BAQUIANA – Año XXVI / Nº 135 – 136 / Julio – Diciembre 2025 (Poesía II)

FOTO SECCIÓN POETICA

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ILEANA ÁLVAREZ 

Nació en Ciego de Ávila, Cuba, (1966). Poeta, ensayista, editora y periodista. Entre su vasta producción poética se hallan Oscura cicatriz (Premio Emilio Ballagas), Los ojos de Dios me están soñando (Premio Pinos Nuevos), Los inciertos umbrales (Premio Sed de Belleza), Consagración de las trampas (Premio Eliseo Diego) y la antología Trazado con ceniza, 1986-2006. Como ensayista cuenta con Dulce María Loynaz: la agonía de un mito (Premio Juan Marinello) y Liturgia de lo real (Premio de la Ciudad Fernandina de Jagua). Realizó las antologías de poesía escrita por mujeres Cuarto creciente, Catedral sumergida y Más allá del miedo es mi casa: antología de mujeres latinoamericanas contra la violencia de género. Con el escritor Francis Sánchez, realiza desde 2005 la revista digital Árbol invertido; ambos dirigen, además, la editorial Deslinde. Fundó en 2016 la revista digital Alas Tensas, y en el 2019 el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT). Se vio obligada a marchar al exilio en Madrid en 2018, debido al acoso y las constantes amenazas por su labor como periodista independiente y activista.

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QUÉ HAY EN MÍ QUE TANTO ASUSTA

 

La líquida pradera de mi infancia

a borbotones se desliza por las grietas

del día. En la albura del paso otro color

se asienta como una mordedura.

Callan mis manos cuando el viento bate

derramando en la estela los límites del sueño.

Callan los riscos por mi párpado abierto

como un ave en el crisol de la mañana.

Y la pregunta se adueña de mi gesto,

sobre mi pecho blande su oriflama como lanza:

¿Qué hay en mí, mi Dios, que tanto asusta

y en alfanje o badajo torna la mano

apenas venda, fruta, cuerda, azada?

¿Quién me anuda la voz sobre el filo del pétalo,

la asemeja a la roca, a la espina en el ojo

de la ausencia? ¿Quién hiere al animal

de trazo torpe que me acerca al contrario?

¿Quién boga sobre el ojo de mi angustia

y doblega la selva de nítidos contornos?

Dios, entorpece el silencio, tu música.

Tú que has visto esos hondos rincones

encallados al alma, el vuelo antes del vuelo,

la muerte alzada sobre un arco de luz,

dime: ¿Qué hay en mí que tanto asusta?

 

 

CUERPO ROTO

 

En mis brazos oscilaba la resistencia.

Enferma, divagando, ya no podía asegurar

que el barco continuara hasta puerto seguro.

Bajo el signo confuso de la verdad que se oculta,

se amontonaban límites de un ancho lomo;

parecían pájaros de hierro, esqueletos prehistóricos,

las sombras que debíamos asir bajo la tormenta.

En un relámpago vislumbré mi propio cuerpo.

Con la cabeza encorvada, girando sobre sí mismo,

huía de un naufragio que creía inevitable.

 

Mis hijos temblaban bajo mi falda mojada.

Cómo puedo, pensé, abandonarlo todo

sin un último ardor, sin el alarido

del que, con la lanza hundida en Utopía,

no se rinde.

 

Perseveraba condensándome

como un punto primigenio

en mi propia negrura.

Un resplandor secreto, inusitado,

lancé sobre las crestas

y el pico abierto de las extrañas, terribles criaturas

que emergían ávidas de la raíz de nuestro asombro.

Vislumbré las manos implorantes de mis hijos,

sus labios resecos por el salitre,

la confusión, el desamparo.

El viento más furioso no evitó otorgarles la dulzura

que aún goteaba la rosa rosa de la canción más mía.

Fue instintivo el mínimo gesto de madre,

pero bastó para calmar el hambre sin fondo del mar.

 

En el horizonte,

como regresan las garzas a la tierra recién arada

donde asoman relucientes insectos,

y bajo círculos de luz recién nacidos,

veía acercarse mi cuerpo roto

y avergonzado por la fuga.

Respiré hondo.

Como a un hijo pródigo sabría perdonarlo.

 

 

GOTEO

 

Todos los crepúsculos flechados por el hambre,

círculo terroso orbitando alrededor de la estrella

que cultivé en mis vacilaciones,

y maduró el fruto de la desesperanza

bajo el pezón de los que iban a morir

tan jóvenes.

Todo así, tan templado, tan sereno

que no te empuja a levantarte,

a abandonar la desazón

y el hormigueo del temor.

 

La palabra astro moviéndose como un pez espada,

cortando el viento, la serenidad de los frutos

que se añejan bajo las botas del imposible

y la rancia cotidianidad.

La palabra astro con su fiebre

traza la elipsis/ elíxir/ Isis/ insilio /exilio,

el laberinto de mis visiones donde soy libre,

jamás violada, enladrillada por la multitud sin rostro.

