BAQUIANA – Año XVII / Nº 99 – 100 / Julio – Diciembre 2016 (Ensayo I)

LOS PACIENTES Y SUS OCURRENCIAS SEGÚN TESTIMONIOS DE SU MÉDICO EN CRÓNICAS DE ACCIONES CURIOSAS DE LOS ENFERMOS DE PEDRO MENDOZA

por

Manuel A. Ossers


     Crónicas de acciones curiosas de los enfermos (2008) por Pedro Mendoza, Doctor en Medicina, es un libro de las ocurrencias verbales y vivenciales de cuarenta de los pacientes del autor en Santiago, República Dominicana, durante treinta años de ejercicio de su profesión. Muchas de las curiosidades de los pacientes son risibles aunque no es una risibilidad que se manifieste a carcajadas, pero sí es axiomático el intenso sentido del humor imperante en las historias. El Dr. Mendoza añade a su narrativa una dimesión socioeconómica, política y filosófica, ya sea como explicación de la conducta o expresión humana o como moraleja de las consecuencias existenciales de los pacientes o sus familiares. Quizás al autor tales ocurrencias le producían carcajadas internas y hasta externas por diversos factores del lenguaje oral: tono de voz, manera de contar, ademanes, apariencia física o carisma del narrador, o el propio estado de ánimo del autor en el momento, etc. Elementos estos que, aunque pueden ser llevados a la página impresa, no van a surtir el efecto de la experiencia primaria de verlos, oírlos y sentirlos. Con todo, me propongo, en parte, tratar de hacerme eco de estos testimonios con la osada intencionalidad de revivir, en efecto, tal vivencia primaria del Dr. Mendoza ante sus pacientes. Lo que atrae del libro no es solo el contenido, sino también la forma, pues las historias se leen como si fuesen cuentos dado el estilo literario del autor. Aunque el lenguaje popular se transmite con fidelidad, a veces, sin embargo, quizás por la distancia temporal existente entre los hechos y el momento en que se narran, o por hábito del escritor, no hay distinción entre la lengua de este y la del paciente. También el autor utiliza el lingo de la profesión médica sin definición o explicación. Mas, la ocasional fusión expresiva y el uso de términos médicos son solo pecadillos estilísticos que no afectan el aspecto estructural del libro ni interfieren con su flujo narrativo.

     La historia inicial del libro, titulada “Prefiere padecer SIDA a tener un embarazo”, se trata de la experiencia de un paciente de 55 años que no había tomado el medicamento recetado para el SIDA por haber malinterpretado la advertencia del prospecto de la medicina, según se la leyó su mujer porque él no sabía leer: “No debe usarse en caso de embarazo de menos de 12 semanas a menos que sea bajo estricta vigilancia médica…” (23). El paciente le explica al Dr. Mendoza: “¿cómo iba yo a quedar ‘preñao’ sin ser ‘pájaro’ [homosexual] y menos después de viejo? Además, si no estoy ‘preñao’ ¿por qué me indicó una medicina que ni las mujeres preñá la pueden beber? Es por eso por lo que no tomé nada hasta que usted me diga una cosa o la otra; si es SIDA lo que tengo o si es ‘preñao’ que estoy” (Ibid). Si no fueran reales la enfermedad del paciente y la ignorancia de la pareja, este caso parecería un chiste cruel. De ahí que el autor aclare que tal confusión es “un hecho aislado” (24). Con todo, no podemos negar el humor en esta ocurrencia del paciente.

