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FRANCIS SÁNCHEZ
Nació en Ceballos, Ciego de Ávila, Cuba, (1970). Poeta, narrador, ensayista y editor cubano exiliado en España desde 2018. Entre sus poemarios están Revelaciones atado al mástil (1996), Luces de la ausencia mía (2001, Premio Internacional Miguel de Cervantes), Un pez sobre la roca (2004), Caja negra (2006), Epitafios de nadie (2008), Textos muertos (2015, Premio Eliseo Diego) y Llamadme Libertad (2017). Entre las antologías de poetas cubanos contemporáneos que ha editado se encuentran Arribos de luz: jóvenes poetas avileños (2000) y Estación interior (2003). Como cuentista cuenta con Cadena perpetua (2004, Premio Cirilo Villaverde) y He visto pasar los trenes (2012). Entre su obra ensayística se halla Dualidad de la penumbra (2009). En Cuba fue editor de Ediciones Ávila y de la revista cultural Videncia. Su poesía visual se ha exhibido en diversas galerías y recopilado en antologías. Desde 2005 realiza, primero en Cuba y ahora en Madrid, la revista digital Árbol invertido, en colaboración con la escritora cubana Ileana Álvarez. Ambos dirigen, además, las Ediciones Deslinde.
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CUARTO DE DESAHOGO
Te has ido con las nubes a este, el último cuarto,
lo llaman de desahogo y es donde el tiempo sobra.
La casa aquí carece de un plan que la zozobra
no desdibujase antes como el eterno infarto.
Tú, el destronado, tomas secreta posesión
del invierno y una vista inmensa sobre el mar.
Aquí es donde los trastes sin fe han ido a parar.
La borra de las nubes se cuela en un rincón.
Hay nombres que no nombran y cazuelas torcidas
y una galaxia de óxido que amontona el abismo.
Con fiel voracidad aún te siguen las vidas
que no has vivido, inútiles, apurándote el sueño,
y caes sobre la muerte desfondada y el mutismo
de la basura como se echa a la hoguera un leño.
ÁNGEL QUE ABRIR NO PUEDES
a mi hermano Félix Sánchez
Ángel que abrir no puedes tus demasiados ojos.
Sueñas, te queman, te esquilman y no puedes
al fin mirar sin dentro crujir como una garra.
Vas tarde siendo un ruido. Un color en la sombra,
vago roce entre dos frutas sin rama.
Aéreo dolor, mordido por el rostro en el cristal.
Nos enamora adentro del fin la transparencia
de un grávido planeta;
un instante en que vamos a caer
del paisaje, castrado como un eco.
Nave sin oriflama ni oros de noches y ostras.
Ver es la nueva voz en que se escapa y abulta
la inocencia, su imán, al centro de la mesa,
cabe en la boca sucia, la cerrada, en el niño.
Áureo surtidor de alas
mal heridas sobre un fondo de nieve.
Sólo el carbón es justo. Sólo la piedra es luz.
No basta andar con sed en un golpe de viento
desheredados desde la estrella más cercana.
Sólo el silencio crudo. Sólo la tierra abierta.
Cuando el animal forma una cruz con sus garras
para tapar la herida que es su cuerpo en el día.
Cuando enciende la astilla mojada
y en el pecho desierto
se alumbra toda la sierra sembrada de tacto.
Cae como un raíl leve la claridad del polvo
que va a ser el alma entre los vasos del armario.
OVEJAS
Cuando la demasiada memoria
acuchille las gargantas como tallos tiernos,
cuando demos la espalda definitivamente
atrás dejando sin auxilio nuestros ojos,
¿quiénes se habrán descarriado en verdad?
¿Las mudas, inocentes aún, siempre por nacer?
¿Aquella triste, encastillada en su lejanía
que atesora por vados y despeñaderos
el último rescoldo de su propio contraste,
la llave fugaz y única
que abrir podría su mismo castillo,
su huella leve en el viento?
Debe haber más de un sueño, cuando siempre,
tornando ya al redil de las pequeñas formas,
nos cuentan otra vez desde el dudoso origen.
