EN LA HABITACIÓN CONTIGUA
de
Alejandro López Pomares
REPARTO:
Hombre
Mujer
Voz femenina
Voz masculina
Recepcionista
“Mientras tanto, en la habitación contigua,
reinaba un profundo silencio”
(Metamorfosis, Kafka)
Un hombre y una mujer entran en una habitación de hotel. Es una estancia más o menos amplia con una cama de matrimonio, un televisor al frente sobre el mueble-bar y un ventanal que da a un balcón, que da a la calle trasera, una calle movida, de bares y pubs. Portan sendas maletas medianas con ruedas. Entran por la puerta.
HOMBRE: Qué musiquita tan ridícula ponen siempre en los pasillos. Esta es. La 216.
MUJER: Y el suelo de moqueta. Da grima. Qué largo el viaje, ¿no?
HOMBRE: Pues no ha sido para tanto. Lo recordaba peor.
MUJER: ¿Cómo que lo recordabas? ¿Es que ya habías venido?
HOMBRE: No, no… Quiero decir que, para como están las carreteras, aún se me ha hecho corto.
La MUJER sube la maleta a la cama.
MUJER: ¿Las abrimos ya? Antes de que se nos arrugue la…
HOMBRE: No, espera. (Interrumpe.) Antes de nada la bienvenida, ¿no? (Se le insinúa a la MUJER.)
MUJER: No, espera, digo yo. No empieces ya por ahí, que me duele un poco la espalda del viaje y antes quiero darme una ducha y eso.
Ella abre la maleta y empieza separando la ropa interior de los vestidos y los zapatos. Coge algo cómodo. Él abre la suya, repleta y desordenada y empieza a sacar una a una camisas y pantalones, el cargador, los zapatos.
HOMBRE: No, el cargador, no. (Y lo vuelve a guardar.) Ya lo pondré esta noche, que aún me queda algo de batería. ¿Tú qué vas a hacer?
VOZ FEMENINA: ¿¡No ves que no te oigo?! (Se escucha fuerte, muy fuerte desde el otro lado de la pared.)
El HOMBRE mira hacia los lados. La MUJER ya se había metido en el baño. La puerta queda entreabierta y está dejando correr el agua esperando a que salga caliente.
HOMBRE: Vale, no hace falta que te pongas así.
No hay respuesta. El HOMBRE sigue recogiendo sus cosas y entre el rumor del agua empieza a distinguirse un murmullo que viene desde la pared tras la cama. Levanta la cabeza, extrañado, hacia esa dirección. El murmullo se hace más distinguible y acaba por levantarse de la cama para pegar la oreja a la pared.
VOZ MASCULINA: ¡No la aguanto más! ¡Yo no sé por qué insisto, si es que no la aguanto!
El HOMBRE separa la cabeza como empujado por la intensidad del grito.
HOMBRE: Puf.
Sonríe, mientras hace un gesto exagerado con las manos hacia el público y vuelve a pegar la oreja. Se siguen escuchando los murmullos y de tanto en tanto alguna palabra más o menos entendible y subida de tono.
VOZ MASCULINA: (Nuevamente elevando el volumen.) Sus cosas, siempre con sus cosas… manías… trastos, miedos… ¡cómo odio todo eso!
El sonido llega velado por la mediación del muro, pero no se escucha respuesta, parece una conversación por teléfono. El agua de la ducha se corta de golpe.
MUJER: ¿Qué has dicho?
El HOMBRE despega la oreja y se dirige al aseo. La MUJER aparece secándose con una toalla blanca.
HOMBRE: ¿Cómo que qué he dicho?
MUJER: ¿Has dicho tú eso?
HOMBRE: ¿El qué? No.
MUJER: Ah, pues se ha escuchado un grito.
AMBOS: Parece que viene de la habitación contigua.
El HOMBRE se dispone a salir del aseo pero, al ver a su MUJER, se da media vuelta y se le insinúa de nuevo. Ella lo rechaza con el brazo mientras se destapa parte de su cuerpo todavía húmedo.
MUJER: Espera, por favor. Espera un poco más que aún me estoy relajando.
El HOMBRE la mira, suspira visiblemente y sale de nuevo al dormitorio.
VOZ MASCULINA: ¡Lo que yo te diga!
El HOMBRE se detiene.
VOZ MASCULINA: ¡Lo que yo te diga! ¡Menuda frígida! Sólo piensa en tonterías, estoy a punto de mandarla a tomar por culo.