     La segunda historia se titula “Tomó una broma muy en serio”. El paciente es un joven que intentó suicidarse con un yerbicida al enterarse de que su esposa había estado en un bar bebiendo y bailando con un amigo. La narrativa es un ejemplo típico del estilo literario de contar de Mendoza, pues la historia la narra en varios niveles temporales. Comienza en la Sala de Emergencia, donde él forma parte del equipo médico que trata al joven suicida. Luego la historia retrocede al pasado cuando el padre del joven le cuenta al Dr. Mendoza los hechos que culminaron con el joven en Emergencia. Pero el principio de los acontecimientos no es del conocimiento primario del padre, sino que a él se lo cuenta su comadre; con lo que la historia entra a otro nivel temporal más alejado del presente narrativo. Se regresa al presente narrativo con la interrupción que del relato del padre hace el autor tanto para describir el estado de ánimo del padre como para referir su intento de calmarlo. Luego se vuelve a un pasado anterior al incidente en cuestión con el fin de presentar una conversación entre padre e hijo, en la cual aquel aconseja a este que deje a su mujer. De nuevo en el presente narrativo continúa el diálogo entre el padre y el autor acerca de la situación del hijo. Un mes después de que le dé de alta, el joven tiene una cita de seguimiento con el autor. Aunque todo parece bien, dos días más tarde el paciente logra quitarse la vida al usar la horca esta vez. Otra técnica literaria usada por Mendoza en esta historia, y común a  lo largo del libro, es la referencia textual; recurso con el que apoya sus reflexiones filosóficas, sus inferencias sicológicas y sus nociones sociológicas y políticas. Hasta una cenestesia encontramos en su expresión en esta historia. Recordemos que la cenestesia es un recurso estilístico cuyo objetivo es “[l]a materialización de lo que es esencialmente abstracto, inmaterial…” (Castagnino 262). En efecto, nótese, por un lado, el afán materializador en la utilización del verbo “manosear”, y por otro, en el decir de Castagnino, “la economía expresiva” (304) o la omisión de circunloquios en la siguiente exteriorización del autor: “–¿Cómo se llama tu mujer? –le pregunté sin manosear las palabras” (30). Esta colorida y original cenestesia materializa el vocablo “palabras”. La tarea dual del verbo ‘manosear’ en la cita transcrita, esto es, su valor cenestético y la economía expresiva que connota, sirve aquí de intensificador expresivo. La cenestesia, entonces, “permite al lector una mayor visualización, sensibilidad e identificación con el texto” (Ossers Cabrera 46).

     La historia “Un médico pasante en apuros” no se inicia con la paciente que la protagoniza, sino con otra a quien el Dr. Mendoza y su enfermera le están terminando de suturar una herida en la cara causada con el cuello de una botella rota en un bar. Dada la corta edad de la paciente, el médico le sutura la herida con todo cuidado y paciencia para que le quede la menor marca posible. Es por eso que resiste la presión de atender a la siguiente paciente; pero mientras le describen el estado de esta, termina la suturación y ordena que se la traigan. El limitado espacio de la Sala de Emergencia, el calor insoportable y la cantidad de pacientes de esa noche se suman a la descripción del tratamiento de la sinuosa herida facial y la transición de una paciente a la otra para crear un efecto dramático de considerable intensidad. Este modo de empezar la narración le da un sabor más literario pues, como indico en la introducción, las crónicas en del libro no se leen como reportajes sino como cuentos. Aunque usualmente el humor de la obra proviene de las ocurrencias de los pacientes o sus familiares, a veces surge del autor mismo. De ahí que, a pesar del drama reinante en Emergencia y del estado de la paciente evocados por el narrador, este interpole algo de humor en la narrativa en la siguiente personificación de una tijera: “Carmen [la enfermera] cortaba con una tijera, que nunca pasó por la experiencia de ser afilada, su ropa interior [de la paciente] que estaba empapada de sangre” (37). Con esta lacónica pausa cómica la expresividad se ameniza y la narrativa resulta más integral.