Manantiales apacibles
—sin el centro vacío que expulse hacia lo alto—
de una mancha intrincada —tal vez carne—
y muelles espejismos —tal vez no, tal vez alma—
erramos siempre exentas de ajar la verdad.
Cruje,
entre el cristal de las generaciones
que labran los planetas en torno a río y ciervo,
una puerta, una rama, grávida,
como el mar monosílabo
de unos labios cerrados.
El pastor huye ante la desaforada
multitud de sus pasos.
ACOTACIÓN DEL AMANUENSE
Supe desde el principio cómo mi obra
ardía en la mudez que arrastra el río,
izada en el albor informe y frío
de piedras que no suenan por el fondo. Zozobra
ni delirio buscaba en mi carcaj, al ver
la sombra, tan vacía. Asible agua
fui, donde se miró el rostro que fragua
el sueño sin contornos. ¿Detener
perpetua arena de oro, las orillas, al lado
de tener la continua certeza del pasado?
Supe alguien cual país o cielo undoso
muriéndose al final de mí, cual cebo
para atrapar la voz, suicida nuevo,
de sí echado a la cruz, para siempre en el foso
de leones que es el tiempo. No dictaban, no supe
un niño solo en un jardín tapiado,
con su hueca mano el rostro más odiado
cubriéndose. Y en nada de esto cupe
más que como otro pálido despojo de una estrella
al hundirse en el mar: fui, sin chistar, tras ella.
Los confines me atañen como vagas
ideas, instintos de un dolor oculto.
¿No debió a mí ocurrírseme el insulto
de las noches? ¿No a mí mucho antes estas plagas?
¿Qué grito, qué luz propia se ahoga en las orillas?
Hago agua el corazón por devolver
arriba el galeón de oro en mi ser
hundido siempre. Sueño de rodillas.
Tal vez cuando el relámpago en su mayor pobreza
caiga, me hará inclinar distinto la cabeza.
MINOTAURO
Como si fueran Uno me duelen
los rostros del olvido. Golpe de dados.
Respiraciones que me cincelan
por entre el mal aliento de la flor que no soy.
Agua espinosa que deslíe el hilo
del corazón, de esta memoria ciega.
Una, contra el borde, es la vida amante
y viuda de las tardes.
Y, si guardara idea del vigor donde pasta,
moriría por allí, uniendo guijarros
y pájaros, como siempre, desoído,
hasta que en el desfiladero de instantes cerriles
la sienta, a su hora, salir, o temblar
oculta de perfil bajo el agua como el sol.
A la intemperie siento pavor con más certeza
que este amasijo de huesos, carne y voces.
Entre tanto que actúa y sobreactúa humana,
desesperadamente por arribar a un comienzo,
algo se agolpa, sutil, desde siempre aguantado
como la respiración, al borde del abismo.
Si finalmente entre las cimas llega a asomar mi vida,
degollaré esa luz, y me sentaré en ella
a llorar por todos los sueños que han estado de más.
PROVINCIAS DEL INTERIOR
Con el cristal de aumento del polvo, el cristal fino
y disperso, he buscado en mi patria una estrella
caída antes de nacer, el rayón de un espíritu.
Y las he visto, huérfanas y apartadas del banquete,
secas, pálidas sobras de escalas, al lado del camino.
Las he encontrado dignas como una promesa de derrumbe
bajo mi cuerpo, bajo mi obscena esperanza.
Se amontonan sin voz en el aire y en la lluvia.
Se incrustan en los bordes partidos de los vasos
y en el fondo amarillo de las conversaciones.
Aunque no tienen dónde
ofrecer el descanso de una noche,
sin embargo, han dejado
pasar la luz hacia el fondo de las casas
para que se cambie y se olvide de todo.
Casi desnudas, lentas y olvidadas
novias que esperan
en los portales.
Les arrancaron sus pupilas para vestir las estatuas
y aún interrogan al que pasó,
al que nunca se detuvo,
dónde han caído, si alguien las ha visto,
cómo sonríen, y cómo la luz se dobla.