El HOMBRE se acerca de nuevo a pegar el oído. De pronto, desde la pared opuesta, la que está tras la televisión, se escucha:
VOZ FEMENINA: ¡Si es que me da igual! ¡De verdad, me da igual, siempre me lo ha dado, es un inmaduro y no piensa más que en idioteces!
En ese mismo instante, sale la MUJER del baño, con el pijama puesto.
MUJER: ¿Lo has escuchado ahora?
HOMBRE: Sí, qué extraño.
MUJER: ¿De dónde vienen esos gritos?
HOMBRE: Pues de la habitación de al lado. Bueno, unos gritos de una y otros de otra. No lo tengo muy claro, pero parece que nos han puesto en la planta de las disputas maritales.
La MUJER baja la mirada, no dice nada más y se acerca a la cama para abrir la maleta.
MUJER: Podrías haberme organizado algo, ¿no?
HOMBRE: Yo qué sé, nunca tengo muy claro cómo van tus cosas.
VOZ FEMENINA: (Desde detrás de la pared de la televisión.) ¿Pero lo entiendes?
El HOMBRE le hace un gesto a ella silenciándola con el dedo en la boca. Ambos se miran unos segundos con cara de intriga, se sonríen, pero no se escucha nada en unos segundos.
VOZ MASCULINA: (Desde el lado contrario, tras el cabecero de la cama.) ¡Déjate de historias!
VOZ FEMENINA: (Nuevamente, desde el lado de la televisión.) Que te digo que podrías haber recogido mis cosas, siempre estás igual, no mueves un dedo por nadie.
VOZ MASCULINA: ¿Perdona?
La pareja se mira asombrada por lo que está sucediendo y van moviendo la cabeza a un lado y a otro como si la conversación entre las dos habitaciones contiguas estuviera enlazada.
VOZ FEMENINA: ¡Ni perdona ni ostias!
¡Pummm! Se escucha un golpe seco del lado de la cama. Asustados, se aproximan.
HOMBRE: Como ves, mientras te duchabas, estaba muy entretenido.
MUJER: (Con despecho.) Pues vaya hotel has pillado.
HOMBRE: Venga, a ver si ahora voy a tener yo la culpa de lo que haga el resto de la gente.
MUJER: Es que la gente en todos sitios no es igual, ¿sabes? Y este cuartucho…
HOMBRE: ¿Pero será posible? (Parece que se detiene, pero sigue.) No, espera, ¡mira lo que te digo!, si yo no muevo un dedo esto…
MUJER: (Levantando las manos con un gesto algo desafiante.) ¿Esto qué?
HOMBRE: Nada, déjalo.
Ambos cortan la conversación de golpe, se ponen a ordenar la habitación, pero se les ve incómodos, no se miran a la cara. Comienzan a escucharse de nuevo los murmullos, crecientes, que esta vez vienen de los dos costados de la habitación. No se entienden del todo las palabras, porque el rumor de los coches y de la gente en la calle las tapan, pero sí queda claro que a un lado una mujer y al otro un hombre, están enzarzados en sendas disputas. Con el paso de los segundos, y mientras la MUJER está recogiendo las cosas del baño y el HOMBRE se sienta al borde de la cama para poner a cargar el móvil, la intensidad y la tensión empiezan a crecer. Rápidamente se dan insultos, gritos y más gritos, arrastrones de muebles y otra vez el rumor.
MUJER: (Ya con gesto airado.) Oye, podrías dejar el puto móvil y bajar a decirle algo al recepcionista, esto no hay forma de aguantarlo por más tiempo. Que les den un toque o que los echen si hace falta.
HOMBRE: (Levantando la mirada hacia ella y tras tardar unos segundos en reaccionar.) Seguramente lo haya denunciado ya alguien.
MUJER: ¿Qué dices? Eres un cagón. Tú baja y díselo, esto no hay quien lo soporte.
El HOMBRE, aún medio desnudo, todavía se digna a hacerle un gesto insinuante a la MUJER, pero esta le pone cara de “¿no está claro que no es el momento?” y le señala con un gesto inquisitivo la puerta de salida. El HOMBRE, rápidamente, se viste con lo primero que encuentra y sale de la habitación. Se escuchan sus pisadas sobre la moqueta del pasillo y enseguida se asoma la MUJER para llamarlo de vuelta.
MUJER: Vuelve, vuelve, que no me fio.
HOMBRE: (Desde el pasillo.) ¿Qué quieres ahora?
MUJER: Llama mejor por teléfono, que vea yo lo que le dices. Que, si te dejo, eres capaz hasta de pedirle perdón al recepcionista.
