BAQUIANA – Año XXVI / Nº 133 – 134 / Enero – Junio 2025 (Opinión I)

LA ESTRUCTURA NARRATIVA EN LOS ENCUENTROS DE VICENTE ALEIXANDRE

 

por

 

Guillermo Arango

 


     Siendo Vicente Aleixandre uno de los poetas españoles contemporáneos mejor estudiados, resulta extraño como su producción en prosa fue por algún tiempo casi olvidada. Tal vez se debe a que el análisis poético tiene en España más tradición que el de la prosa. No obstante, a finales del siglo XX y los comienzos del XXI, se ha tratado de subsanar la omisión con estudios y ediciones de su obra en prosa.

     Sería inútil intentar, aunque fuera esquemáticamente, un estudio en varias páginas sobre la creatividad en prosa de Aleixandre. Uno de los motivos de la imposibilidad es la variedad de su producción: cartas, discursos y declaraciones, prólogos a libros propios y ajenos. Aparte, naturalmente, hay que considerar los poemas en prosa aleixandrinos, como son Pasión de la tierra (1928-1929). Estos sí han merecido diversos estudios. Resulta que el magisterio de Aleixandre se ha desarrollado a través de sus libros y, como es sabido, en su residencia de la calle Velintona 3, pero también por cartas. El número de estas se puede calcular en varios miles de las que tan sólo se han publicado algunas.

     Por otro lado, están Los encuentros, publicado en 1958, que como el propio autor dice en una “Nota preliminar”, son “un conjunto de semblanzas personales alusivas a algunos de los poetas españoles que he conocido a lo largo de mi vida”. Concha Zardoya, que es una de las retratadas, realizó un estudio preliminar e interesante sobre el mismo. Aunque Aleixandre siguió componiendo “encuentros” después de 1958, no fueron recogidos en libro aparte. Estos Nuevos encuentros (1959-1967), no sólo versan sobre poetas conocidos sino también otros de distinta promoción, y han aparecido en sus Obras completas, en la edición de Aguilar diez años más tarde. Son reunidos nuevamente en Prosa: Los encuentros. Evocaciones y pareceres. Otros apuntes para una poética, en una edición de A. Duque Amusco, en Austral de 1998.

     Hagamos referencia a “Sobre un paisaje de juventud”, al “encuentro” de Aleixandre y Dámaso Alonso durante el verano de 1917, en Las Navas del Marqués. Sin tratar de hacer acertijos históricos, en este caso no sería disparatado dudar sobre si la lengua perdió allí un prosista, porque el que con diecinueve años no conocía a Rubén Darío “había íntegramente devorado” a Galdós —cuando lee la primera novela de este, El doctor Centeno, es un niño de “doce o trece años”—, a los restantes novelistas modernos, el teatro clásico, Baroja, Unamuno, Valle-Inclán, Azorín. Este último muy importante, con datos morfosintácticos que lo prueban.

     Pero veamos un rasgo revelador: el “encuentro” con José Ortega y Gasset en el jardín de la casa de Lope de Vega: “Dos plantas nobles un portalón discreto y encima, sobre el dintel de piedra, la inscripción latina”.  Aleixandre visita la casa un día de junio de 1953 y se pregunta: “¿Estaría Lope arriba?” Luego, a punto de acabar el “encuentro”, los visitantes salen con miedo y respeto: “Efectivamente, arriba nada se movió. ¿Escribía alguien? ¿La pluma rasgueaba sin interrupción? ¡Quién sabe!” Muchos años antes de que Aleixandre escribiera estas palabras, Azorín reseñó por igual la casa de Lope. Las visitantes que lo acompañaban rememoran la vida de aquella casa en el siglo XVII:

               “La cocina se halla desde la aurora en plena actividad. Lope se ha acostado

               tarde —él lo dice— y se halla ahora durmiendo (…) A media mañana se ha

               puesto Lope al trabajo (…) ¿Cómo puede dormir Lope? ¿Cómo puede trabajar

               Lope? Pepa y Sunsioneta sonríen”.

     Vemos, pues, que la superposición espacio-temporal es idéntica en ambos escritores. En el “encuentro” con Azorín, Aleixandre evoca: “Azorín: un balcón bajo el cielo limpio; unas nubes; la voz de una joven sorprendida en un huerto. Y las nubes se acercan, pasan…” Evidentemente, Aleixandre se está refiriendo a “Las nubes”, espléndido capítulo de Castilla, donde las superposiciones espacio-temporales son diáfanas. Además, podemos observar otras presencias azorinianas como la utilización frecuente del punto, que nos recuerda a otro de los autores preferidos por ambos: Fray Luís de León. Hay, por igual, la descripción del estado de ánimo apoyándose en gestos y expresiones corporales, el amor por los pequeños objetos que los “encontrados” demuestran.

