BAQUIANA – Año XXV / Nº 131 – 132 / Julio – Diciembre 2024 (Cuento III)

LOS RELOJES DEL ALMA: EL TIEMPO EN SUS MANOS

 

por

 

Dorothy R. Villalobos

 


     Ana reflexionaba sobre su vida mientras arreglaba relojes antiguos en su pequeño taller. El suave tintineo de engranajes y el susurro de las manecillas llenaban el aire. A sus 70 años, las líneas en su rostro marcaban el paso del tiempo, como las horas en un reloj. Se inclinaba sobre su mesa de trabajo, sus manos arrugadas pero firmes, moviéndose con la precisión de quien ha dedicado una vida a entender el tiempo.

     Frente a ella, un reloj único tomaba forma. No era como ningún otro que hubiera creado antes. Una joven pareja le había encargado este reloj especial, brindándole la oportunidad de transmitir su sabiduría, aunque ella misma no lo supiera.

     En su base, el reloj de arena se fundía con el mecanismo de un despertador. Las manecillas se extendían desde un centro que recordaba a un reloj de pared, y en lo alto, un pequeño reloj de bolsillo completaba la pieza.

      Ana levantó la vista hacia la ventana. El sol de la tarde bañaba el taller en un resplandor dorado, haciendo brillar los cientos de relojes que adornaban las paredes. Cada uno contaba una historia, no solo del tiempo que marcaba, sino de la vida que Ana había vivido.

     Sonrió, volviendo su atención al reloj frente a ella. “Cada tic”, pensó, “es un latido de mi corazón”. Sus ojos se cerraron por un momento, y en ese instante, los recuerdos comenzaron a fluir como arena en un reloj…

     Ana recordó cómo descubrió su pasión por los relojes en la tienda de su abuelo durante su juventud. Fue allí donde experimentó tanto el amor como la frustración al tratar de entender sus mecanismos, y decidió seguir su sueño de convertirse en relojera, en contra de los deseos de sus padres, quienes tenían otros planes para ella.

     Mientras trabajaba, Ana iba recordando momentos clave de su vida, cada uno asociado a un tipo diferente de reloj. Su juventud la asociaba con un reloj de arena. En esos años, cada grano de arena representaba una nueva posibilidad, un sueño por cumplir. El tiempo le parecía infinito, como si pudiera girar el reloj eternamente. En aquellos días, nada la apuraba; todo era soñar y cantar.

     Entre esos recuerdos, apareció su diario, aquel que comenzó a escribir lleno de sueños y planes, pero que quedó a medio terminar. También recordaba una pequeña maleta en la esquina de su cuarto, símbolo de aventuras y nuevas posibilidades. Su primer amor también surgió en esos tiempos, junto con el logro de su primer apartamento y la independencia que tanto valoraba.

     Ana recordaba cómo el último grano de arena caía, marcando el fin de su juventud despreocupada. Con un suspiro, giró el reloj una vez más, pero en lugar de reiniciarse, los granos comenzaron a fluir hacia un reloj despertador cercano. El suave tintineo del despertar de la adultez reemplazó el silencioso fluir de la arena.

     La transición a la adultez estaba marcada por el reloj despertador. Todo cambió con la aceleración del tiempo y las crecientes responsabilidades laborales y familiares. Ana abrió un pequeño taller de relojes no lejos del de su abuelo, pensando que, en caso de necesitar ayuda, él estaría cerca. Se caso y pronto, nacieron sus hijos, y su vida se llenó de la alegría y las preocupaciones de la maternidad.

     En esta época, el anillo de bodas simbolizaba su compromiso matrimonial, el zapato de bebé bronceado representaba la paternidad, y la agenda siempre llena de citas y reuniones reflejaba las crecientes responsabilidades.

     Con el tiempo, el ring del despertador comenzó a desvanecerse, y las manecillas se estiraron, formando parte de un imponente reloj de pared. El ritmo cambió, volviéndose más constante y profundo. Era la llegada de la mediana edad, marcada por los cambios físicos y emocionales. El negocio de Ana prosperaba, pero su matrimonio comenzó a deteriorarse, terminando en un doloroso divorcio.

