VALORACIONES SOBRE LA “LA NARRATIVA CUBANA DESPUÉS
DEL PERÍODO ESPECIAL” DE ESTHER WHITFIELD
por
Lidia A. Versón
University of Minnesota Press
Minneapolis, Minnesota, EE.UU.
(2008)
ISBN:978-08-16650378
248 pp.
En su ensayo “La narrativa cubana después del período especial” la escritora Esther Whitfield investiga y valora dos aspectos que considera fundamentales de la literatura cubana de más reciente producción de la Isla: el surgimiento de la narrativa del agotamiento y el auge de las comunidades virtuales como agentes emancipadores del escritor cubano, tanto de la censura gubernamental al escritor cubano, como de las exigencias de la industria editorial internacional.
De acuerdo al criterio de la autora, la narrativa que surgió como resultado del convulso “período especial” de la década de los 90 y primeros de esta centuria, se ha transformado y ha dado paso a un nuevo tipo de expresión literaria: la narrativa del agotamiento”. En esta nueva modalidad literaria, los personajes considerados “clásicos” hasta el momento, las jineteras y el macho luchador, se han agotado y han sido suplantados por nuevas figuras no tan claramente arraigadas en las condiciones socioeconómicas del país. Esta definición le permite a la autora establecer una relación directa entre el fin de una era y el agotamiento de narradores y personajes, cuyas existencias se desarrollan y sólo tienen sentido en medio de los disímiles y complejas circunstancias históricas de ese momento. Más aún, le permite concluir que el “período especial” como tema y contexto ya ha perdido vigencia.
Para llegar a esta deducción, Whitfield define y delimita el período especial, comenta características generales; y analiza dos de sus medidas económicas cardinales: la legalización del dólar en la Isla y el auge del turismo internacional. Consecuentemente, examina las repercusiones de ambas medidas en la creación literaria cubana, en lo que respecta a su temática y a los posibles peligros que comienzan a acecharla fruto de una, cada vez más creciente, comercialización internacional. En adición, establece un paralelo entre la industria turística y las ediciones extranjeras en su afán por descubrir aspectos íntimos de la cotidianidad de ese momento. Sobre la base de esta correlación, Whitfield analiza “La causa que refresca” (1998) de Yoss (José Miguel Sánchez) y los diferentes textos que componen el “Ciclo de Centro Habana” de Pedro Juan Gutiérrez. Precisamente, a partir de las narraciones del Ciclo, traza el aparente “agotamiento” de Gutiérrez, y compara sus últimas producciones con las concebidas en pleno apogeo del periodo especial. Finalmente, hace alusión a la colección de cuentos de Flores Iriarte Balada de Jeanett (2008) en cuanto a la renovación de su temática y a la presencia de su autor en el Internet, como forma alterna de difusión de la creación artística, más allá de las censuras gubernamentales y las exigencias de las editoriales extranjeras.
El “periodo especial” ha sido uno de los momentos más convulsos, volátiles y complejos de la historia cubana más reciente. A raíz de una de las crisis económicas más agudas por la que haya atravesado jamás la Isla en los años revolucionarios, y cuyas causas son ampliamente conocidas, el Estado se vio obligado a hacer concesiones económicas nunca antes pensadas y concesiones, que como es sabido, tuvieron una inmediata repercusión social.
