BAQUIANA – Año XVIII / Nº 103 – 104 / Julio – Diciembre 2017 (Cuento I)

ALGO SE LE HA PEGADO

 

por

 

Esther Domínguez


—¿Cómo que quiere ir a Nueva York? ¿Con el dinero de quién? El nuestro, claro –razonó el padre.

—Tampoco hay que ponerse así, Arturo. El chico tiene inquietudes y la ciudad es apasionante. –Inés siguió planchando. Ella a lo suyo.

—¿Inquietudes? ¿Qué inquietudes, vamos a ver? –Arturo se dispuso a observar cómo su mujer se estrujaba la sesera y desgranaba las chorradas que se le iban ocurriendo sobre la marcha.

—Sobre todo literarias.

—¡Esa sí que es buena! A ver si recuerdo sus anteriores “inquietudes”  -hizo un gesto con los dedos, entrecomillando la palabra. Continuó, implacable. –Primero planeaba estudiar en la Universidad. Cuando se enteró de las listas de libros que leer y trabajos que hacer, prefirió algo más sencillo. Habló de matricularse en FP. ¡Pero si no acabó el Bachillerato! ¡Qué inquietudes literarias  ni que mandangas!

—Es un espíritu libre, ya lo sabes. –La madre era la típica ciega que no quiere ver. La peor especie de ciegos, según el refrán. Añadió. –Ya lo conoces.

—Claro que lo conozco –asintió el padre.

 

En ese momento entró Iria, hermana del “inquieto”, bloguera y moderna a más no poder. -¿Por qué gritáis tanto?  -Abrió la nevera, cogió una cerveza y empezó a beberla a morro, apoyada en el fregadero.

 

—Hija, coge un vaso. Pareces un hombre maleducado, no una chica.

 

Iria pasó de las lecciones de urbanidad de su madre. El padre la informó.

 

—Por culpa de tu hermano, como siempre.

—Tu padre no lo entiende. Es incapaz de ponerse en su lugar –se lamentó la madre.

—Pues deberías alegrarte. Si me metiera en la piel de tu hijo, ahora estaría haciendo el besugo, sin ganar un duro y sin poder pagar esa cerveza. –Por cierto –añadió-, ya podías coger una más barata. Que esas las reservo para el partido de la UEFA.

 

Iria volvió a su habitación, a continuar con su blog. Pero, antes, le clavó una pullita a su padre.

 

—Desde luego eres un roñas, tío. No me extraña que Arturete esté deseando largarse.

—Pues que se largue. Ya veremos cómo se las arregla ese vagoneta. Y tú no te prives. Búscate un pisito y ¡hala!

 

La madre quiso rebajar la tensión. No la del momento sino la de su marido, colorado y frenético, que parecía a punto de sufrir un patatús. –Tranquilo Arturo. La cosa tiene una solución muy sencilla.

 

—Tú dirás –el marido la miró, los brazos cruzados sobre la barriga y sonrisa burlona.

 

Inés dejó la plancha en la parrilla metálica y le explicó lo que se le acababa de ocurrir. –Mira, lo que hay que hacer es seguir dándole la paga como hasta ahora. Y que se las arregle como pueda. En Nueva York o en Conchimbamba. Por lo menos no os pasaréis el día discutiendo.

 

Arturo la miró, boquiabierto. -¿Tú sabes lo que cuesta un billete de avión para Nueva York?

 

—Iria se lo puede conseguir muy barato.

—Pues, ya que son tan baratos, podrían irse los dos –razonó el padre. –Mira tú qué buena ocasión. Dos por el precio de uno.

—¡Arturo!

—Si se animan yo les doy la mitad del dinero.

—¡Déjate de coñas! –Inés empezaba a enfadarse. ¡Qué hombre más insensible!

—No es mala idea. Se le manda el dinero y que se las arregle como pueda.

—Seguro que la experiencia le va a venir muy bien –Inés, además de inocentona era una optimista radical. Como el marido seguía callado, aprovechó para convencerle. –Así aprenderá inglés –Arturo soltó un relincho. Ella disimuló. –Y a administrarse –otro ruido raro y semihumano procedente de su marido –Y seguro que vuelve muy cambiado.

 

Arturo se levantó, cogió un montón de ropa planchada y se dispuso a llevarla a su sitio. Los hijos se limitaban a mancharla y arrugarla. Pero de ayudar no entendían. Eso quedaba para los padres que eran unos “pringados” Antes soltó lo que lo estaba recomiendo.

 

—Si el avión no cae durante el vuelo –con esos precios dudo mucho que vuelen tantas horas-, y llega a Nueva York, veremos qué hace. Pero si vuelve cambiado, espero que no sea para peor.

 

Salió rumbo al cuarto de baño a dejar las toallas.

 

—Hijo, qué carácter. Los viajes enseñan mucho. Seguro que algo se le pega.

 

 

Cuatro meses más tarde.

—¿Está usted en situación de enviarle un billete para que pueda regresar a España?

—En este momento, imposible. Totalmente imposible. Tendría que esperar a que reuniera el dinero…

—También Imposible. Las autoridades lo obligan a abandonar el país. Los cargos son deudas, ocupación de una propiedad privada, negativa a abonar los gastos devengados…

—¿Podría resumir, por favor?