     A medida que sus hijos se fueron a la universidad, Ana enfrentó el nido vacío. Su casa se sentía sola, pero encontraba consuelo en su perro y en los recuerdos familiares. Comenzó a notar los primeros signos del envejecimiento y a reflexionar sobre su vida mientras observaba el péndulo del reloj de pared.

     Finalmente, Ana encontró consuelo en el reloj de bolsillo que heredó de su padre. Este reloj se convirtió en un símbolo de su conexión con el pasado y de la sabiduría acumulada con los años. Sentada en su sofá, rodeada de fotos familiares y recuerdos, Ana reflexionaba sobre el pequeño universo mecánico que había creado a lo largo de su vida.

     Ahora, Ana dedica gran parte de su tiempo a mentorizar a jóvenes relojeros, encontrando satisfacción en transmitir su conocimiento. Una tarde, mientras trabajaba en su taller, la joven pareja llegó para recoger el reloj que le habían encargado.

– “Ah, justo a tiempo”, les dijo Ana sonriendo cálidamente. “Su reloj está listo, lo acabo de terminar.”

     La joven pareja quedó asombrada por la belleza del reloj y por cómo Ana había logrado combinar tantos estilos diferentes en una sola pieza.

-“Este reloj cuenta una historia”, les explicó Ana. “Es como un mapa de la vida. La base, que parece un reloj de arena, nos recuerda que en la juventud sentimos que el tiempo es infinito. Este mecanismo de alarma representa los años en que la vida se acelera, llena de responsabilidades. El péndulo es como un reloj de pared, marcando el ritmo constante de los cambios. Y el pequeño reloj de bolsillo representa los recuerdos que llevamos con nosotros, que dan profundidad a nuestro presente.”

     Conmovida, la joven mujer comentó: “Es hermoso cómo ha capturado toda una vida en un solo objeto.”

     Ana les recordó que la vida, como el reloj, es una obra en constante creación. Cada etapa tiene su propia belleza y desafíos. “Lo importante es no temer al paso del tiempo, sino apreciarlo”, les dijo. “Vivan plenamente cada momento. Y cuando lleguen a mi edad, espero que miren atrás y vean una vida rica en experiencias, en amor, en sabiduría.”

     La pareja salió del taller con el reloj y una nueva perspectiva, mientras Ana los observaba irse, su rostro reflejaba la paz de quien ha aprendido a abrazar cada momento de la vida. Y se decía a sí misma que el tiempo es invaluable y que cada etapa de la vida tiene su propia belleza. Envejecer con dignidad significa aceptar los cambios, aprender de las experiencias y seguir creando una historia personal significativa hasta el final.

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DOROTHY R. VILLALOBOS

Nació en La Habana, Cuba (1949). Es ensayista, narradora y poeta. Graduada con una Licenciatura en Ciencias de Mercy College, una Maestría en Ciencias de la Educación de la Universidad de Long Island, una Maestría y un Doctorado en Educación de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Cursó estudios en historia y arte en la Universidad de Alcalá de Henares en España. Ha realizado estudios en el ‟Centro para la Población y la Salud Familiar” en el área de Educación de los Padres y el Programa de Igualdad en la Educación. Trabajó como maestra del sistema público de enseñanza de la ciudad de Nueva York por muchas décadas de su vida laboral. Ha colaborado con artículos, cuentos y poesía en diversos medios literarios nacionales e internacionales. Fue miembro del Círculo de Cultura Panamericano (CCP) con sede en Nueva Jersey y de la Asociación de Licenciados y Doctores de Español en los EE.UU. (ALDEEU). En la actualidad, es miembro de la Asociación Prometeo de Poesía en Madrid, España, y de la Academia Iberoamericana de Poesía, capítulo de Nueva York, en los Estados Unidos. Es autora del libro de cuentos Un zoológico peculiar y otros asuntos (Ediciones Baquiana, 2021).

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