BAQUIANA – Año XXI / Nº 113 – 114 / Enero – Junio 2020 (Cuento I)

EMIR

por

 

Gloria Hernández


Son diecinueve años, dos meses y cinco días desde entonces y un verso jamás pudo ajustarse tanto a una realidad cotidiana como aquel famoso que dice yo no puedo tenerte ni dejarte.  No me explico por qué hago esta suma, si lo que importa es la multiplicación de alegrías que me da evocar nuestros encuentros en las tardes, a la misma hora, con el calor extremo de Texas, apenas aliviado por el airecillo entre aquellos árboles que me hacían mucha gracia por lo bajitos, iguales a las montañas, meros cerros que se sonrojarían ante unos Cuchumatanes o unos Andes, majestuosamente tercermundistas.

     Empecé a salir a caminar porque era recomendable para mi estado: interesante, como la alegre irresponsabilidad con que una se mete a invadir los terrenos de la maternidad sin siquiera haber comprado un mapa básico y un botiquín de primeros auxilios.  En uno de esos paseos, nos encontramos y nos vimos con solidaridad.  Nos adivinamos príncipe y princesa consortes de unas parejas brillantes, en plena realización de “esenciales estudios para sus países de origen” como estipulaba la beca, en áreas absolutamente irrelevantes. Apoyo moral, cocina, pagos, correspondencia eran nuestra especialidad.  No recuerdo en qué momento, empecé a sentir una alegría dulce al encontrarlo.  Como la mayoría de visados F2, con obligación de permanecer al lado del estudiante estrella, pero sin derecho a estudiar, trabajar o sentirse útil, él no hablaba inglés.  Lo supe porque, a veces, llevaba un pequeño libro para principiantes que jamás abrió.  En una de las tapas forradas con papel de envolver decía Emir.  Así creí saber su nombre.

     En aquellos primeros días, él miraba con curiosidad mi interesada barriga que crecía sin pedir permiso.  Se sentaba en una banca o en la grama y miraba con melancolía algo que no estaba en el paisaje.  Sus ojos marrones claros me pillaban observándolo desde la banca contigua y entonces, era el momento de levantarme, avergonzada, e irme a preparar la cena de un esposo que venía hambriento de comida, de compañía y de un momento de descanso, antes de reanudar el estudio.  Imprevistamente, los días se acumularon sin cuenta, sin aritmética, sin lógica.  Nos juntábamos a vernos leer, a espiarnos, a adivinarnos, a acompañarnos en la distancia.  Al cabo de los meses, empecé a caminar en compañía de mi recién nacida hija.  De primero la llevaba en un carruaje hasta que dio sus primeros pasos.  Las miradas de él se dividieron entonces, entre aquella pequeñita y yo.  Algunas tardes, reía con las gracias de mi hija y sus ojos se iluminaban como hoguera reacomodada.  Yo sonreía también y regresaba a iluminar mi rincón con aquella pequeña chispa robada a nuestra complicidad.  Algún tiempo después, él vino también con un carruaje y entonces, a mí me tocó sonreír primero.  Era un varón.

     Inicié este recuento con una suma y ahora resto la alegría que perdí aquel día.  Era sábado por la tarde y vi con incredulidad, por la ventana, que de su apartamento, cercano al nuestro, salía un cortejo de cajas y muebles que enfilaban hacia un camión de mudanzas.  Computadora, libros, enseres de casa, más libros y los mismos muebles modestos de los estudiantes que vivíamos en aquel complejo universitario.  Vestí a la nena con prisa y salí a caminar un poco antes de lo acostumbrado, como lo hiciera los veintidós meses anteriores.  El objetivo durante ese tiempo, era intentar respirar esa atmósfera enrarecida de humedad, pensar y escapar de aquel efficiency como llaman los gringos a esos espacios reducidos que no llegan a apartamentos.  Los rentan a parejas de estudiantes recién casados para que allí duerman, coman, cocinen, estudien, se diviertan, peleen, se reproduzcan, sueñen con un jardín, escriban sus tesis y se odien o consoliden su relación a fuerza de tropezar el uno con la otra durante los románticos años de la carrera universitaria en país extranjero.