Desde entonces, mucho se ha hablado y se sigue hablando del papel que ejerció la despenalización del dólar y el aumento del turismo capitalista, en el establecimiento de las diferenciaciones sociales, cada vez más evidentes en el país. Estas disposiciones, a mi juicio, hacen que se ignoren otras medidas importantes que provienen de la misma época, las cuales, unidas a las dos ya mencionadas, contribuyeron también al surgimiento y proliferación de subgrupos marginales que en la actualidad todavía existen. Dichos subgrupos abiertamente contrastan con el ideal del “Hombre Nuevo”, modelo formulado por la Revolución, y posteriormente, se convertirán en los protagonistas de los textos de este periodo. Entre dichas medidas, se destacan: la aprobación de negocios particulares por cuenta propia; la reapertura de los mercados campesinos e inauguración de las tiendas en dólares; el auge del mercado negro, y una mayor posibilidad de viajar al extranjero
De tal manera, mientras, por un lado, se hacían más obvias las estratificaciones sociales; por otro, afloraba el desempleo, la desidia, la corrupción, el consumismo capitalista y el éxodo masivo de cubanos fuera de la Isla. Se desobedecían las leyes y se desafiaba el discurso oficial, hasta ese momento asumido, al menos aparentemente, por la mayoría. Entretanto, las escaseces materiales invadieron los campos y ciudades, pero también les invadió una especie de sentimiento de fatalidad, impotencia y derrota. La Habana se llenó de trabajadores, por ejemplo, que laboraban por un sueldo mínimo con el que apenas tenían un poder adquisitivo; profesionales que abandonaban sus áreas de empleo y emigraban al turismo como: maleteros, taxistas, etc.; mujeres que se prostituían por un jabón, alguna ropa interior o un par de zapatos; familias enteras que se aventuraban al mar en frágiles balsas de fabricación casera, sólo por citar algunos.
En sentido general, se comenzó a vivir desde la sobrevivencia misma, desde el desplome de una realidad que había dejado de tener significado para quienes la habitaban. Por ello, la Cuba de adentro, la Cuba de los cubanos, no coincidía en lo absoluto con los folletos turísticos que inundaron las agencias de viajes en el extranjero, según advierte Whitfield, pero tampoco creo, como más adelante ella plantea, que “la misma precariedad del sistema se traduzca en un exceso de vida”. Más bien, yo diría que la población vivía en una lucha por la subsistencia. Asimismo, Cuba, a juicio de Leonardo Padura en su ensayo “Vivir en Cuba, crear en Cuba: riesgo y desafío”, dice, “había quedado en una espantosa soledad política y económica (…) mientras sus habitantes se afincaban a la tierra de la isla, a las calles sucias y turbias de La Habana, empeñados, todos, en hacer la crónica de un tiempo irrepetible”.
Ahora bien, los creadores de este momento son también habitantes de la Isla, protagonistas de esta época. Como consecuencia, su creación artística no puede divorciarse de su entorno social, pues, por un lado, en este entorno transcurren sus vidas; y por otro, este mismo entorno constituye su fuente de inspiración, lo que de por sí lo descarta como una mera abstracción y lo convierte en una realidad concreta, cuya esencia es sin dudas capturada en las obras que nacen en este periodo. La literatura de este momento es, por ende, un resultado de la metáfora de la carencia, espiritual y física; todavía peor, es la personificación del pesimismo. Sus características invariablemente reflejan el sentir de una época compleja e incierta, pero también las actitudes de quienes transitan por ella. Como los autores gozan de lo que Antonio Arrufat denomina “libertad condicionada,” dada por la combinación de otros dos factores producto también de este periodo: la negociación directa de los autores con las editoriales extranjeras sin la intervención del aparato estatal, y el aumento del nivel de tolerancia sobre los temas censurados. Esto, a su vez, trajo como consecuencia la subversión de las pautas establecidas por la Revolución y el comienzo, hasta cierto punto, de un cuestionamiento de la historia oficial y de las políticas culturales ejercidas por el gobierno revolucionario hasta ese momento Véase el caso de La novela de mi vida (2002) de Leonardo Padura y El vuelo del gato (2000) de Abel Prieto.