HOMBRE: (Ya asomándose por la puerta.) Pero, ¿qué más da?
MUJER: Entra.
El HOMBRE se acomoda en la silla junto a la mesa de la televisión y agarra el teléfono. Mira los números de ayuda al cliente y marca. Le contestan.
HOMBRE: Sí… hola, llamo de la habitación doscient… Eso, eso. Mire, perdone, pero es que, en las habitaciones junto a la nuestra, en las dos, se están montando unos escándalos de gritos y demás que no hay quien los aguante… Ah, ¿que ha escuchado a alguien comentarlo en el hall? Eso le estaba diciendo yo a mi mujer… Que no, sí, sí, claro que es de importancia… ¿Entonces?… Pero es que no han parado desde que nos hemos instalado… Eso digo yo. Bueno, avísenles, pero no se puede soportar más, si no cambian de actitud, creo que deberían invitarlos amablemente a irse del hotel… Vale, de acuerdo, muchas gracias. Y, ¡oiga, oiga!, (La MUJER le mira expectante por lo que le va a decir.) no le digan que he sido yo. (Cuelga el auricular y la mira con aire de suficiencia resolutiva.) ¿Has visto? Ya está, dicho y hecho, y como ya te había dicho yo, no hacía ni falta.
MUJER: Pues parece que te hayan escuchado, los vecinos porque llevan un rato sin decir nada.
HOMBRE: A ver si al final les van a echar las culpas cuando mejor se están portando. Ahora pienso que no debería haber llamado.
VOZ FEMENINA: ¡Siempre me metes en follones!
Los dos se quedan paralizados, mirándose.
VOZ MASCULINA: ¡Siempre lo provocas, sueltas la piedra y luego escondes la mano!
HOMBRE: Hostia, otra vez empieza la marcha.
MUJER: Más vale que nos vistamos y nos vayamos a dar una vuelta y cenamos o algo.
HOMBRE: Oye, ¿y si el tipo de al lado se cabrea y la toma con nosotros? Parece que tiene muy mala hostia.
VOZ FEMENINA: ¡¿Pero eres un mierda?!
VOZ MASCULINA: ¿Es que no te das cuenta de que siempre me convences para hacer lo que tú quieres y no te atreves a hacer?
Ante esta réplica inesperada, ella le mira desconcertada y con cierto temor.
VOZ FEMENINA: ¿Qué me estás diciendo?
VOZ MASCULINA: Pues que he llamado porque tú me lo has sugerido, porque siempre haces lo mismo. Tendríamos que haber seguido a nuestra bola y punto.
VOZ FEMENINA: ¡No me lo puedo creer!
La MUJER sigue mirando al HOMBRE y de pronto empieza a vibrar, casi a temblar. El cuchicheo tras la cama sigue creciendo. Al otro costado, los gritos de la mujer se diluyen en una maraña de insultos y profecías difíciles de distinguir.
VOZ FEMENINA: Hablar no hablarás… el vecino… eres un cagón… todo el día con el móvil… eres un cagón…
En un momento dado, en la habitación, se empieza a sentir un estremecimiento de paredes y cristales y la lámpara empieza a tambalearse.
MUJER: ¿Qué le sucede a la lámpara? Esto no es normal. Mira, ¡ves y dile algo ya!
HOMBRE: (Mirándola con cara de “no me cargues a mí el muerto otra vez”.) ¿A quién?
MUJER: Pues al recepcionista, es que siempre has sido un cobarde.
HOMBRE: ¡Pero si ya se lo he dicho! ¿Qué más quieres que haga?
Aun así, el HOMBRE toma, resignado, dirección hacia la puerta. Se detiene antes y cierra los ojos y los puños con fuerza. Ella está a su espalda. Casi por primera vez, un silencio absoluto se impone en la escena. Una calma que dura, sin embargo, pocos segundos. Él intenta decir algo, ella lo espera con gesto de suficiencia. Y, de pronto, ¡plaf, plaf! Alguien golpea fuerte la pared desde una de las habitaciones contiguas. Ambos se miran aterrados. Él se queda paralizado, ella empieza a recoger sus cosas y a meterlas en la maleta.
MUJER: Hay que ver a qué hotel de mierda me has traído, de esta te acuerdas.
El HOMBRE permanece quieto, sin saber cómo reaccionar. De nuevo, vuelve a escucharse el murmullo desde ambos lados de la habitación, creciendo de forma disparatada. Las paredes empiezan a temblar; la televisión y la lámpara a balancearse de lado a lado. Los dos protagonistas alternan miradas de pánico. Y cuando todo está a un nivel máximo de tensión, ¡clac! Se escucha el crujido de la ventana.