     El libro está formado por dos partes y un intermedio: cada una de ellas consta de 18 “encuentros” y de dos lo que el autor llama “Intermedio mayor”. Por vez primea aparece en los libros aleixandrinos ese intermedio que luego se repetirá en sus poemarios En un vasto dominio y Poemas de la consumación. Varios de los “encontrados” han sido materia de poemas y luego de “nuevos encuentros”. Estos últimos no añaden mucho a los anteriores. En el caso de Muñoz Rojas, por ejemplo, se limita a repetir casi literalmente lo que antes había escrito. Lo dicho aquí tan brevemente sugiere lo importante que sería el estudio del paralelismo entre poema y “encuentro”.

     En la segunda parte del libro “Una visita” —una especie de peregrinaje al cementerio de Alicante, nicho de Miguel Hernández— puede considerarse como lo que creo que es: un “encuentro” en dos tiempos y espacios diferentes que el lector los superpone a través del protagonista que en este caso es Vicente Aleixandre. Nos habla con nostalgia, pero con una voz firme y tierna:

               “Soplaba un viento suave y terrible, inocente y reparador. Y yo echado en la

               tierra, recostado y callado, miraba la blanca lápida, la sellada pausa. Allí yo

               mucho tiempo, y detrás tu silencio, tu estar, tu oírme. Tú, el puro y verdadero;

               tú, el más leal de todos; tú, el no desaparecido”.

     Acabo de hablar del protagonismo de Aleixandre como algo insólito, porque en las 38 piezas el autor se esconde, se impersonaliza: quiere que esté sólo en escena el personaje retratado. Si en el “encuentro” se hallan personas, estarán casi mudas y desdibujadas. En las semblanzas con los maestros del realismo o del 98 añade Alexandre una actitud de reconocimiento y respeto. Así el autor se desdobla y habla de “aquel joven”, “el visitante”, o “el muchacho”, aunque a continuación siga expresándose en primera persona. De los viejos maestros cita los títulos de las obras y de los contemporáneos y jóvenes —jóvenes en el ya lejano 1958— suele anotar fragmentos de poemas.

La estructura de Los encuentros, la mayoría de ellos breves, es casi idéntica en todas las estampas. Se diría que la división del libro en dos partes coincide con una ligerísima variación en el tratamiento del “encontrado”. Con los mayores contemporáneos y suyos, Aleixandre emplea el siguiente esquema: lugar del encuentro, a veces la fecha, breve descripción del “encontrado”, descripción que será invariable: cabeza, pelo, frente, ojos, boca. En algunos casos añade brillantes atributos reveladores: “el cabello sapientemente gris” (Carlos Riba); “el movimiento apurado, silente, de unas pestañas sutiles” (Gerardo Diego); “la imperiosa nariz” y “la papada” (Pardo Bazán), o los suprime de la relación. Pero alguna referencia a la cabeza o las manos casi nunca falta. El retrato de las manos no es descriptivo, sino funcional; por eso la mano derecha es la que va y viene y se mueve en el aire o permanece muda. Es la mano creadora.

     La talla del aludido como algo singular entra a veces en la descripción: “alto, muy alto, como si hubiera crecido repentinamente” (Jorge Guillén); “alto, una figura casi interminable” (Luis Felipe Vivanco). En otro aspecto, el vestido aparece descrito cuando agrega tono peculiar al personaje en cuestión: pulcritud en Azorín; atuendo mesurado en Unamuno; de penuria en Antonio Machado; elegante en Luis Cernuda; “sobrio y ceñido” en la figura de Carmen Conde.

     Las formas de andar o hablar están recogidas cuando suponen un elemento diferenciador o positivo: “su son lento pero firme sobre la acera” (Unamuno); la voz “sonaba cálida y verdadera” (Gabriel Celaya); “una voz suave, templada y verdadera” (Luis Felipe Vivanco); y “clara y limpia” (Blas de Otero). O la característica contraria “silencioso, enlutado, fino” (Luis Cernuda). Hay siempre, sin excepción, atributos reveladores que van mucho más allá de la mera observación: “una extensa sonrisa en la que el brillo era una afirmación y la risa, una estupenda seguridad” (Jorge Gaitán). De los andaluces, por ejemplo, refiere el seseo (Moreno Villa, José Antonio Muñoz Rojas).