No es casual, entonces, que ante el silencio de los medios oficiales de comunicación, esta narrativa, conocida también como la narrativa de la decepción, se convierta en la crónica por excelencia de este periodo y represente la realidad de la Isla en su evolución constante, en su desconcertante y abrumador derrumbe: ideológico, moral e incluso, arquitectónico. El proceso de deconstrucción, que consecuentemente cobra auge, origina una variedad de temáticas y puntos de vistas que, en ocasiones, se vuelven contradictorios y que van desde el Realismo Sucio de Pedro Juan Gutiérrez, hasta las novelas de evasión y abandono de Karla Suárez (Silencio) y de Jorge Ángel Pérez; pero que en definitivas, desarticulan la falacia de la nación unitaria; y, cuando más, reafirman la existencia de una nueva nación cubana: fragmentada, desequilibrada y poseedora de múltiples diferencias.
Si bien los personajes del turista y la jinetera acaparan las páginas de estos relatos, muchas veces panfletarios y superficiales, como bien subraya Whitfield, éstos no son las únicas estructuras narrativas del momento. De hecho, debe quedar claro que la literatura del “periodo especial”, a diferencia de la literatura de las décadas anteriores, edifica su imaginario nacional a partir de personajes marginales, que deambulan perdidos por las calles de La Habana, muchas veces, al borde de la desesperación; y otras, de la enajenación y locura. De igual modo, en sus narraciones predomina un lenguaje popular y grotesco, reflejo de la realidad circundante, que en última instancia constituye un elemento de transgresión y subversión. La violencia cruda y el sexo descarnado son otros de sus rasgos característicos; sobre todo, si se entiende éste último no como una de las pocas cosas que pueden ser satisfechas, como indica Whitfield, sino también como una forma de liberación y, a su vez, de sentido de propiedad sobre algo, aunque fuera lo más mínimo. No hay dudas que la decepción, como estado anímico y moral, transita abiertamente por los textos de este periodo, ejemplificada, unas veces, a través del hambre; otras, a través de la nostalgia, el exilio e, incluso, del propio ostracismo como es el caso, por ejemplo, de los personajes de Los palacios distantes (2002) de Abilio Estévez.
Coincido con Whitfield que evidentemente se ha producido un cambio de actitud en el creador, con respecto a su entorno y a la relación con el Estado que lo rige. Ya no hay vuelta atrás. Más que la defensa de los paradigmas revolucionarios y el realismo socialista de las décadas anteriores, de esta literatura emana un cuestionamiento, una reflexión crítica; en fin, una profunda preocupación existencial y artística, que será muy cuidadosa al distinguir: lo probable de lo real; lo ficcional de lo irresoluble, sumergidos ambos en la añoranza de un ayer, y la incertidumbre ante el mañana.
Indudablemente, la literatura subsiguiente a este periodo conserva muchas de las temáticas, los personajes y las actitudes, que caracterizaron a la narrativa de los 90. Quizás ya no con un lenguaje tan crudo y vulgar, pero siempre conservando un discurso transgresor y subversivo. El pensamiento crítico que se instaló en los textos finiseculares no ha cedido su espacio; más bien, sigue presente como un recordatorio constante del desencanto y la frustración generalizada. No vayamos lejos, El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura o los relatos de jineteras de Marlene Rodríguez, recientemente publicados. Como en su momento lo hicieron las producciones del periodo especial, las de la actualidad, también muestran una visión inédita de la realidad que describen; pero, ahora, con una visión que oscila entre la catástrofe de un deseo frustrado y la ilusión colectiva de que la escasez y el desamparo ideológico serán a la postre superados. Aún así, el declive de las prácticas revolucionarias sigue latente. El tiempo del sacrificio es historia.
Por otra parte, aunque hayan variado las figuras políticas, como Whitfield apunta, ya sea por deceso o por cambios internos, el discurso político de las que han venido a suplantarlas no lo ha hecho. Las libertades artísticas, virtuales o no, se mantendrán siempre y cuando no haya un ataque directo a la Revolución, su sistema político y/o su forma de gobierno. La censura no ha desaparecido del todo, digamos más bien, que los parámetros de lo permitido y lo proscrito no son tan rígidos como en la década negra de los 70. Y aunque Whitfield celebre la difusión virtual de la que gozan algunos escritores en la Isla, me parece prudente destacar que esta modalidad de literatura está restringida para el lector cubano de la Isla, puesto que el Internet es privilegio de pocos, y el acceso a la búsqueda de información por sistemas como Google es prácticamente imposible.