     La segunda paciente es una joven trabajadora doméstica con una hemorragia vaginal que a primera vista parece tener origen en un aborto. La señora de la casa donde trabaja la joven insiste que esta se provocó un aborto, pero la muchacha indica que no solo no hizo tal cosa sino que, por el contrario, la señora sabe lo que realmente sucedió. Esta, con la prepotencia de ser la esposa de un alto ejecutivo del gobierno autoritario de Joaquín Balaguer y acompañada por dos guardaespaldas, insulta al doctor minimizándolo como médico: “–Oiga, doctorcito del carajo, … cállese usted también la maldita boca si no quiere que le arranque la lengua” (39). Y mientras dice esto, lo agarra por el cuello. A su vez, los dos guardaespaldas lo inmovilizan sujetándole los brazos. Este incidente y la actitud de la señora ya habían sido contextualizados al principio de la historia cuando el autor menciona que esta tomó lugar durante el llamado “período de los 12 años” del gobierno balaguerista. Esta contextualización histórica no solo cumple la tarea literaria de proporcionar unidad narrativa, sino que también le sirve al autor para criticar breve y sutilmente el cuasidictatorial gobierno de Balaguer. Volviendo a la paciente, ella revela que fue violada por el esposo de la señora, y el examen médico confirma la violación. La revelación y su confirmación indican que el comportamiento basto de la señora es producto tanto de su poder político y personalidad como de su afán de esconder detrás de su enojo, insultos y agresión la violación sexual cometida por su esposo. Aun la madre de la víctima no cree a su hija y defiende al victimario porque les llevó a ellas “una compra para comer como por 15 días” (40). La razón socio-económica y afectiva de la reacción de la madre la explica el autor así: “No faltan quienes atribuyen la conducta de esta madre a la pobreza material, cultural y emocional. Ella reaccionó ante la información recibida según el enfoque de la herencia socio-emocional que ha percibido en su entorno, el cual se reduce a que la mujer provocó o facilitó el abuso sexual” (41). Su alarmante actitud contra su hija conmueve al autor: “¡Qué horror el de esa madre aconsejarme que no creyera lo que me contó Fela (la hija) porque nació mentirosa!” (42).

     La historia “Fui invitado a comerme una pollita” es, efectivamente, sobre una invitación que la anciana madre de un paciente le hace al Dr. Mendoza a comer en la casa de ella, o así parece… Explica el autor que no es nada fuera de lo común que pacientes o familiares le expresen su agradecimiento con diferentes tipos de gratificaciones. Pero algunas pueden se atípicas e inverosímiles y por lo tanto “inesperada(s) o extraordinaria(s)” (89). La invitación de doña Emiliana corresponde a esta categoría, pero él no se da cuenta de ello al principio. Transcribo a continuación parte del diálogo entre ellos dos para que apreciemos la naturaleza de la gratificación que a él le espera, o, de nuevo, al menos así lo parece:

–…Le guardaré algo que va a chuparse los dedos cuando lo pruebe; vaya que me lo va agradecer y yo me sentiré contenta de haberlo complacido.

–¿Qué me guardará usted, doña Emiliana, tan bueno que me chuparé los dedos?

–Una pollita criolla que manda madre. Le digo, mi docto, que se chupará los dedos. No tiene nada de grasa y en los últimos meses yo misma le he echado maíz. La tengo separada para usted solito. (90)