     Los tópicos también hacen su aparición: el rostro de búho de Unamuno, la vida doméstica de Pedro Salinas. Pero aparece asimismo el anti-tópico o sea, los “encuentros” que se titulan “evocación” a secas: Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Luís Hidalgo, y Leopoldo Panero. Los primeros tres poetas son los únicos desaparecidos prematuramente que recoge el libro. Recordemos que los títulos de las piezas en algunas ocasiones suelen añadir una cualidad al retratado “El silencio de Pío Baroja”, “Carlos Bousoño sueña el tiempo”, “Blas de Otero, entre los demás”. En el primer caso conviene indicar que Aleixandre ha yuxtapuesto en “silencio” la agonía de Baroja y la cualidad reservada del novelista retratado.  En otro perfil, “Azorín, en dos tiempos”, el título nos da la clave de la complicada estructura “superposicional” del maestro y del “encuentro”. Los títulos también pueden constituir la localización de la estampa: “Doña Emilia Pardo Bazán, en el balneario”, “Gregorio Marañón, en la Academia”, “José Antonio Muñoz Rojas, entre corte y cortijo”.

     Con los maestros el autor habla muy poco o nada y por eso los retrata más detenidamente, empleando a veces una minuciosa técnica descriptiva:

               “El muchacho se detuvo suspenso. Madurado con esos instantes, contempla al

               viejísimo maestro sin edad, y le veía, casi le tanteaba en su realidad corporal.

               Le oyó toser. La mano se separó un momento del bastón. Y a tientas —sin que

               la cabeza se moviese— se dirigió al bolsillo de la chaqueta y extrajo un gran

               pañuelo blanco desdoblado, arrugado. La mano lo llevó a la boca y se la repasó

               despacio. Lo hundió de nuevo, muy lenta, en el bolsillo. Volvió la mano a su

               reposo sobre la otra mano, en el bastón. El muchacho miraba muy quieto. Había

               sentido el suave roce del lienzo, el ruidillo imperceptible del labio, el resbalar

               quedísimo de la mano: nada (…)”

     En este fragmento del encuentro con Galdós nos viene a la memoria la técnica de uno de los narradores más admirados por Aleixandre: Marcel Proust.

     La superposición temporal es lógicamente más importante en la primera parte del libro. Por ello, entre otras cosas, es más interesante, ya que podemos contemplar simultáneamente distintas etapas de las vidas de los “encontrados” y del propio autor. A veces, superpone las dos figuras: madurez y vejez, como las piezas dedicadas a Azorín y Baroja. Otras, se vale de recursos un tanto acicalados para restarle atrevimiento a la superposición. Así, en el caso de la visita que hace a Azorín, el maestro se levanta y va a buscar algo. Cuando el visitante queda solo, la habitación desvanece sus paredes y se encuentra de súbito en una librería de viejo de la calle de San Bernardo, donde ve a un Azorín “con su mirada zarca”, más joven. En otras ocasiones actúa más sutilmente, como en el encuentro con Rafael Alberti:

               “Y el Rafael de los veinte años, el que había llegado a Madrid, se sonríe, mira

               hacia el mar y ve al otro Rafael maduro que, a la orilla del Plata, entre versos y

               lienzos, moja un pincel doloroso en la sombra de un agua —(…)— y pinta,

               pinta a la luz de un sol invisible, que está rielando por las playas de Cádiz.”

     Si en la primera parte del libro Aleixandre se desplaza a ver a los maestros o a conocer a sus futuros compañeros de grupo poético, en la segunda, los jóvenes y adultos acuden a la morada de Velintonia. Ahora no se apoya el encuentro en la descripción de frente, cabeza, manos o boca, sino en una brevísima biografía del “encontrado”, aunque por supuesto, no desaparece completamente el rasgo físico. Todos son autores conocidos excepto la figura del soldado que cierra el libro. A todos ha visto el poeta menos a Antonio Machado. No obstante, su “encuentro” —“Escribir es llorar, o una sombra en un espejo”— nos viene dado a través de las observaciones de Eduardo, su peluquero.

     En los Nuevos encuentros, evoca a personalidades que no conoció, pero con las que se ha topado de una u otra forma: Góngora, Bécquer, Maragall, Darío. Nos llama la atención el dedicado a Rubén Darío, que se puede decir, es uno de los más conmovedores que ha escrito. El “encuentro” está constituido por hallazgos en fotografías sucesivas.

