lo anula, haciéndolo describirse garrapateando nombres y ciudades. ¿A quién la carta, el papel? Circulatoria la mirada, va ensartando arqueologías, vitrales, bodegones, por la redondez de la sala, el orgullo es del gato que pasea.
EL BUEN SUJETO DE LA MALA CONCIENCIA
Qué cosa: un loco se está mordiendo una oreja en el espejo. A dentelladas limpias se devora las cuatro letras de su nombre.
Se muerde una mejilla, la nariz, que termina en puente de cotorra por donde pasan los disturbios de su mundo interior.
Aletea ilusionado: loco suma gorgojos. Aletea sangrando a profusión en una mezcla de mucosidad y fétido humor, riendo con lágrimas larvas que evolucionan mariposas.
Ríe a la muchedumbre de curiosos afectada de solemnidad Kodak, obsedida por la barbarie.
En la mano izquierda el corazón (aún latiendo), en su ordinario papel de mal romanticismo, le dice cosas y se asusta al callar otras.
El loco de la 169 Street engulle con grandes mordiscos sus tripas. Su miembro viril succiona, desesperado, hasta hacerlo esculpir largas blasfemias, provocando oleadas de vómitos y náuseas, oleadas de aceite.
Ya doblado sobre sus rodillas: mapa de arterias, hígado y riñones, lo conducen a completar su antropofagia convencido de finalizar (muerto de risa), con los siete días de la creación, ¿existe?, ¿no existe?
Abandonado a suerte y verdad, en plena calle, présago de su historia, lo espera el cuerpo errante de la noche.