     El autor describe su viaje hacia el pueblo de Hatico, donde vive su anfitriona, que, aunque de solo 45 kilómetros, es sumamente incómodo en el vehículo de transportación pública que tuvo que tomar. Nótese, verbigracia, la humorada del siguiente pasaje donde el autor clasifica las nalgas según su relación con los resortes metálicos que sobresalen de los asientos: “Si su nalga es un plato llano, corre el riesgo de que el alambre sólo se detenga cuando choque contra el pantalón; si es tipo tinaja, necesitará protección contra tétanos y si es tipo baúl, guardará un eterno recuerdo del pinchazo” (91). Al llegar por fin a la casa de doña Emiliana, el narrador nos confiesa “que eso de ir tan lejos por el mero placer de comerme una pollita criolla, me tuvo intrigado todo el trayecto” (92). Pero unos minutos más tarde ya no se siente tan preocupado porque “llegó como un torbellino a mi nariz el sabroso olor de una gallina criolla guisada en leña y untada de jugo de naranja agria” (Ibid). La narración y la descripción que le siguen a esta impresión olfativa ilustran la habilidad singular de narrador de Pedro Mendoza, especialmente si no olvidamos que él está narrando hechos verídicos y no ficcionales. Transcribo, aunque de manera fragmentaria, tal trozo episódico para que apreciemos la efectividad expresiva desplegada en cada momento narrativo, que paulatinamente nos lleva al sorpresivo desenlace. La ingeniosidad de estos pasajes radica en los indicios encontrados en ellos sobre el inesperado final, pero que al mismo tiempo no parecen pistas sino simples detalles narrativos. No es hasta que nos encontramos cara a cara con el giro sorprendente de la historia que lo que habíamos visto como aislados pormenores narrativos evidencian su papel de claves temáticas.

     …mi anfitriona conversaba, iba a la cocina y luego entraba a su aposento, cuchicheaba a alguien que nunca le escuché hablar, y finalmente retornaba para prestarme atención… doña Emiliana está entrando a la pequeña salaprocedente de la habitación… y al mirarme sonrió… Volvió a la puerta de entrada de esa habitación… hizo con su mano izquierda una subrepticia señal a alguien que estaba dentro… En segundos se volvió a mí diciendo: –Doctor Mendoza,… Pase; mire la pollita que le ofrecí. E’ lo más tierno que conseguí. Está jugosa y suave para disfrutarla como se disfruta un manjar de primera. Le dije que se iba a chupar los dedos y esa pollita está para eso y más. Traspasé el umbral de aquella puerta… para ver sentada sobre una cama… una jovencita que tenía cara, ojos, mirada y geometría de quinceañera… Llegué hasta ella y fue entonces cuando alzó la cabeza para mirar a la persona que llevaba un minuto viéndola a una distancia de un metro. Me miró… Nunca he podido olvidar aquella mirada inquietante, ingenua y a la vez inquisidora. Me sentí avergonzado de estar allí… doña Emiliana… al verme de pie y… vestido, exclamó: –‘Doctor, a la buena  comida no se le hace tanta chercha pa’ comérsela… Salí de aquella casa y         lo siguiente que salió de mi boca fue un adiós de despedida… (92-94).

     Quizás las claves incluidas en esta transcripción, por ser esta una versión resumida y por lo tanto encontrarse los indicios más cerca entre sí, hayan resultado más evidentes que en la totalidad del texto. Con todo, espero haber mostrado con esta transcripción el proceso narrativo que nos conduce de una aparente expectativa de la gratificación ofrecida por doña Emiliana a la real intencionalidad de su oferta. Tal proceso constituye un logro deliciosamente creativo pues siendo el libro acerca de crónicas, el autor sencillamente pudo haber aclarado desde un principio la naturaleza sexual de la gratificación. Pero así su historia hubiese carecido del interés, de la expectativa, del final sorprendente, en fin, de la creatividad que la lleva al plano expresivo como si fuese un texto literario.