     En algunas ocasiones los “encuentros” funcionan por imagen: la evocación de Federico García Lorca, a quien llama “hechicero de la alegría”, se basa en la comparación del poeta con los elementos sencillos de la naturaleza y su testa “casi amarrilla de piedra, petrificada como un dolor antiguo”; Concha Zardoya, con su cabeza “excavada probablemente en una roca”, es comparada reiteradamente con un monumento remoto; la de José María de Sagarra con la de “un entonado clérigo antiguo”. A pesar de lo rico que el libro es en superposiciones y lo idóneas de que estas son para la diversidad temporal, la carencia en este sentido es notable: el pretérito imperfecto de indicativo es protagonista casi exclusivo del libro.

El tiempo que media entre los “encuentros” de la primera y segunda etapa es considerable: El referente a Antonio Machado parece haber sido el primero; el de García Lorca fue escrito poco después del asesinato del poeta; el de Pío Baroja un par de años antes de la publicación del libro. Por otra parte, el que hayan sido una colección trabajos previamente publicados, lleva el inconveniente de la repetición innecesaria de datos en algunas de las semblanzas.

     Antes insinuaba lo importante de un estudio detallado sobre la prosa de Aleixandre y la concepción del “poema” y del “encuentro”. El paralelismo más dramático que tal vez exista creo que son los “encuentros” titulados “Evocación” —especialmente el de Miguel Hernández con la lápida que cierra el nicho del poeta de Orihuela— y los Poemas de la consumación, que son poemas de la decadencia de la vida. Como corolario tenemos el bello poema que Aleixandre dedica a su padre muerto en el poemario Sombra del Paraíso. Todo esto nos vendría a probar lo que ya sospechábamos: la estructura se aplica a unos personajes por los que el autor ha sentido admiración, respeto o cariño. El propio Aleixandre nos ha dicho que «las evocaciones… están todas intentadas a una luz temporal: arraigada precisamente en un “aquí” y un “ahora”, cruce del encuentro». Pero el poeta con su enorme comprensión de lo humano, no tan sólo quiere salvar el perfil del personaje sino darnos una visión de su espíritu.

    Por otra parte, encontramos en Los encuentros, algunos de los procedimientos para contraer la elocución en los poemarios: uso de frases cortas, enunciación claramente nominal, el carácter a veces exclamativo de la frase, y la formula típica de recurrir a la “o” identificativa que es elevada a instrumento normal de expresión: “En todas las estaciones, en todos los inviernos o veranos, en los turbiones o en las claridades inocentes, allí el árbol se quedaría o esperaría” (“El callar de Gerardo Diego”).

     Aleixandre, el narrador, ha construido Los encuentros con la lúcida expresión del Aleixandre, poeta. El libro lleva la misma devoción que se impone serenamente en el poemario Historia del corazón y, especialmente, En un vasto dominio, donde se ahonda y enriquece una realidad que ha sido a todas luces, trascendida y penetrada.  (1980)

 

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GUILLERMO ARANGO

Nació en Cienfuegos, Cuba (1939). Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha ejercido por igual la crítica cinematográfica. Ha publicado siete libros de poesía, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011); El año de la pera tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012); y El ala oscura del recuerdo (2013). Ha publicado un libro de ensayos literarios Visiones y Revisiones (2020) y siete libros de obras teatrales bajo el sello de Ediciones Baquiana: TeatroTodos los caminos, Nube de verano, La mejor solución (2016); Teatro IILos viejos días perdidos, Entre dos, Encuentro, Ensayo de un crimen (2017); Teatro III Retablillo del amor rey: Un testigo veraz y La petición de Rosina, Una proposición decente, Las dos muertes de Gumersindo el indiano, Romance de fantoches (2017); Teatro IV ─  Mañana el paraíso, Noche de ronda, La corbata roja, El uno para el otro, Mi hermana Vilma, Dos trenzas de oro, El plato del día, Espejismo, Coto de caza, Los pescadores (2018); Teatro VAdagio, Un lugar para vivir, La ruta de las mariposas, El parque de las palomas, El viento que pasa (2019); Teatro VI ─ Hoy es siempre todavía, La recepción, La familia de Adán, Propiedad en venta, A la luz de un relámpago; y Teatro VII ─ Un día de reyes, Esos juegos del amor, Una corona de flores  (tres comedias en tres actos). Ha sido becado en tres ocasiones por la National Endowment for the Humanities. Ha sido ganador de premios en las categorías de poesía y narrativa. En el 2008, su pieza dramática Todos los caminos, fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro “Alberto Gutiérrez de la Solana”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano en Nueva Jersey. Ha publicado y presentado trabajos de investigación literaria en revistas y congresos nacionales e internacionales. Es miembro de diversas organizaciones literarias y profesionales. En octubre de 2016 le fue concedido el Premio Ohio Latino Award por su excelencia literaria. Reside desde hace varias décadas en el estado de Ohio, EE.UU.

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