BAQUIANA – Año XXVI / Nº 135 – 136 / Julio – Diciembre 2025 (Poesía V)

FOTO SECCIÓN POETICA

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FRANCIS SÁNCHEZ 

Nació en Ceballos, Ciego de Ávila, Cuba, (1970). Poeta, narrador, ensayista y editor cubano exiliado en España desde 2018. Entre sus poemarios están Revelaciones atado al mástil (1996), Luces de la ausencia mía (2001, Premio Internacional Miguel de Cervantes), Un pez sobre la roca (2004), Caja negra (2006), Epitafios de nadie (2008), Textos muertos (2015, Premio Eliseo Diego) y Llamadme Libertad (2017). Entre las antologías de poetas cubanos contemporáneos que ha editado se encuentran Arribos de luz: jóvenes poetas avileños (2000) y Estación interior (2003). Como cuentista cuenta con Cadena perpetua (2004, Premio Cirilo Villaverde) y He visto pasar los trenes (2012). Entre su obra ensayística se halla Dualidad de la penumbra (2009). En Cuba fue editor de Ediciones Ávila y de la revista cultural Videncia. Su poesía visual se ha exhibido en diversas galerías y recopilado en antologías. Desde 2005 realiza, primero en Cuba y ahora en Madrid, la revista digital Árbol invertido, en colaboración con la escritora cubana Ileana Álvarez. Ambos dirigen, además, las Ediciones Deslinde.

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CUARTO DE DESAHOGO

 

Te has ido con las nubes a este, el último cuarto,

lo llaman de desahogo y es donde el tiempo sobra.

La casa aquí carece de un plan que la zozobra

no desdibujase antes como el eterno infarto.

Tú, el destronado, tomas secreta posesión

del invierno y una vista inmensa sobre el mar.

Aquí es donde los trastes sin fe han ido a parar.

La borra de las nubes se cuela en un rincón.

Hay nombres que no nombran y cazuelas torcidas

y una galaxia de óxido que amontona el abismo.

Con fiel voracidad aún te siguen las vidas

que no has vivido, inútiles, apurándote el sueño,

y caes sobre la muerte desfondada y el mutismo

de la basura como se echa a la hoguera un leño.

 

 

ÁNGEL QUE ABRIR NO PUEDES

a mi hermano Félix Sánchez

 

Ángel que abrir no puedes tus demasiados ojos.

Sueñas, te queman, te esquilman y no puedes

al fin mirar sin dentro crujir como una garra.

Vas tarde siendo un ruido. Un color en la sombra,

vago roce entre dos frutas sin rama.

Aéreo dolor, mordido por el rostro en el cristal.

 

Nos enamora adentro del fin la transparencia

de un grávido planeta;

un instante en que vamos a caer

del paisaje, castrado como un eco.

Nave sin oriflama ni oros de noches y ostras.

Ver es la nueva voz en que se escapa y abulta

la inocencia, su imán, al centro de la mesa,

cabe en la boca sucia, la cerrada, en el niño.

Áureo surtidor de alas

mal heridas sobre un fondo de nieve.

Sólo el carbón es justo. Sólo la piedra es luz.

No basta andar con sed en un golpe de viento

desheredados desde la estrella más cercana.

Sólo el silencio crudo. Sólo la tierra abierta.

Cuando el animal forma una cruz con sus garras

para tapar la herida que es su cuerpo en el día.

 

Cuando enciende la astilla mojada

y en el pecho desierto

se alumbra toda la sierra sembrada de tacto.

 

Cae como un raíl leve la claridad del polvo

que va a ser el alma entre los vasos del armario.

 

 

OVEJAS

 

Cuando la demasiada memoria

acuchille las gargantas como tallos tiernos,

cuando demos la espalda definitivamente

atrás dejando sin auxilio nuestros ojos,

¿quiénes se habrán descarriado en verdad?

 

¿Las mudas, inocentes aún, siempre por nacer?

¿Aquella triste, encastillada en su lejanía

que atesora por vados y despeñaderos

el último rescoldo de su propio contraste,

la llave fugaz y única

que abrir podría su mismo castillo,

su huella leve en el viento?