     “El metía su colín en el primer hoyito que encontrara” es una historia que, pese a de la seriedad del caso médico de la paciente, termina con una nota humorística proveniente de su marido; no intencionalmente sino por aparente ingenuidad e ignorancia. En su introducción a la historia, el autor menciona algunos problemas sexuales o reproductivos que una pareja podría confrontar. Su origen podría encontrarse en un defecto anatómico, en una condición de azoospermia, en una incompatibilidad emocional, etc. No obstante, afirma el autor, tal o cual anomalía no separa a algunas parejas porque las une una conexión afectiva o la necesidad de compañía. Establecida así esta noción médico-síquica, el narrador inicia su relato. Se trata de una pareja, Carmela y Miguel, que no puede concebir. Un día Carmela termina en Emergencia muy enferma. El equipo médico se enfocó en sus riñones porque producían poquísima orina. La enfermera que le puso una sonda notó el estado permeable de la uretra. También observó que la paciente carecía de entrada vaginal, lo que provocó la curiosidad del Dr. Mendoza y del cirujano. Inmediatamente comprobaron la observación de la enfermera, pero pidieron la opinión de una ginecóloga, quien confimó que, en efecto, la paciente “tiene atresia vaginal, o sea, el conducto vaginal no está patente. A la entrada de la vulva, lo que tiene es un repliegue membranoso inelástico que impide hacerle un tacto vaginal [examen digital de la vagina]” (99). Las atresias más comunes, sin embargo, son del esófago, del conducto de la bilis y la intestinal, cuando falta parte de uno de esos órganos (Kunz 661-662). Dada, entonces, la rareza de esta anomalía, el autor se siente impelido a inquirir acerca de la vida marital de la pareja y al mismo tiempo infiere, recordando la explicación de su profesor de sicología médica “sobre el proceso mental de las ilusiones” (99-100), “que Miguel sólo tenía la ilusión de que hacía actividad sexual normal con Carmela” (100). Para confirmarlo, le pregunta a Miguel: “… –¿cómo puede usted tener relaciones sexuales con Carmela si la vagina de ella  no da paso; está tapada?… –Bueno, yo sé que la mudé hace 2 años y desde entonces acá es raro el día que yo no le pegue el colín [el pene]… -Quisiera que me dijera cómo hace tal cosa porque dudo que usted pueda hacerlo. –Usté sabe, dotoi, eso se hace siempre de noche. Después que Carmela está ya prepará y mi colín también está preparao, lo que yo hago e’ meteile el colín por cuaiquier joyito que encuentre” (Ibid). El matiz humorístico de esta última respuesta de Miguel no es intencional porque el objetivo de su contesta es meramente informativo. El humor de la contestación, el habla de Miguel y su franqueza dan la apariencia de ingenuidad en él. Pero tal no es el caso. Por el contrario, su aseveración muestra axiomáticamente que Miguel no se ha formado una ilusión sexual, sino que ha encontrado una alternativa a la atresia vaginal de Carmela.

     La última historia que deseo repasar se titula “Por salvarle la vida se ofreció para hacerme un ‘servicio’ gratis”. En este episodio el Dr. Mendoza clasifica a los médicos en tres categorías. Una: “los auténticos, tienen sentido del honor… del servicio amable…”; dos: los que “tienen una existencia sin identidad…”  y tres: los “…prepotentes, intimidantes y rechazables”. Su reflexión introductoria se concentra en el primer tipo. Baste una cita para resumir su visión del médico auténtico: “Aquellos de práctica amorosa son los que olvidándose de la catadura moral y la conducta social o posición económica del enfermo, ofrecen a éste una asistencia humana y comprensiva” (112-113). Por ese buen proceder con sus pacientes, “[e]s esta clase de médicos la que con mayor frecuencia recibe halagos, gratificaciones, obsequios… y ofrecimiento(s) de los más insólitos servicios…” (113). Esta clase de ofrecimiento es la razón de ser de la historia.  Se trata de Mangolín, un hombre con un largo historial criminal y de violencia física que comenzó casi en su pre-adolescencia y que heredó de su padre y de su abuelo. El primero había degollado a la madre de Mangolín cuando este tenía ocho años. Le dio al chico la cabeza de su progenitora envuelta en una bolsa plástica para que la pusiera en la nevera. El abuelo había asesinado a las dos mujeres con quienes tuvo hijos. Por su parte “[a]ntes de llegar a los 30, Mangolín había agredido con cuchillo, botella, navaja, punzón, garrote y piedra a 28 personas” (118). Pasó 10 años en la cárcel por asesinato. A su vez, él fue hospitalizado 14 veces por heridas de balas, cuchillos, machetes y otros objetos. Muy agradecido, sin embargo, al Dr. Mendoza por salvarle la vida, Mangolín le ofrece uno de los “insólitos servicios”a los que se refiere el médico: “Si un “tipo se ‘la debe’ por algún problema que tuvo con usted, búsqueme que yo le resuelvo eso. Ese servicio cuesta hasta diez y quince mil pesos pero a usted le sale gratis” (119-120). “–¿Y en qué consiste ese servicio, Mangolín? –Según lo que usted diga. ¿Que usted quiere que ponga al tipo a oler flore en la 30 de marzo [el cementerio]? Bueno, para allá va. ¿Que usted sólo desea que se le dé una lección? Bueno, pues se lo pongo a comer por un tubito…” (120). Sirvan estos son dos ejemplos para ilustrar las opciones que Mangolín le ofrece al Dr. Mendoza. Y cada una planteada con la espontaneidad, la firmeza y el sentido irónico del humor manifestados en las dos arriba citadas. En fin, es esta historia una profunda penetración en la realidad vivencial y síquica de un individuo, por sus propios francos testimonios, que desde antes de nacer ya estaba condenado a una vida plagada de crímenes y mutuas sangrientas agresiones. Es una historia que parece ficción por lo increíble de lo que cuenta, pero por lo mismo es una muestra de la realidad imitando el arte.