VOZ FEMENINA: ¡Ya no lo aguanto más, eres insoportable! ¡He echado a perder todos los días de mi vida desde que te conocí!
VOZ MASCULINA: ¡Tus tonterías, eso es lo que no aguanto yo! ¡Y culpar a todo el mundo de tus propios errores!
VOZ FEMENINA: Además, tú esto ya lo conocías, ¿no? ¿con quién estuviste aquí, desgraciado?
La discusión sube de nivel, pero ellos se mantienen detenidos, él con los brazos agachados, ella con ropa a medio doblar en la mano.
VOZ MASCULINA: ¡Noooo puedo máaaasssss!
¡Crash! Se rompe el cristal de la ventana y comienza a entrar el ruido desde el callejón trasero, ruido de bares y coches y gritos. Se cae una lamparilla, se escuchan golpes desde el cuarto de baño. La habitación está destrozada. El HOMBRE, que respira con dificultad, se acerca entonces a abrazar a la MUJER. Ella lo separa un poco.
MUJER: ¿Pero es que de verdad no vas a hacer nada? Baja de una vez y dile que los echen ya mismo o que nos vamos, pero sin pagar ¿eh?, pero sin pagar. Y si no, me voy yo, vaya si me voy.
El HOMBRE, resignado, asiente con la cabeza y se gira dispuesto a bajar, cuando tocan a la puerta.
HOMBRE: (Girándose para mirar a la MUJER.) ¿Y si es el vecino? Seguro que le han dado un toque y viene a matarme.
MUJER: (Con tono de desprecio.) Anda, tira y abre. Es el recepcionista, fijo.
HOMBRE: (Abriendo mucho los ojos.) Eso espero.
Va hacia la puerta y abre.
MUJER: (Mirándole a la espalda.) Pues aprovecha y dile que estás muy disgustado con el trato desde que hemos llegado, y que o nos cambian inmediatamente de habitación o…
RECEPCIONISTA: (Interrumpiendo y empujando la puerta.) Hola, buenas noches, disculpen.
HOMBRE: (Tratando de anteponerse.) Mire, tengo algo que decirle…
RECEPCIONISTA: (Interrumpe de nuevo.) No, perdone, el que tiene algo que decirle soy yo. (Se detiene unos segundos a respirar.) No he parado de recibir quejas desde las habitaciones contiguas del escándalo que estáis montando desde que llegasteis. La gente tiene miedo. ¿Serían, por favor, y sin armar nada de alboroto, tan amables de abandonar ustedes el hotel a la mayor brevedad posible?
El HOMBRE y la MUJER se miran confusos, luego intentan dirigirse al RECEPCIONISTA.
RECEPCIONISTA: (Conciliador, concluyendo.) No se preocupen, recojan sus pertenencias y ya les cargaremos los daños a su número de cuenta.
El HOMBRE va a recoger su maleta, que no ha llegado a deshacer en ningún momento. La MUJER lo espera a que salga, se da la vuelta, se acerca a los pies de la cama donde recoge la suya que ya estaba lista. Se dispone a salir de la habitación donde le esperan en la puerta los dos.
VOZ FEMENINA: (Con voz de sorna.) Mira el inútil, se deja el cargador del móvil en la mesita.
La MUJER mira hacia el público antes de salir, con gesto de “vale, no lo quería decir en voz alta” y levanta los hombros. El HOMBRE entra de puntillas, mientras los otros salen de la habitación, va corriendo a la mesita a recoger el cargador y sale con prisa. Llega a la puerta, se despide del público y desaparece.
FIN
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ALEJANDRO LÓPEZ POMARES
Nació en (Orihuela, España, 1983). Escritor, poeta, profesor e investigador. Licenciado en Antropología Social y Cultural y gestor del patrimonio cultural. Ha escritolas siguientes obras, La mirada perdida (Celesta, España, 2017) – Novela. La soledad tras el ruido de fondo (Ars Poetica, España, 2019) – Poesía. La edad del sol (Crisopeya. Revista de Arte y Literatura, Colombia, 2022) – Teatro experimental. Fue voraz (OléLibros, España, 2023) – Poesía. OTRAS ACTIVIDADES Editor y redactor de la revista literaria digital y del podcast La ninfa Eco. Proyecto Un pueblo bot a bot (y su versión al inglés A town en The New River magazine, Electronic Literature, 2022).
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