Sin embargo, en lo que ambas literaturas sí difieren abiertamente es en su proyección temporal. En las narraciones del “periodo especial”, el tiempo se observa a corto plazo, como una proyección inmediata, pues la visión de futuro es muy vaga. De aquí que se viva sólo el presente, separándolo del sentido de continuidad presupuesta entre el pasado y el futuro. La consecuencia de esta práctica temporal se vincula a un concepto de vida unidimensional. En efecto, para esta condición de radical “deshistorización” de la experiencia, no hay más contexto que el contemporáneo. Por ende, no hay extensión temporal más relevante ni significativa que la del mismo presente, pues el hambre espiritual, por encima de todas las otras hambres, no les permite a los protagonistas soñar, ni siquiera en los marcos de su cotidianeidad.
En las narraciones más recientes, por el contrario, ha cambiado la situación económica: aunque es difícil no es paupérrima. Luego, sus personajes vislumbran un futuro aunque todavía sea incierto. En ellas, hasta cierto punto, se ha recobrado la esperanza y se sueña con la posibilidad de un eventual mejoramiento, coyunturas que indiscutiblemente vuelven a los personajes más optimistas ante su circunstancia. Por ejemplo, a la jinetera ya no le interesa pasarse un fin de semana en un hotel nacional, o acostarse con un turista por un plato de comida; ahora, piensa en casarse con él; residir en el extranjero, y visitar la Isla frecuentemente, convertida en una “señora”.
Si la “literatura del agotamiento” presupone una sustitución de las estructuras narrativas que le dieron origen, según se establece en el ensayo de Whitfield, considero que la literatura post “periodo especial” tiene todavía muchos rasgos comunes con su antecesora para haberla agotado y sigue, de alguna manera, vinculada a la situación económica de la Isla. En todo caso, considero que si bien es cierto que ha comenzado una renovación literaria, ésta es todavía incipiente para ser considerada definitiva. Más bien, me parece que, por el momento, el análisis debería centrarse en cómo los personajes de ambos periodos enfrentan su cotidianidad, sus vacíos existenciales; y en última instancia, en qué tipo de individuos se tornan ante el absurdo de sus vidas, y ante la poca, por no decir escasa, posibilidad de transformación de las mismas.
Finalmente, considero al igual que Padura, que la cultura cubana, “ha vuelto a cobrar su condición de gigantismo” y que independientemente de los recursos a los que tenga acceso el creador, de la severidad o no de la censura gubernamental, de la posible marginación de la que pueda ser objeto, y de las presiones de las editoriales extranjeras, la creación artística de la Isla, no se detiene; por el contrario, continúa reinventándose a sí misma.
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LIDIA A. VERSÓN
Nació en La Habana, Cuba (1968). Ensayista, investigadora y profesora. Obtuvo una Maestría de Syracuse University (Nueva York) en 1995 y un doctorado en Literatura Hispanoamericana en Pennsylvania University (Filadelfia) en 1999. Se ha especializado en el estudio de la influencia de las religiones afro-antillanas en la narrativa cubana contemporánea, estudios que han sido publicados en Cuba, Costa Rica, República Dominicana y Estados Unidos. Desde 2004 es miembro del Comité Editorial de la Revista Literaria Baquiana. Es autora del libro de texto Introducción a la lengua española (Plaza Mayor, 2004) y co-autora del libro de ensayos Perfiles y Sombras (Ediciones Baquiana, 2005). En 2008 fue jurado del Premio de Narrativa del Instituto Cultural Puertorriqueño en San Juan, Puerto Rico. Es actualmente catedrática asociada y dirige el INIM (Instituto Interdisciplinario y Multicultural) en el Departamento de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
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