BAQUIANA – Año XXV / Nº 131 – 132 / Julio – Diciembre 2024 (Cuento I)

LA PESADILLA INTELIGENTE

 

por

 

Felipe Hugueño

 


     Desde hace tiempo que el asunto la venía deprimiendo y cuando por fin se empezaba a sentir cómoda entre las sábanas, le empezó la pesadilla. El sitio: Granada, rodeada de olivos, almendros e higos. Hacía un calor opresivo, pero lo ignoraba mirando los arcos de herradura, los azulejos y la caligrafía cúfica que le hubiese gustado poder descifrar. Disimuladamente se mantenía a la par de un grupo de turistas para escuchar lo que el guía resumía sobre el castillo. Observaba como una turista asiática le acercaba un teléfono celular al guía cuando él hablaba. Cuando dejaba de hablar, ella presionaba la pantalla, se reacomodaba los auriculares y asentía.

     Ahora estaba en un restorán chino con la familia. Mientras esperaban los platos principales, veía como en la mesa de al lado el padre le sacaba fotos al menú para que el teléfono se lo tradujera en voz alta al alemán. Había leído de aplicaciones semejantes, pero lo insólito era que el dispositivo también hacía los pedidos. El español emitido era ceceado e incluso imitaba la omisión andaluza de las consonantes. El camarero les tomó la orden y se retiró. “Quizá es algo nuevo.” Continuó comiéndose los boquerones y refrescándose con la caña.

     Se despertó y miró el celular para confirmar la hora. Eran las cinco de la mañana. Fue al baño, orinó y se cepilló los dientes. La boca le apestaba como si hubiese bebido cerveza toda la noche. Cuando regresó a la cama anotó lo soñado para no olvidarlo. Luego, durmió un poco más y soñó otra vez: sus estudiantes entraban al aula y le entregaban una composición de dos párrafos, en la cual contaban lo que habían hecho durante el verano. Habían recibido instrucciones de usar el pretérito indefinido y el imperfecto. Los estudiantes sobresalieron. Habían utilizado los dos tiempos verbales pedidos y algunos añadieron el presente perfecto y el pluscuamperfecto. Las composiciones parecían escritas por hispanohablantes. Era obvio que habían utilizado la inteligencia artificial, pero no podía acusarlos sin tener evidencia. En el sueño se vio obligada a mostrarles una cara de satisfacción cuando les devolvía las composiciones corregidas.

     Se despertó a las siete en punto, atontada por la falta de sueño. Se duchó y vistió de mala gana. Mientras conducía le dio un ataque de pánico. Le faltaba el aire y estaba mareada. Respiró hondo, intentó de enfocarse en la ruta y en el noticiero para despejar la mente, pero justo, casi por coincidencia, estaban comentando que la Universidad de West Virginia desmantelaba el Departamento de lenguas extranjeras. Tuvo que detener el vehículo en el carril de emergencia. Se desabrochó el cinturón de seguridad, cerró los ojos y pensó en que su hija de un año empezaba a hablar. Ella le hablaba en español todos los días, pero la hija aprendía más convenientemente el inglés con los videos de YouTube. Ya decía ball, car, bye bye, dada, more y up; mientras que en español apenas decía agua, guau guau y abrazo.

     Llegó a la hora, corrió a su oficina y cogió el libro sin ver lo que le correspondía enseñar. Cuando puso el libro sobre el podio y lo confirmó, sonrió hacia adentro y lo volvió a cerrar. Saludó con la mano, sacó el celular del bolsillo y lo apuntó varias veces con el índice para que ellos sacaran los suyos. Una vez entendida, fue a la pizarra, tomó la tiza y escribió lo más legible posible su número de teléfono. Los estudiantes no la entendían, pero no dijo nada en inglés. Luego les apuntó a los teléfonos que algunos tenían en los escritorios y como vio que todavía no la entendían, tomó uno de una chica sentada a tres pasos de distancia, ingresó su número de teléfono y se envió un mensaje de texto. Le devolvió el teléfono a la estudiante e hizo lo mismo con el de la chica a su izquierda. Iba por el tercero, cuando le empezaron a llegar mensajes de números desconocidos. Algunos con emojis, otros con el típico “Hola, ¿cómo estás?”  Todos le estaban escribiendo y ella les respondía. Como tardaban en escribir en español, pudo fácilmente entablar una conversación con los diez estudiantes que a esa altura del semestre no habían tirado la toalla. Conversaron en silencio por cuarenta y cinco minutos. A veces levantaba la vista y a algunos los veía confundidos, como si estuviesen descifrando un mensaje encriptado. Cuando uno de ellos se rio, ella les escribió jajaja a todos los que pudo antes que la interrumpiera otro mensaje.

     En ese breve lapso habían conversado más que nunca. No lo podía creer. Después regresó a su oficina y se preparó para las siguientes clases. No hizo nada diferente de lo acostumbrado y los estudiantes mostraron la misma apatía de siempre. Se fue a casa y en el camino le llegó una notificación de un like al jajaja de la mañana. Quiso ponerle un like al like, pero hacerlo hubiese sido demasiado meta. Después de la cena, lavó los platos, ordenó los papeles sueltos sobre el counter; y mientras su esposo hacía dormir a la niña, se retiró al estudio. Se sentó frente a la computadora y abrió el ChatGTP. Necesitaba generar una lluvia de ideas para explicar lo sucedido.

     Se levantó del escritorio, se cepilló los dientes y se dio una ducha de agua caliente que le aflojó la tensión acumulada en los hombros. Las sábanas recién cambiadas se sentían refrescantes al contacto con la piel. Esa noche durmió mejor, pero tuvo un sueño que jamás antes había tenido. Estaba en una conferencia y una de las personas en su panel había escrito casi lo mismo que ella había escrito en su ensayo.  La diferencia era que el trabajo del colega fluía mejor y tenía una bibliografía más extensa. Cuando llegó la sesión de preguntas y respuestas, alguien le preguntó al hombre cómo había logrado conectar tanta teoría de manera coherente. Él no dudó en divulgar que había utilizado la inteligencia artificial. En ese momento ella se despertó. Estaba agitada. Sentía que el corazón se le salía del pecho y quiso cerrar los ojos nuevamente, pero no podía porque le tocaba levantarse. Eran las ocho menos cuarto de la mañana y estaba atrasada.

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FELIPE HUGUEÑO

Nació en Valparaíso, Chile (1986). Poeta y narrador. En la actualidad es profesor de español y estudios hispánicos en Virginia Wesleyan University, EE.UU. Se recibió con un doctorado en letras de la universidad estatal de Nueva York (State University of New York) en Buffalo en el año 2019 y desde entonces ha trabajado en Virginia. Ha publicado sus textos (cuentos, poemas, relatos y minificciones) en revistas literarias como Latin American Literary Review, Letras Hispanas, A contracorriente: Una revista de Estudios Latinoamericanos y EDUVIM (Editorial Universitaria de Villa María), así como en las revistas digitales Spanglish Voces y Altazor, además de contribuir con poemas, relatos y minificciones en antologías. Tiene dos libros de poesía publicados hasta la fecha: Poemas y relatos de luto (2021) y De la resistencia a la reconquista (2023).

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