Dos sílabas que bastan para alejar el martilleo en las sienes,

la oquedad que te sutura los párpados.

 

Gota a gota me bebo en las mañanas donde falta el café,

el vino eucarístico que el Sueño me otorgó.

Hoy puedo respirar, me digo, en cada sorbo.

Astro, astro, astro… Redondo, bien redondo. Aire caliente

que no se acomoda en ninguna porción de mi carne,

ni de mis pensamientos

y que me obliga a permanecer,

estrujando la abulia,

aún

aún

a

un…

 

 

PÉRDIDA

 

A mi perro Harry Potter lo arrastró la jauría

que surge de la Nada entre las cuatro esquinas

y no volvió.

Pasan vendedores de cloro y salfumán,

bacterias y naufragios por mi mente.

La impotencia acrecienta su barriga.

Mis hijos, y Francis, tierra bajo mi nuca,

me lo trajeron al cumplir los cuarenta,

junto a un ramo de romerillo y hojas

de flemáticos tilos que los nervios enfilan.

Ellos, que tanto me regalan,

hasta el impedimento de hundirme y ya no estar,

le dieron nombre de mago para aumentar su gracia.

Casi recién nacido, y ya calmaba el bochorno su ladrido.

Y ya apagó la mágica varita de sus ojos canelas

el iris enrojecido del tedio provinciano.

Con todos compartía unos trozos de huesos y pelambre,

pero era a mí a quien quitaba garrapatas

y mentiras y sombras de alados dementores.

 

Al fondo los discursos, los puentes y las bombas,

las vainas rotas del flamboyán del parque,

los viejos royendo la amargura.

Y la imagen de un niño bocabajo,

solito en una playa,

sin madre, sin zapatos

ni paloma ni perro de peluche.

Un alambre de púas.

Coronas negras de la cotidianidad

cubriéndome la estrella,

la rosa, el pensamiento.

Al fondo sin ventanas ni puertas para abrir,

la extrañeza y la injuria empapelando el cuerpo

que duele y se resiste

como una fina hoja de llantén.

 

Un nudo en la garganta,

y otro más grande en el estómago;

una trabazón en el ojo derecho,

y otra en los tobillos amarrados con un tallo de guao,

y no acaba de subir al sofá donde yacen

sin orden ni sosiego

los libros que no leo,

el periódico Granma,

la Biblia

y el Corán.

Poemas oscuros y estrujados

que brotan del pinchazo de su ausencia.

 

 

INCERTIDUMBRE, ALFILERES, ECLIPSE

 

Los caballos del Deseo abrieron

el mar sin fondo de la soledad.

Mientras, te servías el vino rojo en copa de barro.

Ebria por dentro,

te masticaba sin tocarte.

 

Me voy, dijiste, sin apenas vivir.

Un estremecimiento de alas

te hizo volver en sí. ¿Cómo

se puede soportar la ausencia

de las sílabas acariciadas por la cuerda floja?

¿En qué grieta se ha sumergido

la humedad del labio

que solo te dio rocío y aguamiel en lo secreto

subrayando con carbón el temblor de la culpa?

 

Ahora quizás puedas escuchar en tus entrañas

el ángel que te susurraba un nuevo resplandor.

Metáforas que habitabas como una tierra fértil

y en la que crecían las zanahorias de la espera.

 

El horizonte nunca ha estado tan lejos.

 

 

RÉCORD

 

A mi hijo Fredo de Jesús,

por su récord en dominio del balón

y recobrar un trozo de Utopía.

 

Vuelvo la vista hacia el paisaje

donde está la vida pasada en una higuera.

Se cierra un ciclo,

pero antes está el movimiento,

el viaje que te acerca al horizonte.

Se vuelve y vibras tú, hijito más pequeño,

asustado por la lagartija que se posó en tu pecho.

Profundo, bien adentro de tus ojos,

salta una pelota blanca y negra;

como un reloj canta

tictac, tic, tac, tic, tac…

Sobre tus tobillos salta y no se detiene,

es un sol recién nacido.

De un lado y otro,

un agujero negro,

acechante,

el orificio de la multitud gritando

como una ola ciega.

Y, tú, ajeno, contrapones la absorción

con tus duendes de juguetes

que aún no te abandonan.

 

Tú sabes, hijo,

con solo trece años,

la soledad que se atraganta

cuando no entienden

los minúsculos mundos,

tan simples,

que construyes en cada suspiro del balón,

pero no lo dejas caer.

Te duele la rodilla y los tendones,

y adentro la sangre acumulada

se desparrama

como estrellas en una canasta,

y, obcecado, no lo dejas caer.

 

Y ya comienzas a volar.

A crecer.

 

En la pobre lejanía de mi sobresalto,

yo te contemplo bajo la higuera seca de la Isla.

Higuera yo sin ramas y sin frutos,

sin pelotas que brindar.

Pero que no cese nunca el pálpito

sobre los mares de ese rubí secreto.

 

(tomado de Escribir la noche y Otros abismos. La Mirada, 2024) y algunos poemas inéditos (de “Telones de acero”)