 

Debe haber más de un sueño, cuando siempre,

tornando ya al redil de las pequeñas formas,

nos cuentan otra vez desde el dudoso origen.

 

Manantiales apacibles

—sin el centro vacío que expulse hacia lo alto—

de una mancha intrincada —tal vez carne—

y muelles espejismos —tal vez no, tal vez alma—

erramos siempre exentas de ajar la verdad.

 

Cruje,

entre el cristal de las generaciones

que labran los planetas en torno a río y ciervo,

una puerta, una rama, grávida,

como el mar monosílabo

de unos labios cerrados.

 

El pastor huye ante la desaforada

multitud de sus pasos.

 

 

ACOTACIÓN DEL AMANUENSE

 

Supe desde el principio cómo mi obra

ardía en la mudez que arrastra el río,

izada en el albor informe y frío

de piedras que no suenan por el fondo. Zozobra

ni delirio buscaba en mi carcaj, al ver

la sombra, tan vacía. Asible agua

fui, donde se miró el rostro que fragua

el sueño sin contornos. ¿Detener

perpetua arena de oro, las orillas, al lado

de tener la continua certeza del pasado?

 

Supe alguien cual país o cielo undoso

muriéndose al final de mí, cual cebo

para atrapar la voz, suicida nuevo,

de sí echado a la cruz, para siempre en el foso

de leones que es el tiempo. No dictaban, no supe

un niño solo en un jardín tapiado,

con su hueca mano el rostro más odiado

cubriéndose. Y en nada de esto cupe

más que como otro pálido despojo de una estrella

al hundirse en el mar: fui, sin chistar, tras ella.

 

Los confines me atañen como vagas

ideas, instintos de un dolor oculto.

¿No debió a mí ocurrírseme el insulto

de las noches? ¿No a mí mucho antes estas plagas?

¿Qué grito, qué luz propia se ahoga en las orillas?

Hago agua el corazón por devolver

arriba el galeón de oro en mi ser

hundido siempre. Sueño de rodillas.

Tal vez cuando el relámpago en su mayor pobreza

caiga, me hará inclinar distinto la cabeza.

 

 

MINOTAURO

 

Como si fueran Uno me duelen

los rostros del olvido. Golpe de dados.

Respiraciones que me cincelan

por entre el mal aliento de la flor que no soy.

Agua espinosa que deslíe el hilo

del corazón, de esta memoria ciega.

 

Una, contra el borde, es la vida amante

y viuda de las tardes.

Y, si guardara idea del vigor donde pasta,

moriría por allí, uniendo guijarros

y pájaros, como siempre, desoído,

hasta que en el desfiladero de instantes cerriles

la sienta, a su hora, salir, o temblar

oculta de perfil bajo el agua como el sol.

 

A la intemperie siento pavor con más certeza

que este amasijo de huesos, carne y voces.

Entre tanto que actúa y sobreactúa humana,

desesperadamente por arribar a un comienzo,

algo se agolpa, sutil, desde siempre aguantado

como la respiración, al borde del abismo.

 

Si finalmente entre las cimas llega a asomar mi vida,

degollaré esa luz, y me sentaré en ella

a llorar por todos los sueños que han estado de más.

 

 

PROVINCIAS DEL INTERIOR

 

Con el cristal de aumento del polvo, el cristal fino

y disperso, he buscado en mi patria una estrella

caída antes de nacer, el rayón de un espíritu.

Y las he visto, huérfanas y apartadas del banquete,

secas, pálidas sobras de escalas, al lado del camino.

 

Las he encontrado dignas como una promesa de derrumbe

bajo mi cuerpo, bajo mi obscena esperanza.

Se amontonan sin voz en el aire y en la lluvia.

Se incrustan en los bordes partidos de los vasos

y en el fondo amarillo de las conversaciones.

 

Aunque no tienen dónde

ofrecer el descanso de una noche,

sin embargo, han dejado

pasar la luz hacia el fondo de las casas

para que se cambie y se olvide de todo.

 

Casi desnudas, lentas y olvidadas

novias que esperan

en los portales.

Les arrancaron sus pupilas para vestir las estatuas

y aún interrogan al que pasó,

al que nunca se detuvo,

dónde han caído, si alguien las ha visto,

cómo sonríen, y cómo la luz se dobla.