—Tiene que largarse. Ha estado viviendo en el Hotel Chelsea de esta ciudad y, cuando le pidieron que abonase la factura, se negó en redondo. Hemos conseguido que lo dejen en libertad pero deberá dejar Estados Unidos en cuarenta y ocho horas. Debería enviarle…

—Imposible. –Iria lo miraba, acusadora. El padre tapó el micrófono del teléfono y le preguntó: -¿Puedes enviarle tú el dinero?

—Vaya, hombre. En eso estaba pensando.

—Entonces, cierra la boca –volvió a la conversación con el funcionario del Consulado. -¡Ah! Lo van a deportar. Bueno, bueno. Sí, claro, ¿qué se le va a hacer? Esta crisis me ha afectado mucho. No tengo ni para mandar cantar a un ciego. Gracias. Hasta siempre.

—¡Arturo!

—¡Papá!

 

Estoy pensando en que, después de su estancia en Nueva York, seguro que podría dar clases de…

 

—¿Inglés? –preguntó la madre. A ver si, de una vez por todas, su marido empezaba a confiar en el chico.

—Gorroneo, gamberraje y alguna cosilla más.

 

La madre puso gesto de mártir.

 

 

Tres días más tarde.

Arturete había retomado su sitio en el sofá. Estaba adormilado. La madre lo atribuía al jet lag. La familia lo miraba con sentimientos que iban desde el “está más guapo que antes”, de la madre; el “desde luego tiene más cara que espalda” de su hermana y el “a éste lo tenemos viviendo a nuestra costa toda la vida” del padre.

La madre quiso saber: -Cuéntanos por qué fuiste a ese hotel en el que vivías.

 

—Fui allí porque es el hotel más literario de la ciudad.

 

Inés miró a su marido. Sólo le faltó decirle ¿Ves como yo tenía razón? Arturete –con voz pastosa -seguía contando sus vivencias neoyorkinas.

 

—¿Tú sabes lo que aprendes al vivir en un sitio tan lleno de genio, de capacidad de fabulación, de…?

 

Se quedó dormido. Lindamente. Hasta roncaba suavemente.

 

La madre se espantó. -¿Qué le pasa al chiquillo?

 

El padre sacó una hojita de papel. Evidentemente, había hecho los deberes.

 

—Os explico. En el Hotel Chelsea se alojaron, entre otros, Dylan Thomas, Williams Borroughs, Gregory Corso, Gore Vidal, Tenessee Williams, Allan Gingsberg. Jack Kerouak, Charles Bukowski. ¿Sabéis qué tienen en común?

—Eran ingleses –aventuró la madre. –Con esos nombres.

 

La hija hizo un alarde de cultura. –Alguno era escritor. Eso seguro.

 

—Además del idioma y de ser escritores, lo que los unía era ser todos unos borrachuzos. Con mayúsculas.

—¿Estás insinuando que el chiquillo está borracho? –la madre estaba dispuesta a pelear por el buen nombre de Arturete hasta el final. En ese mismo momento, el chiquillo lanzó un par de farfullos, se acomodó en el sofá y soltó un par de eructos que inundaron el salón de un tufo a alcohol que tiraba de espaldas.  La madre optó por callarse. Iria no dudó en poner la guinda a la reunión.

—No puedes quejarte, mamá. De su estancia en Nueva York, algo se le ha pegado.

 

La madre prefirió no responder a la provocación.

 

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ESTHER DOMÍNGUEZ

Nació en Santiago de Compostela, Galicia, España (1953). Cuentista y novelista. Reside desde hace más de dos décadas en Pontevedra, donde ejerce como profesora de inglés en uno de los Institutos de la ciudad.  Ha publicado más de cuarenta cuentos entre otros: “Finales Felices” Revista Almiar, 2015; “Anónimos” Finalista  I Certamen Mundial de Excelencia Literaria MP Literary Edition, Seattle, 2015; “ Las musas de Homero” 2º Premio del II Certamen de Relato Histórico Heródoto de Halicarnaso, Portal Clásico, Septiembre, 2015; “La mirada de la duquesa” Revista Almiar, 2016; “Toma …té” 1er premio, 6ª edición Concurso de Relato Breve 2016, disponible en el sitio digital Le Petit Planethe; “El toque del artista” Finalista del Certamen de Relatos Fundación Pintor Julio Visconti, Guadix, 2016; “Haciendo Balance” Ganador de 1000 Caminos de Relato, Bodegas Martín Códax, 2016;  “Los brazos de Venus” en antología  IX Hislibris de Relato Histórico, 2017;  “Hasta ellos se equivocan” 1er premio del I Certamen Literario de Relato Corto “Letras y Diezmo 2017”; “La puja ganadora” La sirena varada. Revista Bimestral, México, 2017; “El cuento que Tusitala nunca escribió” Revista Niebla, 2017. Ha publicado las novelas: Garum (Ediciones Oblicuas, 2015) y El rubí de Marco Polo, ganadora del 1er Premio de Novela “Feli Úbeda” (PiEdiciones, 2017).

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