     En suma, el libro Crónicas de acciones curiosas de los enfermos por Pedro Mendoza, Doctor en Medicina, es una compilación de testimonios de sus pacientes que, por ser hábilmente contados y descritos en un estilo literario sin sacrificar su veracidad, nutren la narrativa con atracción, amenidad y valor humano.

 

Obras citadas

Castagnino, Raúl H. El análisis literario: Introducción metodológica a una estilística

integral. Buenos Aires: Editorial Nova, 1974.

Kunz, Jeffrey R.M., ed. The American Medical Association Family Medical Guide. New

York: Random House, 1982.

Mendoza, Pedro. Crónicas de acciones curiosas de los enfermos. Santiago, República

            Dominicana: Impresora Editora Teófilo, S.A., 2008.

Ossers Cabrera, Manuel Augusto. La expresividad en la cuentística de Juan Bosch:

             Análisis estilístico. Santo Domingo, República Dominicana: Editora Alfa y

            Omega, 1989.

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MANUEL A. OSSERS

Nació en Puerto Plata, República Dominicana (1950). Ensayista, investigador y profesor de lengua española, literatura y cultura hispanoamericana en la University of Wisconsin-Whitewater desde 1991. Obtuvo su doctorado en literatura hispanoamericana de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany en 1987. Ha publicado numerosos artículos de crítica literaria, en revistas y libros, y presentado ponencias en conferencias en las Américas y Europa. También ha publicado los siguientes cuatro libros: La expresividad en la cuentística de Juan Bosch: Análisis estilístico. Santo Domingo: Alfa y Omega, 1989; Estudios sobre la cuentística de Juan Bosch. Lewiston, NY: The Edwin Mellen Press, 2009; Expressiveness in Juan Bosch’s Short Stories: A Stylistic Analysis. Lewiston, NY: The Edwin Mellen Press, 2010; y Estudios literarios dominicanos. Santo Domingo: Banco Central de la República Dominicana/Departamento Cultural, 2014. Ha recibido múltiples reconocimiento, entre los que se encuentran: La Orden de Los Descubridores por “Outstanding Teaching of Spanish or Hispanic Studies” de la National Collegiate Hispanic Honor Society, 1996; The 2006 College of Letters and Sciences Award for Excellence in Service; The 2007 University Outstanding Faculty Service Award; The 2010 College of Letters & Sciences Excellence in Research Award; The 2011 University Outstanding Research Award; La Orden Internacional de Don Quijote, 2011 por “Exemplary Record of Scholarship” de la National Collegiate Hispanic Honor Society.

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