BAQUIANA – Año XXVI / Nº 135 – 136 / Julio – Diciembre 2025 (Poesía I)

FOTO SECCIÓN POETICA

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HAROLD ALVA 

Nació en Piura, Perú (1978). Escritor, editor y analista político. Director de Editorial Summa. Preside la organización del Festival Internacional Primavera Poética y la Fundación Iberoamericana para las Artes. Es autor de los libros: Spleen (2025), Ejercicios de escritura (2024), Ceremonia (2023) y Tocado por la lluvia (2022), Lima (2012), Sotto voce (2003) y Morada & sombras (1998), entre otros. Ha participado en las antologías poéticas Ofertorio (Expendio, Chile, 2025), El libro de los cuervos (Plural, Bolivia, 2025), Hábitos de caza (Círculo de Poesía, México, 2025), Monólogo del sopravvissuto (Di Felice Edizioni, Italia, 2024, traducción de Emilio Coco), A tiempo completo (Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México, 2024) y La épica del desastre (Valparaíso Ediciones, España, 2020). Ha participado como expositor en diversas ferias de libros y festivales de poesía en Estados Unidos, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, España, Grecia, Italia y Portugal. En 2021, el Excmo. Ayuntamiento de Salamanca (España) lo declaró Huésped Distinguido.

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FANTASMA

 

Amarra tus animales

me piden las voces

átalos

o huye con ellos

 

vete sin que la madrugada sospeche

toma dos calles

con la discreción de un jaguar

ocúltalas en tu rabia

en la esquina

donde ladran los perros

 

nadie tiene un plan para quebrar el tiempo

nadie un arco para tensar contra el abismo

 

dispárale a tus halcones

exigen las voces

rompe sus huesos

apúntale a sus alas

o salta con ellos

al asedio de las águilas

escapa con dignidad

recupera el desierto para tus palabras

 

un caballo relincha furioso

lo perturba mi escritura de fantasma.

 

 

VESPERTINA

 

Papá miraba la luna

antes de preguntarle al mar

por el misterio de sus costas;

nadie se atrevía a romper

aquel ritual:

en los ojos apuntaba

el vuelo de sus manos,

la danza de un pelícano

en equilibrio con las olas.

 

Mamá, sin embargo,

tocaba la arena:

su textura le mostraba

ciudades, halcones,

barcos incompletos

al otro lado del océano.

 

Yo ahora los escribo:

atrapo la inmensidad,

el resplandor de sus símbolos.

 

 

PLAZA GARIBALDI

 

Busqué la voz de mi padre en Plaza Garibaldi,

crecí imaginándolo cantar en su pérgola,

el sombrero como quien torea al tiempo

agitándolo con la mano izquierda,

los comensales de San Camilito

detenían sus mandíbulas para dejarse arrobar

por sus falsetes: por el águila que soltaba,

por la bestia que domaba en su garganta;

busqué el fuego de mi padre en Plaza Garibaldi,

fui armado con el escapulario donde guardo

la lumbre de todas sus canciones,

y me detuve allí cuando cruzaron

las sombras de Infante y de Negrete,

sus fantasmas en perpetua competencia,

sus coplas deteniéndose con picardía

en la incrédula reacción de una guitarra;

fue como si todos los transeúntes

de Lázaro Cárdenas, Guerrero

y el barrio de Tepito,

se pusieran de acuerdo para cantar

los temas que mi padre interpretaba;

yo fui por la voz de mi padre a Plaza Garibaldi,

quería verlo allí, quería escucharlo

en impecable dueto con Antonio Aguilar

o Miguel Aceves Mejía, pero Plaza Garibaldi

era un sueño en la memoria de mi padre,

por eso se marcharon los fantasmas,

los comensales de San Camilito,

los transeúntes de La Lagunilla y de Tepito;

la noche no es para reconstruir canciones:

en la pérgola de Plaza Garibaldi

un niño aún busca a su papá

disfrazado de mariachi.

 

 

CADÁVER

 

Siembro un cadáver en la palma de mi mano,

lo cuido como quien espera un árbol;

la luna lo duplica a la hora del riego.

 

Nadie hay aquí, pero de pronto crece una ciudad,

un laberinto que busca entre los barcos

la grieta de un mástil;

los dedos cuelgan del acantilado

como un paisaje hambriento.

 

Siembro un corazón a la altura de mi pecho,

una máquina de escribir, un muerto.

 

 

ALTURA

 

Tengo tu luz en mi ventana.

 

El aleteo de un poema

te pronuncia en sus metáforas.

 

Te lee la sombra de los transeúntes,

sus manos que tienen los pies sobre la tierra,

te lee esta ciudad, los duendes que nos silban;

te lee mi ansiedad, su pánico a la asfixia.

 

En Quito

la altura se mide diferente,

basta imaginar un símil,

una habitación para el insomnio.

 

Una habitación para tu luz en la ventana.

 

 

DELFOS

 

Fue como empuñar el rayo:

en tus columnas tiemblan

las manos de Alejandro,

el miedo de Leónidas,

las dudas de Querofonte.

 

Pero yo tenía la fuerza,

los caballos,

por eso nadie se opuso

en mi marcha hacia tus venas.

 

Yo tenía al relámpago,

su velocidad

anunciándote en el cielo

y el asombro de pie,

tocándote,

con la emoción de un hombre

sitiado por todas sus leyendas.