     Aquella última vez, vino a mí como todos los días, con su carruaje azul y el mismo bebé tan parecido a su madre.  Por mi parte, llegué corriendo detrás de esa nena traviesa que disfrutaba pasear por esos parques inmensos y bien cuidados.  Volvimos a sentarnos en los sitios de siempre, guardando la acostumbrada distancia, pero cambiando nuestra rutina de medias sonrisas y ojeadas disimuladas por una sola, larga y triste mirada de reconocimiento y de adiós.  Se levantó despacio y se acercó un poco a nosotras, intentó sonreír, me tendió la mano y dijo good bye con un acento difícil de identificar, pero con un tono de voz que aún me estremece de vacío.  Yo estreché su mano morena y no contesté sino con un inevitable par de lágrimas que no me esforcé por ocultar.

     Así, nos acompañamos buena parte de nuestras jornadas en un país ajeno.  Jamás nos dijimos nada.  Cómo hacerlo si hablaba una lengua extraña que le había oído alguna vez a su esposa en el supermercado y que igual podía ser turco que griego o árabe.  Sin embargo, supe, cada vez, cuándo estaba cansado, triste o sereno e intuía que él me leía a mí con más interés y éxito del que estudiaba su pequeño manual de inglés para principiantes.  En ocasiones, recuerdo la íntima sensación de saberlo cerca, en la banca próxima a la mía, en días de mucho calor y evoco aquella sensualidad de sus miradas y de sus sonrisas que despertaron dentro de mí una ciega fuerza de mujer.  Después de una sesión de las nuestras, el único refugio posible era la página marcada en aquella novela inmensa en la cual yo había subrayado una profecía que parecía escrita para nosotros, “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”…

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GLORIA HERNÁNDEZ

Nació en Ciudad Guatemala, Guatemala (1960). Poeta, narradora, ensayista, editora, traductora, tallerista y catedrática de Lengua, Literatura y Filosofía en la Facultad de Derecho de la USAC. Egresada de la Universidad de Cambridge en idioma inglés, literatura inglesa y traducción, Bournemouth, Inglaterra (1979), tiene una Licenciatura en Letras de la Universidad de San Carlos de Guatemala (1994) y una Maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Rafael Landívar en Guatemala (2002). Es Miembro del Instituto Iberoamericano de Literatura, Miembro de Número de la Academia Guatemalteca de la Lengua y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Diseñadora y coautora del Programa Nacional de Lectura para el Ministerio de Educación, durante el gobierno del presidente Álvaro Colom.  El proyecto incluyó el estudio previo y el diseño del Programa, más la compilación y autoría de treinta y cinco libros de literatura infantil, agrupados en cinco series: tradición oral, poesía, teatro, cuento y mitos y leyendas.  A cada una de las series se le diseñó su módulo de actividades y herramientas de evaluación de la comprensión lectora. Ha publicado diversos libros de ensayos y estudios críticos, tales como La Cosmovisión de Mario Monteforte Toledo en sus Cuentos acerca de Niños y Los Compañeros: texto fundador de la nueva novela guatemalteca, entre otros. En el género narrativo, ha publicado múltiples libros de cuentos para niños y jóvenes (en colecciones colectivas e individuales) entre las que se destacan: Sin señal de perdón (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2002), Ir perdiendo (Editorial Magna Terra, Guatemala, 2008), Las leyendas de la Luna (Editorial Norma, Guatemala, 2013), Pájaroflor (Editorial Cultura, Guatemala, 2010), así como la novela para jóvenes Ojo mágico (Editorial Norma, Guatemala, 2010), para mencionar algunos En 2014 publicó varios libros de investigación y compilación del teatro guatemalteco para niños, en co-autoría con Frieda Morales Barco, para Alfaguara Infantil: Diez ositos, El sapito llorón, Cuco y Quico, Pescando risas, Aventuras cavernícolas, Flordeluna, y Mariposas en Flor. En el género de poesía ha publicado los libros: Festival (Alfaguara Infantil, Guatemala, 2014) y La Sagrada Familia (Editorial Magna Terra, Guatemala, 2016). Sus textos se pueden encontrar en diversas publicaciones de cuento y ensayo en revistas literarias y académicas como La Ermita, Abrapalabra, Intemperie, Cultura (Asuntos Culturales de la URL), Letras del Ineslin (Instituto Estudios de la Literatura Nacional de la USAC), y la revista Ístmica (Facultad de Humanidades de la Universidad de Costa Rica).

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